Para Abdul
No te acuerdas de Santa Bárbara hasta que truena. O, inmortalizada en La casa de Bernarda Alba, la oración a la Santa de las tormentas cuando estas arrecian: Santa Bárbara bendita/ en el cielo estás escrita/ con papel y agua bendita, otra joya de nuestra paremiología, recuerdos en la cultura popular de Santa Bárbara, la mártir representada con cadenas y una torre con tres ventanas, cuya onomástica se celebra el cuatro de diciembre; la patrona del arma de artillería (y de mineros, armeros, ingenieros militares, es decir aquellos gremios que trabajan con explosivos y con cañones).
Su nombre se invoca o se invocaba (y se le queman, o se le quemaban unas hojas de laurel, clara reminiscencia del culto al dios Apolo) para prevenirnos de los efectos del trueno y del rayo, y por regla general para evitar las explosiones de pólvora tan letales en los gremios más arriba citados. Por esta razón, en los buques y en las fortalezas españolas los almacenes de pólvora se denominaban Santabárbara. Palabra que encontramos en italiano (Santa Barbara) y francés (Sainte-Barbe), idiomas que tenían un sinónimo para esos depósitos o arsenales del que nuestro léxico militar carece, a pesar de que contamos con muchas palabras que tienen el mismo étimo. Me refiero a magazine, un arabismo del italiano, el francés, y a través de estas dos lenguas, del inglés. La palabra árabe de la que procede es majazin, plural de majzan, “almacén”, es decir “almacén o depósito (de la pólvora)”. De ahí, en una metáfora de clara raigambre militar, el magazín, un depósito de cosas variadas, un centón, una revista, en definitiva, en la que en la que se sustituyeron los proyectiles y la pólvora por artículos variados y mil cosas más. Y esa noción de cajón de sastre adquirió un nuevo derrotero sobre todo en Francia con los magasins de nouveautés o grandes almacenes de novedades.
Además de adoptar el nombre del tipo de revista (magazine) y en menor medida el magasin, que no arraigó en beneficio de “grandes almacenes”, en España tenemos varias palabras que proceden del étimo árabe al que hacíamos alusión más arriba: majzan, del verbo kazana, “almacenar”; de ahí vienen nuestros “almacén” y “alacena” con idéntico significado que en árabe, tras anteponerle el artículo al, tan común en el léxico andalusí y en muchas de las palabras que le dejó en herencia al castellano.
En el Marruecos histórico, y en el actual, Majzén designa también al almacén o depósito de víveres o pertrechos; también a las dependencias de los palacios de las ciudades imperiales (Marrakesh, Fez, Meknés, Rabat) en la que los funcionarios del Sultán recibían sus salarios o en las que se pagaban los impuestos. No nos debe sorprender que por evidente metonimia esas dependencias pasaran a denominar al aparato del estado, a los impuestos y sus recaudadores, a sus ejércitos, a la administración del sultanato en general. Por esta razón en el marruecos actual Majzén es sinónimo del estado, de sus cuerpos de seguridad, y más concretamente de la élite que rodea al Rey y Comendador de los Creyentes, Mohamed VI (del mismo modo que en tiempos de su padre, Hassan II), y controla junto con él, o por delegación, prácticamente todos los resortes del poder, e incluso la propia economía del país. No es ningún secreto. Un porcentaje enorme de la economía de Marruecos es controlado directamente por el Rey y el Majzén, que, etimológicamente hablando, no ha dejado de ser un almacén o depósito de poder, influencia y riqueza. O donde se encierra a quien se sale del tiesto.