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Mientras tantoSine tradere

Sine tradere


Enrique Badosa

El título de la presente entrega es el de un libro de Enrique Badosa (Barcelona, 1927-2021), que fue un importante poeta –satírico y epigramático (residiendo nada menos que en la calle Marco Aurelio de la Ciudad Condal)-, un importantísimo editor que dirigió, para Plaza & Janés, las Selecciones de Poesía Española y las Selecciones de Poesía Universal, dos colecciones abundantísimas en ejemplares donde todo reputado cristo publicó; y un prolijo traductor de poesía con mucho prestigio, y con mucha soltura en la labor de traducir.

En Sine tradere, Enrique Badosa reúne un extenso prólogo, que más bien es una teoría o un cabal relato del proceso de traducción poética, a una serie de poemas traducidos por él de diversos idiomas y presentados en confrontación bilingüe, confrontación que él considera obligatoria en las ediciones de poesía. El también gran traductor Ángel Crespo, amigo de Badosa, creía lo contrario; Crespo pensaba que si las novelas no van publicadas en bilingüe, ¿por qué sí la poesía? División de opiniones. Yo, por la gran utilidad que ofrece la comparación entre el poema emisor y el receptor, estoy con Badosa.

La amplia recopilación de poemas traducidos va desde Rilke a Espriu, desde Foix a Maragall, desde Margarit a Baudelaire, desde Manuel Machado (sí, Badosa traduce el poema en francés del hermano de Antonio “Ni vice ni vetu dans ma course incertaine”) a Mallarmé, desde Chesterton a Poe, desde Yeats a Dante, desde Leopardi a Petrarca, desde Ungaretti a Catulo, desde Horacio a Marcial… Y nos hemos dejado muchos nombres en la cartera; muchos poetas surgidos de un total de siete lenguas.

Antes de conocer este libro, que es de 2016, publicado en la Editorial Funambulista, de Las Rozas, degusté otro, más antiguo, editado por la navarra Pamiela en 1992: XXV Odas de Horacio. A las que Badosa antepone asimismo una larga justificación por haberlas traducido. Las odas horacianas están compuestas en versos eólicos, caracterizados por un número fijo de sílabas en cada verso. Enrique Badosa señala que estas composiciones “no plantean frecuentes problemas de interpretación a causa de ningún tipo de hermetismo. Lo que dicen está muy claro, siempre y cuando el lector conozca los referentes mitológicos, históricos y sociales que hay en ellas. Mero problema de información. Y esta claridad no es ajena al misterio propio de toda obra de arte. Misterio –que no enigma- al que bien se le puede dar el nombre de Belleza.”

Badosa traduce a Horacio de maravilla, en el sentido de que actualiza con suma fragancia y naturalidad, en la lengua de llegada, la expresión horaciana de partida. Cada oda, en origen, se reparte en estrofas de cuatro versos, estofas sáficas, alcaicas, asclepiadeas. Cada verso, como es habitual en latín, tiende a un acusado hipérbaton, esa alteración del orden de las palabras que tiene normalmente el discurso convencional. Nuestro traductor prescinde de esa conformación de regulares estrofas en el poema y del hipérbaton latino, acudiendo a una dicción conversacional, muy grata, sin dejar de ser fiel, por supuesto, al texto original. Así, las rígidas formas latinas: “Parcus deorum cultor et infrequens, / insanientis dum sapientiae / consultutus erro”, etc, en la versión de Badosa devienen en hablar amable: “Con tibieza y con poca asiduidad / rendí culto a los dioses, / mientras iba desviado y profesando / creencias insensatas, / pero ahora me siento constreñido / a volver el velamen hacia atrás, / y a recorrer de nuevo / la ruta que tenía abandonada”.

Yo he leído traducciones de obras clásicas, y me han gustado, claro, por su acertada traducción. Recuerdo una de la Eneida, que me agradó sobremanera, puesta en castellano (no recuerdo el nombre del traductor; creo que era un clérigo toledano) en endecasílabos blancos; cuando hablaba alguien de suma importancia en la obra, esas palabras “aristocráticas” se convertían en octavas reales, rimadas. Porque, ¿cómo se puede trasvasar naturalmente al castellano los hexámetros dactílicos de la inmortal obra de Virgilio? Imposible. También en hexámetros dactílicos está compuesta la obra de Lucrecio De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas). Me la leí en un periquete por la traducción del Abate Marchena, seudónimo de un liberal y afrancesado, José Marchena y Ruiz de Cueto, que vivió entre los siglos XVIII y XIX. Vertió el poema de Lucrecio en endecasílabos.

El ejemplar de Lucrecio que yo leí llevaba una docta introducción de Agustín García Calvo, eximio profesor de latín. Por esos entonces yo había publicado alguna reseña de algún libro de García Calvo, enviándole el recorte a su domicilio de la Rúa de los Notarios, de Zamora, residencia que yo había conocido, saludándolo en esa ocasión, gracias a una antigua alumna suya de la Complutense, yendo a verle juntos. Agradeciendo la reseña, el profesor me envió, al poco, un ejemplar de su traducción del De rerum natura, publicada en la editorial Lucina, comandada por él mismo. La versión rítmica que García Calvo quiso imponer en el castellano, desde el poema lucreciano, pretendía ser absolutamente fiel al hexámetro dactílico. Pero el tono expresivo de tal verso ya no existe, ya no existe la duración de las vocales y los rasgos que lo sostenían. De forma que la versión de García Calvo es bastante penosa para poder disfrutarla.

Enrique Badosa se pregunta, en su texto sobre traducir poesía, si el traductor puede llegar a ser coautor del poema traducido. Ahí queda la cuestión. Se habla con ritmo, y el habla rítmica del texto poético original ha de quedar reflejada en el texto traducido. Él traduce un breve poema de Ungaretti, el fragmento 4 de Giorno per giorno, que pertenece al poemario Il dolore: “Mai, non saprete mai come m’illumina / l’ombra che mi si pone al lato, timida, / quando non spero più…” Estos tres versos Badosa los convierte en cuatro: “Nunca, nunca sabréis de qué manera / me ilumina la sombra / que se coloca, tímida a mi lado / cuando ya nada espero…” Y así lo justifica: “Me permito aumentar la traducción en un verso para lograr un endecasílabo que da rotundidad rítmica a lo vertido.”

Ángel Crespo tradujo la Commedia de Dante, cosa que le duró 10 años, en tercetos endecasílabos, encadenados y rimados, tal como lo hizo el florentino, sin contar con una muy eficaz informadora introducción y unas profusas notas puntuales de los personajes que, sobre todo, metió Dante en su Infierno. Fue también el que introdujo los textos fundamentales de Fernando Pessoa al lector español. Publicó la poesía completa de Francesco Petrarca, recibiendo por ello el Premio Nacional de Traducción. Tradujo asimismo a Casanova, a franceses y portugueses (incluyendo a brasileños) contemporáneos suyos, interesándose también por la poesía de lenguas minoritarias, como el aragonés o el retorromano. Crespo acuñó una afirmación muy hermosa, y certera, aseverando que una buena traducción poética, de cualquier lengua de partida, se incorpora, como auténtica obra poética propia, al patrimonio literario de la lengua de llegada.

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