Silueta chino-holandesa

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Ronald es holandés. Vivía en el Madrid de los Austrias con su compañero español, que por aquellos años era íntimo amigo del autor de este retrato. Se trata de una suerte de silueta chinesca con vasta leyenda tipográfica. Holanda se jacta de ser –en Europa– el país inventor de la imprenta, antes que el mismísimo Gutenberg. Los tipógrafos e impresores de Haarlem se consideran los padres de la gran patria impresa. En este sello sin dientes, la efigie del verdadero Ronald sustituye al perfil de la Reina de Holanda.

 

El protestantismo hizo más daño a Holanda que las tropas del Duque de Alba, auténtico Coco de los holandeses, quienes siguen asustando a sus hijos diciéndoles: “¡Qué viene el Duque de Alba!”. Quizá ésta sea una de las pocas pruebas del sentido del humor que pueden derrochar los holandeses. Su jansenismo protestante les obliga a vivir sin cortinas ni persianas. Lo que sucede en sus casas tiene que ser tan limpio y transparente como lo que pueda suceder en medio de la calle. Tampoco resulta –pues– extraño, que las putas del Barrio Rojo de Amsterdam trabajen en cuartos-escaparates, con pared de vidrio transparente dando a la calle.

 

El Ronald que esta imagen evoca, tampoco solía ser muy flexible de humor ante las contrariedades cotidianas. La risa como terapia irónica no formaba parte de sus armas personales. Tal vez por esto, el retratista pretendió mandarle un guiño a su inteligencia holandesa, al regalarle este juguete gráfico, para que se dejase llevar y jugase un poco más con su vida, a veces excesivamente angustiada y tortuosa. Donde mejor quedó reflejada la personalidad de Ronald fue en la gama de blancos y negros, usados en este retrato tipográfico.