A pesar de (o precisamente por) su encapsulamiento pop y su planteamiento festivo, Barriga (Cántico, 2020), el primer poemario de Marcos Augusto, es un libro complejo y fértil. Pues lo que parece metáfora del libro, acaso su leit motiv es, en el fondo, un señuelo juguetón. Así, la ironía del propio título amortigua su propio fondo, pues funciona como falsa prosopografía o dibujo del disfraz que, ya de entrada, se pretende y finge ridículo.
Se diría que acaso le sirve al autor de captatio benevolientae para introducir al lector a esta suerte de danza fúnebre por el sentir millennial. Pero eso, como decimos, no es más que el principio, el pórtico que engaña al lector para que se vea, sin remedio, él mismo en el medio de esta contienda, él mismo como campo de batalla.
Pues lo que late atrás del poemario es un yo poético que sucumbe, sin remedio, a la fuerza cinética del crepúsculo de los 30 años. Y, ahí, por ponernos también nosotros juguetones, se podría decir que la barriga es caligrama invisible del libro todo, que avanza y retrocede en esa suerte de leve montículo que es la barriguita de los treintañeros, en un continuo deslizarse y encaramarse a la loma, demorándose en un efecto vaivén al modo de la lupa que se acerca y se aleja.
De ahí que la poética de Marcos Augusto venga tanto al presente (y casi al futuro), a un cierto presente de imposible postmodernismo y de ahí se retrotraiga al s. XVII y otra vez a la semilla del mundo, o sea, al origen del lenguaje y, de nuevo al siglo XXI a través de un diálogo parafrásico con artistas contemporáneos.
El libro, más que sobre la carne, trata sobre la materia y la fricción. Sobre la renovación. Sobre el paso del tiempo y la pérdida de la juventud. Está dividido en cuatro partes que, a la manera croceana, se relacionan por sinonimia conceptual. Cuatro partes que, como dijimos antes, se mueven en un movimiento pendular de ida y vuelta.
Se diría así que hay cuatro movimientos en Barriga: un avance melancólico, de reconocimiento de la pérdida, el cual tiene un hinchado tono postpubescente. En su centro se halla el poema que da título al libro. Y que dice así: “Eres la certificación definitiva / de una edad que resulta / francamente insoportable”. La segunda parte del libro se caracteriza por el desconcierto y el afán de huida, por el miedo del yo poético por convertirse en materia inerte. Esta parte es la más densa y cuenta apenas con dos poemas, los dos más largos del poemario. La parte tercera es una suerte de reflexión sobre el origen y la huella de la tradición, la vocación poética y la inutilidad de los versos. En su parte final, la cuarta, Barriga dialoga con varios artistas actuales y de ellos extrae una serie de rasgos y sentires aplicables al hombre de 30 años (aunque expresados en base al pleonasmo irónico). De Pepe Espaliú recoge el desnudo psicológico, de Joan Morey la idea de la humillación y la ofensa, de Louise Bourgeois la deconstrucción de los recuerdos, de David Hockney el fulgor de un instante, de Pedro Almodóvar la agonía de la carne y de Doris Salcedo el malestar, el horror y la incomodidad de no saber cómo estar en esta vida nueva de los treinta años.
Así, Marcos Augusto, de una forma brillante y ciertamente sutil, va de la abstracción pop al barroquismo del memento mori, de la ridiculez (autoparódica) de un hombre de algo más de treinta años que acaba de publicar su primer libro de poemas a la sobria elegancia de un silencio perplejo. En suma: de la sátira a la herida, del esplendor a la sangre, de la memoria iridiscente de la juventud al llanto de lo irremediable de la (casi) edad adulta, esa edad fronteriza en la que todo comienza a volverse disimulo.