Somos complicados -unos más que otros, si- Hemos utilizado los últimos cinco mil años para tratar de convencernos a nosotros mismos de que somos algo más que animales como si esa clasificación significara algo importante.
Está más que claro que, como especie, tenemos algo fabuloso que tiene que ver por una parte con nuestra capacidad para el razonamiento y por otra con la asombrosa ventaja que nos confiere el hecho de poder comunicarnos los unos con los otros. Tenemos pensamiento abstracto, somos capaces de resolver problemas y lo que es más increíble aún, de planteárnoslos. Aprovechamos los conocimientos de los demás ya que hemos creado una especie de saco -el llamado conocimiento universal- en el que cada uno deposita lo que sabe para que los demás podamos sacarlo cuando estimemos conveniente sin necesidad de tener que empezar constantemente de cero. Somos una especie única que ha logrado colocarse en lo más alto de todas las pirámides, ninguna otra puede inquietarnos lo más mínimo, hacemos y deshacemos a nuestro antojo y hemos conseguido conquistar todos los entornos deformándolos hasta hacerlos aptos para nuestra vida en ellos. Si, definitivamente es comprensible que hayamos terminado por pensar que somos seres excepcionales por encima del resto. Y ahora vienen los peros.
Nuestras habilidades son sorprendentes, cierto, pero ¿A caso no lo es también la de la rana que es capaz de congelarse durante años hasta que, mágicamente, vuelve a la vida después de no haber comido -ni respirado- meses y meses enteros? ¿No es alucinante que los murciélagos tengan la habilidad de lanzar en pleno vuelo unas hondas que, cuando revotan y son captadas de vuelta por sus orejas, dan al animal la situación exacta de un minúsculo insecto en la más absoluta oscuridad? ¿Qué me dicen de la regeneración de la cola de ciertos lagartos? ¿O del cambio súbito de color de un pulpo que usa para camuflarse o para conquistar a una hembra? A donde pretendo llegar es a la idea de que quizá no seamos tan especiales, o al menos no más que otras criaturas, simplemente las hemos vencido y ya sabemos quién es el que escribe la historia…
Pero quizá lo más llamativo sea que, al habernos convencido de que nuestra peculiaridad es lo que nos diferencia de los otros animales -hay incluso quienes dicen que las personas ni siquiera lo somos como si serlo fuera negativo- negamos nuestra parte no racional y luchamos contra ella. Una locura. Eso ocurre en Europa quizá más que en ningún otro sitio y es posible que sea el origen de más de un mal. Hablemos aquí de sexo. En África y el Latinoamericana, en general se entiende como algo divertido, natural, de lo que disfrutar abiertamente. Chicos y chicas experimentan libremente y nadie les recrimina el hecho de que tengan relaciones sexuales con compañeros ocasionales porque el sexo es natural -por si alguien no se ha dado cuenta, los seis mil quinientos millones de humanos que hay sobre la tierra venimos del sexo- En Europa en cambio sigue siendo un tema tabú del que los padres evitan hablar con los hijos. No voy a entrar en lo tantas veces expuesto del papel que ha tenido en esto la religión cristiana, sólo diré que quizá -y sólo quizá- exista alguna relación entre esa cultura del secretismo que planea sobre el sexo y las aberraciones enfermizas que algunos individuos muestran en sus comportamientos sexuales -Como hay que aclararlo todo diré que soy un defensor a ultranza del sexo seguro y responsable, no me vayan a tachar de otra cosa…-
En nuestra obsesión por la racionalidad preguntamos a todo “por qué” convencidos de que siempre existe un motivo por el que ocurren las cosas. Cuando pregunta un niño por qué llueve el padre contesta que es para que tengamos agua, olvidando que no es así en absoluto; en realidad llueve, y como es así y nos hemos desarrollado bajo esas condiciones, necesitamos de la lluvia, pero creo que ya todo el mundo entiende que llovía muchos miles de años antes de que nosotros existiéramos. Cuando nos ocurre algo no deseado nos preguntamos “por qué” como si, por alguna razón, los acontecimientos se desarrollaran siguiendo un plan preestablecido que podríamos llegar a comprender. Cuando nos falla un amigo, o nos engaña una pareja buscamos el motivo… bien ¿y si no lo hubiera? ¿y si las cosas simplemente son como son? Mi formación científica me dice que es más útil y menos pretencioso preguntar “cómo” ocurren las cosas y obviar el “por qué”, pero mi parte soñadora no tiene más remedio que desoír a la otra y utilizar grandes cantidades de nuestro tiempo limitado para teorizar sobre cuestiones de las que sé que nunca podré estar seguro. No sé quién se inventó que habían dioses en el Monte Olimpo que jugaban con nosotros partidas de ajedrez, o quién se inventó el panteón egipcio, o el maya o tantos otros, pero si sé que tengo amigos más leídos que yo que están convencidos hasta la médula de que todo eso eran invenciones absurdas mientras creen a pies juntillas que en un ángel bajó de los cielos para anunciarle a María que había concedido virginalmente al Hijo de Dios. Bien, eso no es racional. Del mismo modo que creemos en divinidades estudiamos la física porque el “es así porque Dios lo ha querido” no nos vale, de la misma manera que denunciamos la guerra y sus atrocidades, fabricamos armas y las enviamos a lugares de conflictos; tenemos técnica, superstición, ciencia, religión, endorfinas, amor, medicina y brujería. Tenemos todo eso y mucho más porque eso, la contradicción, es una parte de nuestra humanidad de la que nos somos capaces de librarnos. No podemos. Me alegro.