La primera vez que recuerdo haber visto a Esperanza Pedreño sobre un escenario fue en el Pequeño Teatro Gran Vía a bordo de El Quijote para torpes, descacharrante juguete repleto de coña cervantina escrito y dirigido por el también actor Juan Manuel Cifuentes. Lo interpretaban “tres actores en estado de vertiginosa inspiración”, según escribí en la crítica publicada por ABC el 14 de junio de 2005. “Nacho Rubio e Israel Ruiz –señalaba también– realizan un agotador trabajo, aunque me van a permitir que haga una mención especial a Esperanza Pedreño, una actriz vivaracha que es capaz de poner caras de china, japonesa, coreana y filipina (¡y son diferentes, se lo aseguro!)”.
Me llamó mucho la atención aquella actriz distinta, de comicidad inusual, que al poco se hizo popularísima por su papel de Cañizares en el espacio televisivo Cámara Café. La he vuelto a ver en un par de espectáculos teatrales más: Magia Café, de Paloma Pedrero, en 2014, y un año después en su formidable trabajo de puesta en escena e interpretación de Mi relación con la comida, de Angélica Liddell.
Se asoma ahora, todos los miércoles de julio, al escenario del Teatro Alfil, donde presenta Coneja, un monólogo escrito, dirigido e interpretado por ella y donde reedita ese humor tan personal y esquinado, que a veces se califica de surrealista, término que se ha venido a convertir en sobado sinónimo de raro. Y no, no me parece surrealista el humor de Esperanza Pedreño; nada hay en él de zambullidas en lo onírico, de utilización de los automatismos creativos o apelaciones a lo inconsciente. Mejor le sentaría, si me apuran, la etiqueta de cubista por su capacidad para presentar la realidad de frente y perfil al tiempo, e incluso la de cuántico por su habilidad para simultanear realidades alternativas. ¿Cómo si no pueden entretejerse en un discurso coherente (aunque sea de coherencia dislocada) los conceptos de maternidad y educación, recuerdos de la infancia, personajes como Paolo Vasile y Santiago Abascal, episodios cotidianos y La paradoja del comediante de Diderot?
Coneja, que se anuncia como la primera parte de una Trilogía de la desaparición, no es un monólogo cómico al uso, de esos concebidos como una sucesión de chistes con un hilo conductor y un tañido costumbrista en su espina dorsal. Es un extraño artefacto crudo y tierno a la vez, rebosante de feroz autoironía, de vibración subversiva a contracorriente, que sabe sacar chispas de las mezquindades padecidas y roza lo patético con inteligencia desafiante y sin que le tiemble el pulso; una singular declaración de independencia dependiente de los vaivenes del mundo y de la vida. Un taburete y un micrófono le bastan a Pedreño, ataviada con un vestido claro y corto de línea trapecio, como apoyos escenográficos para devanar la madeja de este espectáculo sencillo y rotundo, que concluye con la promesa latente de un mayor desarrollo en las siguientes dos entregas de la trilogía.
Título: Coneja. Autora, directora e intérprete: Esperanza Pedreño. Vestuario: Daniela Presta. Teatro Alfil. Madrid. 17 de julio de 2019.