
La belleza de un movimiento no se refleja sólo en su apariencia,
sino en el pensamiento detrás de él.
(Dr. S.Tarrasch)
¿Por qué empezamos a jugar?
Seguramente si les preguntamos a un grupo de jugadores (niños y adultos) qué les llevó un día a jugar su primera partida de ajedrez, qué fue lo que les llevó a preguntar a alguien cómo se mueven las piezas, estoy seguro que la palabra más repetida sería curiosidad.
En mi caso fue, efectivamente, la curiosidad al ver un pequeño ordenador (Kasparov Traveller) arrumbado durante dos años en un cajón. Un día, la curiosidad me llevó a preguntar qué era, y cómo se movían las “fichas” (más tarde me explicaron que se llaman piezas a la figuras del ajedrez). La misma curiosidad me llevó a empezar a mover las piezas, intentaba comerle al rival electrónico todo, solo se trataba de eso, comer, comer. El juego me fue atrapando por su misterio pero de eso hablaré en otro artículo.
Volviendo al tema principal del artículo, cuando un adulto abre un tablero y coloca las piezas, seguramente es por la misma razón que un niño: Curiosidad.
Curiosidad por saber cómo se juega ese juego “tan difícil”, aunque también es cierto que la curiosidad que despierta el ajedrez en una persona mayor, posiblemente esté más condicionado por ideas preconcebidas que por sentimiento de infantil inocencia hacia las cosas desconocidas.
Al principio, en las primeras partidas, lo que más llama la atención y lo que más gusta es precisamente eso, ir comiendo fichas –perdón, piezas-, comer sin tener ninguna idea fija, ningún plan concreto, pero con el tiempo y siempre que se juegue con alguien que sepa más que uno, irán apareciendo los planes, las ideas, las celadas, las trampas, la estrategia y es justo en ese momento cuando los jóvenes y los adultos se dan cuenta que el ajedrez tiene algo más y es justamente en ese momento cuando el veneno ya ha empezado a correr por nuestras venas, y es cuando surge la necesidad de querer saber más, profundizar más.
Los niños, en muchas ocasiones tienen el primer contacto con el tablero debido a que sus padres los inscriben en una clase extraescolar de ajedrez con la esperanza de que les guste y cruzan los dedos las primeras semanas para que no se desapunten. Recuerdo al finalizar el curso escolar hace un par de meses, en la última clase con mis alumnos de 6º de primaria, nos sentamos en círculo y les fui preguntando qué opinaban del curso, qué les había gustado. Uno de mis alumnos me confesó que al principio el ajedrez no le decía nada, no le llamaba la atención pero que según avanzaban las clases empezó a apasionarle, pasó de ser un juego más de mesa a descubrir un juego de estrategia, donde no interviene el azar, donde es él -con sus decisiones-, el que controla el devenir de la partida y quizá sea ese sea uno de los mayores atractivos que tiene el juego, que es uno el que decide, es uno con sus correctas o incorrectas decisiones el que decide lo que pasa en la partida.
Los niños, cuando llevan unos pocos meses jugando, les encanta tender –inocentes- trampas, tratan de engañar a su rival con ciertas jugadas, les encanta ver en qué momento su compañero de juego se equivoca, se desconcentra y come la pieza que no debe. Eso les crea afición por el juego. En los adultos ocurre algo parecido, pero con algo más de complejidad.
Lo que es indudable es el creciente interés de la gente por adentrarse en el mundo de las 64 casillas. Los centros educativos ven con mucho agrado las clases de ajedrez, normalmente hay una docena de alumnos por clase, incluso algunos incluso repiten clase en la misma semana. Les gusta. Los adultos a su vez comienzan a buscar sitios donde haya clases cerca de su vivienda. Un ejemplo de esto es el Barrio San Juan Bautista (Madrid) donde se imparte varias clases a la semana y se suelen organizar torneos entre los niños. Para concluir ese artículo me gustaría señalar que a la gente en general le llama mucho la atención el mundo del tablero y todo el ambiente que le rodea, lo que hace falta es un pequeño empujón, una iniciativa, un Club, un local para recibir clases. La leña está preparada, solo hace falta una buena chispa (profesor) para encender el fuego que dura toda la vida.
Mikel Menchero Pérez
(Monitor Nacional de Ajedrez)