Somalia y Yemen: la larga distancia

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Muhammad Ali ha cumplido 70 años y se suceden los homenajes a uno de los más grandes boxeadores de la segunda mitad del siglo XX.

 

Suele recordarse a Muhammad Alí por su manera liviana de moverse sobre el ring, nada habitual en un peso pesado. En su combate contra Liston, que le permitió conquistar su primer título mundial, asombró a todos los comentaristas –no siempre para bien, muchos se mofaron de su estilo– por esa combinación de ligereza de pies y contundencia de golpes: como se puede ver en el siguiente vídeo, flota en la larga distancia, fuera del alcance de los puños de Liston, hasta que decide entrar en la media distancia con un jab o en la corta con un crochet. Todos, golpes precisos: economía de acciones para lograr su propósito. Además de desesperar a sus oponentes, Alí conseguía salir casi indemne de los combates. Prueba de ello era su rostro de portada de revista, sin cicatrices, como el de un aplicado adolescente que estudiara Ingeniería en el Instituto Tecnológico de Massachussets.

 

 

 

 

La Unión Europea parece querer copiar de Alí la técnica de mantenerse en la larga distancia respecto al conflicto de Somalia. Con una novedad: a diferencia del boxeador de Louisville, la UE no arriesgará sus tropas haciendo que entren en la media y corta distancia ni siquiera para asestar golpes puntuales.

 

Hace unos días se conoció la noticia de que el Gobierno de Somalia había accedido a la petición de la Unión Europea para que las tropas que forman parte de la misión Atalanta, encargadas de proteger a los barcos que navegan por el océano Índico contra los ataques de los piratas somalíes, utilicen el espacio aéreo para bombardear las bases de los piratas. También se han autorizado los bombardeos desde los barcos de guerra.

 

La misión europea Atalanta, que comenzó en 2008 y se ha prorrogado ya hasta diciembre de 2012, cobra así una nueva dimensión. Hasta ahora su mandato se limitaba a repeler los ataques de los piratas brindando “protección a las embarcaciones que llevan ayuda humanitaria a Somalia, los envíos de la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM) y otras embarcaciones vulnerables que circulan por el golfo de Adén y la cuenca somalí”. También se especificaba que “sus patrullas navales disuaden, desbaratan y detienen a los piratas que encuentran en el mar”.

 

En la carta que la Alta Representante de Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, Catherine Ashton, envió al Gobierno Somalí para solicitar la aprobación de estos futuros ataques se afirmaba que: «La UE sólo impulsará estas acciones utilizando la fuerza necesaria y proporcionada, de manera que sean consistentes con la aplicación del Derecho Humanitario y de Derechos Humanos internacionales». También se mostraba zalamera al afirmar que desde la UE solo se impulsarían acciones (sic) que no socavasen el gobierno local. Gobierno local: la mejor expresión para definir al Gobierno somalí, que ejerce un control del país nulo, limitándose a sobrevivir en Mogadiscio y alrededores con el apoyo de la misión de Unión Africana que la UE financia, en parte, con unos 100 millones de euros anuales.

 

Gran parte del problema de la piratería en Somalia tiene relación con la falta de recursos pesqueros en las costas somalíes, esquilmados durante años por barcos de pesca occidentales, incluidos muchos europeos. Parece un tanto disparatado tratar de solucionar un problema relacionado con el desarrollo económico de un país y de sus habitantes bombardeándolo y matando a esos habitantes, incapaces de ejercer desde hace años la pesca de bajura, su tradicional modo de vida. Aunque también es la situación el estrecho de Adén no resulta sostenible para la flota pesquera y comercial que recorre aquellas aguas. Por mucho que algunos piratas sean Robin Hoods que redistribuyen sus ganancias entre sus empobrecidas comunidades de origen, parece innegable que hay que hacer algo para evitar sus acciones.

 

La cuestión es: ¿Son los bombardeos una solución? A lo que se podría añadir –eufemismos de Mrs. Ashton al margen: ¿Significa que la UE se implica directamente en la guerra de Somalia? Habrá que esperar a que se produzcan los primeros ataques aéreos y navales de la misión Atalanta para valorar su eficacia.

 

Sí contamos, en cambio, con elementos de juicio para valorar los ataques aéreos y navales que desde hace ya algún tiempo está llevando a cabo Estados Unidos en el territorio de Yemen. El país, vecino de Somalia, continúa enfrentándose a un inestabilidad preocupante, que no ha resuelto la salida del dictador Saleh. El objetivo teórico de los ataques estadounidenses son las células de Al Queda en la Península Arábiga (AQAP, por sus siglas en inglés).

 

Hace unos meses, se desastó una gran polémica en Estados Unidos cuando se supo que un ciudadano estadounidense, Anuar al Awlaki, fue el objetivo de uno de esos ataques estadounidenses sobre territorio yemení llevados a cabo con aviones no tripulados (los conocidos drones). Obama ha confirmado la orden que permite estos asesinatos selectivos, que por otra parte se efectúna desde hace años. El debate en Estados Unidos es más refinado: no se cuestiona que sus fuerzas de seguridad estén legitimadas para asesinar a personas sospechosas de terrorismo sin necesidad de un proceso, un tribunal, una condena. El debate se centra en si resulta legítimo asesinar de ese modo a ciudadanos estadounidenses que, según parece, son también personas, incluso aunque sean enemigos, pero no personas como el resto. Lo sé, es confuso.

 

Los drones están siendo utilizados tanto para recoger información como para llevar a cabo ataques. Estados Unidos justifica su utilidad, si bien estos juguetes bélicos suelen cobrar protagonismo por los errores que se comenten al utilizarlos en Afganistán, Paquistán o el mismo Yemén. Por cada golpe preciso que logran asestar a los enemigos de Estados Unidos, cometen graves errores que ya han costado la vida a cientos de civiles.

 

En el siguiente reportaje, emitido recientemente por el canal catarí Al Jazeera, se explican algunas de las consecuencias que tienen los ataques fallidos de los aviones no tripulados. Como dice un líder tribal que aparece en el reportaje las víctimas civiles que causan esos ataques –incluidos viejos, mujeres y niños– propician que las filas de los insurgentes aumenten. Se complica así la situación de un país ya de por sí inestable y sostenido con precarios equilibrios que apuntalan el frágil poder central de Sanáa, a pesar del distante apoyo estadounidense.

 

 

Tras una inhabilitación de varios años por negarse a participar en la guerra de Vietnam (“Ningún vietcong me ha llamado nunca nigger”), Muhammad Alí regresó a los rings con mucha menos agilidad en sus piernas. Aunque seguía recorriendo el cuadrilátero con una ligereza inusitada para un peso pesado, ya no era el mismo que había deslumbrado en sus primeros combates. Aún así, Alí decidió que se arriesgaría a disputar un combate contra George Foreman, el campeón invicto de los pesados en aquel momento. Las apuestas pronosticaban que Alí perdería. De hecho, muchos temían que su integridad física corría un serio peligro. Foreman no era rápido, pero sí contundente. Una especie de martillo pilón que causaba profundas abolladuras en los sacos de entrenamiento rellenos de arena compactada.

 

Aquel combate subvencionado por Mobutu, el dictador de Zaire, alcanzaría un estatus de leyenda. Alí disputó el primer asalto fiel a su estilo, bailando en la larga distancia, inalcanzable para Foreman. Incluso se permitía lanzar golpes de derecha en lugar de los habituales jabs de izquierda: todo un insulto, según Norman Mailer, para un boxeador profesional. Pero Alí, como decimos, no era ya un hombre joven. Sus piernas no habrían resistido esa estrategia de combate durante doce asaltos. Así que había previsto una táctica alternativa que comportaba muchos riesgos: pararse, apoyarse en las cuerdas y dejar que Foreman le golpease furiosamente. Golpes terribles, que hubieran costado el equilibrio y la lucidez a la mayoría de los boxeadores. Alí resistió aquel castigo hasta que Foreman comenzó a ofrecer muestras de cansancio. Sólo entonces se decidió a salir de las cuerdas y lanzar la veloz combinación de golpes precisos que le permitió ganar el combate.

 

La táctica de matenerse en la larga distancia de conflictos como los que viven en Afghanistan, Yemén o ciertas regiones de Paquistán no han dado los resultados esperados. Cabe preguntarse si Estados Unidos cuenta con inteligencia sobre el terreno de la que pueda fiarse a la hora de establecer sus objetivos.

 

¿Y Europa? ¿Contará con inteligencia en Somalia que le permita discriminar entre los buenos y los malos? Por mucho que dispongan de las capacidades militares para golpear desde lejos sin manchar los uniformes de sus tropas ni arriesgar su integridad, Estados Unidos y la Unión Europea tal vez deberían plantearse que, en ocasiones, los problemas sólo pueden resolverse sobre el terreno. Y no sólo con armas, tal y como llevan haciendo desde hace años, centrados en armar al ejército somalí. Los planes de acción humanitaria y desarrollo económico y social suelen ser más eficaces y costar menos que los ataques militares cuando se aplican con los medios y el empeño adecuados. En todo caso, son indispensables –complementarios o no de las acciones militares– si se trata de estabilizar un país. Máxime cuando ese país afronta una hambruna seria.

 

Tal vez las alternativas para solucionar los problemas en Somalia sean a estas alturas muy pocas. Lo que no se hizo en el pasado reduce enormemente el margen de maniobra en el presente. Además, seguramente cualquiera de esas alternativas tenga que incluir por desgracia acciones de guerra.

 

Pero si algo nos enseña la biografía de Alí es que uno no puede disputar todo un combate, si pretende ganarlo, permaneciendo en la larga distancia. De hecho, hasta la fecha no se conoce el caso de un sólo boxeador –ni de un sólo ejército– que haya ganado un combate manteniéndose durante todos y cada uno de los asaltos en la larga distancia: actuando así, puedes lograr que no te noquean, pero terminas perdiendo a los puntos por decisión unánime.