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Todos, en alguna ocasión, perdemos los nervios. Vale que sea la pandemia, o esta sensación perenne de inacción, de estancamiento. O acaso es sencillamente que el hartazgo encuentra en el grito un vehículo firme para su propósito.
El caso es que en algún momento de este último año todos nos hemos dejado llevar por la rabia, el desconsuelo o el abatimiento. O todo a la vez.
Yo mismo. Acaso la sandez más tonta prende el incendio… y, al cabo, te preguntas… nah, en realidad no te preguntas nada; apenas miras al infinito perplejo, inundado por un silencio atroz.
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Hay un libro de poemas de Darío Carlos Dassie que se llama “La rabia es mi mejor poesía”.
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El Auerglass es un órgano de bombeo para dos personas creado por Tauba Auerbach y Cameron Mesirow. El instrumento no puede tocarlo una sola persona. Cada intérprete tiene un teclado con notas alternas de una escala de cuatro octavas. Cada intérprete debe bombear para suministrar el viento a las notas del otro intérprete.
Sin el bombeo, sin la participación de dos personas, no hay música.
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A veces se siente uno como los readymades de Esther Ferrer, mitad objeto, mitad persona. A veces se siente uno a medio camino entre la acción y la instalación; nada más que un residuo de la performance. Un objeto, un recuerdo. Casi casi un souvenir (de sí mismo).
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Y, entonces, sucede que es domingo a la noche y apenas el rumor de la nevera en la casa. Y apenas el rumor de la vida, que parece haber desertado de su cometido.
Y aquí estamos. Deseando que el lunes no vuelva a ser lunes; no sea que nos vaya a engañar, una vez más.
