“Creo que un buen reportero es el alma de un periódico. El editorialista da las ideas y el reportero da los hechos; hechos que muchas veces son novelescos. Y el público, naturalmente, se va tras la novela. ¿Y qué condiciones ha de tener un buen reportero? Las que yo tengo. Claro que esto no lo digo yo en voz alta; lo saben todos y no es preciso decirlo. Si fuera preciso, lo diría yo en voz queda, para mí mismo. El reportero ha de ser diligente e inteligente. Como vulgarmente se dice, ha de cazar al vuelo. Ha de cazar el suceso, el indicio del suceso, el amago del suceso, la apariencia del suceso. Con todas esas especies, unas categóricas y otras vagas, ha de realizar su obra. Y el reportero ha de estar en todas partes y ser bienquisto por todos. Al reportero afable, de labia seductora, se le abren todas las puertas. Con las puertas cerradas, sin acceso a todos los lugares, ¿cómo podría trabajar el reportero?”.
Eso escribía Azorín en su novela Capricho en 1942. Hace una eternidad. Pero hay palabras que siguen resonando y las palabras, con las que pensamos, es la herramienta principal del periodista. Por eso es imprescindible lo que con demasiada frecuencia olvidan muchos periodistas: la necesidad imperiosa de leer, leer y leer. Y de leer buenos libros, buenos periódicos, buenas revistas.
Ese reportero “afable, de labia seductora” al que se le abren todas las puertas” podría muy bien representar a la autora de Matar a un ruiseñor, Harper Lee, sin cuya capacidad para reportear cuando viajó junto a Truman Capote a Holcomb, el lugar de los hechos, en Kansas. Sin su capacidad para ganarse la confianza de los otros, para escuchar atentamente,Truman Capote se hubiera quedado sin un montón de detalles, y de hechos. Sin embargo, las libertades que Capote se tomó invalida A sangre fría como un gran reportaje, como una verdadera crónica de no ficción. Lo que no le pasa a Hiroshima, de John Hersey, una crónica imperecedera. Y lo que sí le pasa a Ryszard Kapuscinski, porque un reportero no puede inventar nada, y el autor de Ébano se tomó demasiadas libertades poéticas. Ese es el pacto sagrado que el reportero no puede violar jamás: no inventar nunca nada. Lo cual no quiere decir que no ponga al servicio de la crónica toda la maravillosa caja de herramientas del idioma, que es la que inventaría Juan Villoro al definir la crónica como el ornitorrinco de la prosa.
En una sociedad enferma de opinión, de ruido, lo que hace falta son hechos. Y vestidos por el reportero que ha de calzar un buen par de zapatos con cordones y un cuaderno y un buen lápiz, lo mejor contra los huracanes y el aburrimiento, para, con los cinco sentidos, ir una y otra vez al lugar de los hechos, de los indicios y de las apariencias para contarlo. Sin hechos estamos perdidos. Sin reportajes, sin crónicas de largo aliento, el mundo, la realidad, no se entienden. Como nos enseñan tantos reporteros americanos, desde Leila Guerriero a Jon Lee Anderson, ambos maestros de este máster que hoy presentamos. La crónica es su arte, crónicas que se toman su tiempo y que reclaman tiempo, del reportero y del que lee. Para logar algo muy caro a la gran filósofa francesa Simone Weil: escuchar y ponerse en el lugar del otro. Periodismo.
Presentación del máster del Instituto de RTVE y la Universidad de Alcalá. Alcalá de Henares, 19 de abril. En la foto, Soleá Morente y el guitarrista Gonzalo Bruno, en el Paraninfo. Para saber más o inscribirse, aquí.