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Mientras tantoSi el mundo fuera Egipto

Si el mundo fuera Egipto


 

Cuando me enteré de que un tal Barak Obama se había presentado a las primarias del partido demócrata estadounidense pensé “menuda estupidez, un negro jamás podrá ser ni tan siquiera candidato a la presidencia de Estados Unidos de un partido con posibilidades” Ni se me pasaba por la mente que alguien con apellido africano podría tener una sola opción de ser el comandante en jefe de un país en el que, a penas unos años antes, no se permitía a los negros casarse con las blancas, o que pudieran mezclarse en los espectáculos públicos gentes de distintos colores -por ley-. Simplemente eso no iba a pasar. Transcurrieron los días, las semanas y los meses y Obama no solo fue candidato demócrata, sino que se convirtió en el candidato de la mayoría de la izquierda mundial y posteriormente en el presidente del cambio. Me comí mis palabras, con mucho gusto, pero me las comí.

 

Con Egipto me ha ocurrido algo muy parecido. Siempre he defendido lo que creí una evidencia, a saber, los poderosos siempre ganan. Hasta hace tan solo unos días mi discurso estaba claro en mi mente, los cambios de poder se llevaban a cabo únicamente por dos vías, u otro agente más poderoso aún, movía los hilos para deponer a un presidente, o el pueblo salía a la calle con guadañas y antorchas y le cortaba la cabeza a Luís XVI, punto. Eso de que la resistencia pacífica podía ser efectiva me parecía una chorrada mayúscula, un dictador no iba a dejar de serlo porque cuatro idealistas iluminados tirasen un par de margaritas a un tanque ¿no? Bien, hoy me veo obligado a revisar esta convicción que tenía tan y tan asumida, porque quizá -sólo quizá- el pueblo si pueda tomar las riendas de su destino sin necesidad de pegar un solo tiro. Aún alucino, la verdad…

 

Lo que está ocurriendo estos días en el país de las pirámides es una lección en toda regla al resto del planeta, pero es algo más, se trata de una bofetada de humildad a la gran y vieja Europa, a esa Europa que se mira a sí misma como el centro del civismo, la democracia y los derechos humanos, porque un país africano, sin la necesidad de marines estadounidenses, nos ha enseñado a todos hasta qué punto el pueblo puede ser poderoso. Un país árabe de mayoría musulmana nos ha dicho: “¿No decíais que somos unos salvajes? ¿No se suponía que somos todos unos terroristas sedientos de sangre? Pues mira, hemos echado a nuestro dictador con el poder de la razón, sin quemar coches, sin barricadas y sin ejecuciones. Tomad nota listillos.” Y yo me alegro tanto… He leído a gente decir que el pueblo egipcio ha tardado treinta años en deshacerse de Mubarak como queriendo quitarle mérito, yo sólo digo que nuestros padres pueden contarnos que la dictadura de Franco acabó cuando se murió de viejo…

 

No sé muy bien cuál es el motivo por el que estoy tan contento, al fin y al cabo Egipto está muy lejos y mi vida cotidiana no va a verse afectada por esto, pero lo cierto es que lo estoy; me encuentro lleno de ilusión porque me he sentido egipcio en la Plaza Tahrir. La gente somos sólo gente, eso de las fronteras, las religiones, las étnias y demás es sólo un invento de los poderosos para separarnos y lograr así que no aunemos fuerzas, pero lo que ha pasado en Egipto y el seguimiento mundial que ha tenido me hace fantasear con una época en la que todos nos sintamos parte de un solo pueblo ¿Os imagináis lo que podríamos conseguir si todos tiráramos hacia el mismo sitio? Perdón, me estoy dejando llevar, debo volver a la madurez que nos dice que un negro nunca será presidente de los Estados Unidos y que un golpe de estado debe dejar un enorme reguero de muertos.

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