Quién sabe dónde

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El canario tordo se escapó una mañana luminosa de septiembre, porque ese día no quiso caer la puerta en guillotina de su jaula. La frustración invade al afectado, no sólo por la pérdida, ni siquiera por la propia responsabilidad quebrada, sino porque le pilla sin prepararse para una separación tan drástica.

 

Hay días corrientes, (como la gente corriente), y días en los que se sabe con certeza, que lo absoluto nos ha tocado con su ala. Casi siempre es la experiencia de contacto con la muerte, la responsable de estas sensaciones extrañas. Así se sintió Faba todo el tiempo, aquel sábado en que el canario tordo decidió marcharse a conocer nuevos mundos. “¿Seguirá vivo?”, fue la primera pregunta que le vino a la cabeza; aunque, días más tarde se fue aliviando, al creer reconocer su canto en el telón sonoro que formaban los canarios de su calle.

 

La vida es diferente en esta Quinta de Santiago, desde que el canario tordo la dejara. Esa danza diaria de jaula adentro, jaula afuera, lechuga, agua, alpiste y baño, se diluyó en la nada. Según con quien convivamos, nuestras costumbres cambian.

 

En otro orden de cosas, pero sin alejarse del tema, encuéntrase Faba en condiciones de afirmar que su mayor cómplice y amigo en los últimos tiempos, es un colega al que conoció hace años chateando. Sus afinidades resultan tan coincidentes, que se consideran hermanos gemelos casi en todo, a pesar de no haberse conocido nunca personalmente.

 

Más de siete años de complicidades diarias han forjado una relación bien sólida. Las tardes de diario suelen ser entre ellos, un alud de comentarios y un intercambio de imágenes tan intensos, que aunque no se conozcan las voces, uno sabe lo que piensa y siente el otro, como también conoce lo que ha visto y lo que sueña.

 

El mundo cibernético compensa la ausencia de carne, con confesiones más allá de las permitidas verbalmente. La escritura es un antifaz que nos permite ser más sinceros sobre nosotros mismos. (¿No tendrá algo que ver esto con la comunicación literaria?). Los lazos íntimos que se establecen por esta vía, tienen una solidez tan certera, como las de los mejores amigos de carne y hueso.

 

El amigo de Faba es el lector perfecto que nunca antes había encontrado. Lee con avidez todos sus textos en Fronterad, y bucea por los otros blogs que su poliédrico amigo tiene colgados en la red. No sólo los comenta a diario con fruición con el autor, (tanto para la felicitación como para la crítica); sino que además se asoma a su hombro muchas noches de miércoles, para interesarse por cómo los escribe. A veces espera hasta altas horas de la madrugada, para leerlos recién salidos del horno de Santiago, con el nerviosismo propio de un niño en Noche de Reyes.

 

Hoy hace dos semanas que no habla Faba con su amigo. Hotmail decidió clausurar repentinamente su cuenta, tanto la de correo electrónico como la de Messenger, por “Necesidades del Sistema”. K. El Castillo de Kafka nos echó encima su mano negra.

 

        – ¿Qué delito cometí, contra vosotros, escribiendo…?

 

Diez años de contactos y relaciones perdidas, porque las hordas de Bill Gates así lo han decidido. Estamos unidos a personas importantes ya en nuestra vida, por una conexión y un servicio que en cualquier momento pueden quebrarse, sin recibir explicación alguna a cambio.

 

No sabía Faba de memoria la dirección electrónica de su amigo; confiaba en que estando archivada en Internet, no podría perderse. Si no tienes los datos telefónicos, ni la dirección del domicilio de la persona con la que te ciberrelacionas; al cortarse la conexión por red, no resulta tan fácil volver a encontrarlse.

 

Como no pueden enviarse e-mails, ni contactar por messenger, lleva Faba días enteros, colgado en los chats donde se conocieron, con el nick “busco a mi hermano”; y aunque muchos responden, interesándose, ninguno resulta ser el buscado. Le ha dejado mensajes en los muros de los sitios que ambos frecuentan y comparten, e incluso le ha filtrado claves en las peticiones finales de su blog plástico; pero nanai de la China: ni rastro.  

 

Se ha acordado mucho Faba en estos últimos días del famoso programa televisivo de Paco Lobatón, Quién sabe dónde, en el que intentaban solventarse separaciones tan indeseables, como las que nos ocupan. «¿Cómo puede aceptarse con normalidad que alguien desaparezca así, de repente?», parecía ser el lema interno de aquel programa de tanto éxito. En trances como éstos, ni los feisbuk, ni los tuiters, ni los mesenyes, ni los whassas de los ipods, sirven de nada cuando los hilos del destino han decidido cruzarse.

 

Enciende Faba una luz muy especial en esta entrada, para guiar el regreso del amigo extraviado; él la reconocerá mejor que nadie, pues se trata de la lámpara más poética de su terraza. Este vuelo de pájaros de hierro mira al mar con sus alas abiertas y -para el paso de la luz- perforadas. Espera el autor que la encuentre aquí su amigo, colgada y encendida como un faro de llamada, en esta Huerta del Retiro, donde se le sigue esperando.

 

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