Guinea Ecuatorial, la antigua colonia española hasta 1968, ha tenido desde su independencia tantas librerías como presidentes. Y eso que ha habido pocos: primero, el sanguinario Macías, un Pol Pot africano, que destrozó el país y mató a miles de guineanos. Y luego, tras un golpe de estado en 1979, el omnipresente dictador Teodoro Obiang. Las librerías han tenido que esperar hasta 2012: una se ha abierto en Bata, ciudad de la región continental, y otra en Malabo, capital del país, en la isla de Bioko.
Incluso en las ciudades más pobres alguien se las arregla para juntar unos libros viejos y venderlos en un local diminuto. Por eso la falta de una librería en Malabo me pareció inquietante cuando visité Bioko durante mes y medio en 2005 para dar un curso en la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial. El sistema educativo está obsoleto y muchos profesores siguen dictando las clases. Tampoco hay una biblioteca decente en la universidad. Pero los alumnos leían, visitaban las bibliotecas de los centros culturales español y francés, algunos estaban hambrientos de saber cosas. El país crecía –y crece, a un 7,8% en 2011-, con una economía que se ha multiplicado por más de 35 desde 1996, cuando se empezó a extraer petróleo. Y entonces ¿por qué nadie abría una librería en Guinea Ecuatorial? ¿Nadie la echaba en falta?
“Yo volví aquí con mis títulos y me dijeron que me estuviera tranquilo y no intentara cambiar demasiadas cosas”, me comentó una tarde soleada un chico que trabajaba en la administración. La cultura, está visto, no es buena amiga de algunos: Guinea Ecuatorial no es una democracia. Con un solo escaño de la oposición en el parlamento, el de Plácido Micó, socialista y antiguo represaliado por Obiang, no puede haber democracia. También lo dicen los informes de Human Rights Watch o Amnistía Internacional, que denuncian corrupción y torturas, falta de libertad de expresión o ausencia de medios independientes.
Hay una estructura de poder muy arraigada. Arriba, Obiang, cuya foto aparece hasta en la sopa. Y de ahí hacia abajo, familiares, amigos, personas del mismo clan, miembros de su partido, el PDGE (Partido Democrático de Guinea Ecuatorial, como lo oyen) o simpatizantes y allegados. La universidad está absolutamente politizada, los cargos parecen casi vitalicios y dependen del carnet del partido, no de los méritos académicos. Y como en toda pirámide de poder, también los de abajo se aprietan y quieren convertirse en pequeños bloques del edificio: hay titulares, suplentes y suplentes de suplentes, todos esperando su momento en una perfecta jerarquía. Y están los militares, con sus temidas barreras a la entrada de los pueblos, donde hay que rascarse el bolsillo y dejar alguna lata de cerveza, algún brick de vino o algún franco cefa, la moneda de la zona, que también comparten otros países como Camerún y Gabón.
Pero hay quienes tienen paciencia, se saben mover, piden los permisos necesarios y no desesperan cuando creen en un proyecto. Como el antropólogo catalán Gustau Nerín. Lleva 22 años viajando a Guinea Ecuatorial, los siete últimos con residencia fija en Bata, donde imparte clases en el colegio español. Con ese bagaje, pensó que era hora de comprobar si los bajos índices de lectura en Guinea podían cambiar con una buena librería al alcance de la mano. Y por eso formó, junto a los escritores Mariano Ekomo y José Fernando Siale Djangany, la Asociación Literaria Página de Luz. Con mucho esfuerzo y una ayuda decisiva del centro Cultural Español de Bata, que cedió un espacio y dio financiación, fundaron la librería, que echó a andar el pasado junio.
“Gustau es un valiente”, me decía hace unas semanas una amiga suya. Tuve oportunidad de conocerlo hace unos años en un congreso de literatura hispanoafricana y no parecía un académico apolillado: Gustau se había perdido primero por los caminos y los pueblos de Guinea Ecuatorial a hablar con la gente. Y ya luego, con los años, había escrito su tesis, sin ceder a las prisas universitarias que se dan en las viejas metrópolis, muchas veces para no decir nada.
Con ese mismo espíritu sencillo ha ayudado a abrir este establecimiento. Sin elitismos académicos: se trata de una librería muy generalista, que va desde la historia hasta el cómic, pasando por la filosofía, la literatura universal y muchos libros sobre África. “La idea era crear una especie de librería de pueblo. Nosotros no podemos llegar a los niveles de especialización de una librería de ciudad. Lo que pretendemos es que si alguien quiere un buen ensayo o una buena novela pueda encontrarlos”, afirma Nerín en conversación telefónica desde Madrid. “Tampoco sabíamos muy bien qué iba a leer la gente, porque aquí funciona el boca a boca y no la dictadura de la crítica, como en los países occidentales”. Y lo que descubrieron fue que triunfaban los libros sobre fútbol y sobre sexo. Y sobre Guinea: “hay muchos que se interesan por libros que reflexionan sobre la realidad de su propio país”.
De entre esos libros, hay varios de Gustau Nerín. Quizá uno de los más interesantes sea Un guardia civil en la selva, que cuenta, a través de la historia de Julián Ayala, miembro de la Guardia Colonial, la historia de la colonización española de Guinea durante las primeras décadas del siglo XX. Los territorios de Guinea Ecuatorial pertenecían a España desde 1777, según un tratado entre España y Portugal, pero no fue hasta la pérdida de las últimas colonias americanas, en 1898, que España miró de verdad hacia el África ecuatorial. En ese momento comenzó un proceso a sangre, fuego y machete que acabó tras el control del territorio.
La historia oficial ha sido benevolente con el colonialismo español en Guinea. El mismo almirante Carrero Blanco, que hizo muchos negocios en la excolonia y fue presidente del Gobierno de Franco hasta que lo asesinó ETA en 1973, afirmó: “España nunca ha explotado a los naturales de la República Ecuatorial. Lejos de sacar ningún provecho económico de ellos, ha dado cuanto ha podido”. A través de la historia de Julián Ayala, un crápula en toda regla, la realidad se ve muy diferente: en Guinea había campos de trabajo que parecían de concentración, se practicó el genocidio de algunos clanes que se resistieron al poder colonial. Y se formó una casta rijosa que violaba mujeres y practicaba la corrupción y el contrabando, con la complicidad de la metrópoli. Todavía hoy hay viejos que se estremecen relatando las historias sobre Ayala.
La vieja metrópoli perdió la memoria
¿Por qué no se cuenta nada de lo que dice Nerín en las aulas de los colegios españoles? Cuando en 1969 se produjo la ruptura definitiva entre la cruel dictadura de Macías y el régimen de Franco, Guinea se convirtió en “materia reservada”, según la propia terminología franquista. Pero la relación con Guinea seguía. Puede que el negro de la piel guineana se confunda con el de otros africanos que vinieron más tarde, atraídos por un país que empezaba a prosperar. Pero durante muchos años fueron los únicos negros que había en España. Unos habían venido a estudiar, becados por instituciones españolas. Y otros se exiliaron, atemorizados por el régimen de Macías.
Guinea está presente en España, a pesar de la tendencia patológica que tenemos a olvidar el pasado. Se puede ver en el censo de muchas ciudades españolas. En Madrid, en Barcelona, en Valencia, en Las Palmas de Gran Canaria. Y España está presente en Guinea a través del español. Pero también en el casco colonial de Malabo, en algunas antiguas escuelas y prisiones, en la vieja casa donde reside el embajador. O en los supermercados, en la cerveza española, el vino de tetra-brick, en los cigarrillos Krüger, que yo solo había visto en Canarias. Hay gente que es del Madrid y otra que es del Barcelona. Y cuando la selección española gana una Eurocopa o un Mundial hay guineanos que salen a la calle a celebrarlo, aunque aquí no se sepa.
Los alumnos de la universidad nunca pararon de preguntarme sobre España. Los que no habían venido todavía soñaban con venir, a pesar de los problemas para conseguir el visado. Recuerdo al padre Ángel, que se sabía algunas canciones independentistas canarias tras su paso por el seminario de La Laguna, en Tenerife. O el pasmo que sentí cuando Amor, una alumna de sonrisa infinita, empezó a cantar con dulzura el Cara el Sol y el himno nacional con letra falangista de José María Pemán. Pero sobre todo recuerdo la sensación de abandono que sentían por parte de la “madre patria”, como la llamaban muchos. En Guinea se ve muy a menudo el canal internacional de Televisión Española, las referencias constantes a Latinoamérica, pero casi ninguna a Guinea. “Somos el hijo bastardo de un español y una negra y nos hemos tenido que buscar la vida”, me decía una noche con rencor un alumno de derecho, con la lengua suelta por unos tragos de alcohol.
Los lectores se hacen poco a poco
España no dejó un sistema educativo más o menos armado para la Guinea poscolonial, como sí hicieron otras potencias europeas como Francia en Senegal, o el Reino Unido en Ghana. “En primer lugar, porque era un territorio pequeño, pero también por una actitud muy paternalista. Eso sólo empezó a cambiar al final de la colonia”, afirma Nerín. Sin embargo, el público lector ha aumentado, entre la cada vez más numerosa población extranjera y los jóvenes guineanos que se han formado en el extranjero y vuelven a su país, atraídos por el crecimiento económico.
Para solventar las deficiencias de partida, la librería de Bata trabaja desde abajo, desde los niños, con una buena colección de literatura infantil que está funcionando muy bien. “Pero no sólo nos quedamos aquí. También salimos y vamos a los colegios para fomentar la lectura”. Los mayores problemas son siempre económicos. Están los del bolsillo propio, que han sorteado gracias a las ayudas de la Agencia Española de Cooperación Internacional: “aquí no se pueden devolver los libros a un depósito. Los que se compran hay que venderlos. Y hay que traerlos de España y Camerún”. Y los problemas ajenos: “los libros que realmente se venden están a tres o cuatro euros”. Por mucho que haya petróleo y un PIB per cápita anual en torno a 20.000 dólares, Guinea es un país con enormes desigualdades sociales y la riqueza se concentra en los sectores cercanos al régimen. “Pero incluso los que tienen dinero encuentran caro un libro de 10 euros, aunque luego se gasten un dineral en un gran coche o un televisor”.
De eso yo también me di cuenta en 2008. Ya hacía tres años de mi primera visita y volví a dar un curso en la universidad. Bioko se estaba llenando de carreteras, edificios modernos, grandes hoteles y el dinero del petróleo se olía por las esquinas. Había cada vez más franceses y americanos. Algunos eran cooperantes y otros parecían colonos del siglo XXI, con conexión a internet. Y también se notaba, más intensa todavía, una burguesía africana de bellezas despampanantes, grandes jeeps, joyas y ropa. Pero cosas importantes, como la universidad, seguían funcionando igual. O peor.
En este país que se ha vuelto ostentoso, Nerín y sus colegas cubren gastos y ya se plantean otras iniciativas, como hacer ediciones de literatura popular. Se trata de convertir la librería en un lugar de dinamización cultural. “Aunque ya se verá, hay que ir poco a poco”, afirma prudente.
Con esa intención nació la otra librería de Guinea, La Casa Tomada, que toma prestado el nombre de un cuento del escritor argentino Julio Cortázar y que fue inaugurada por la ministra delegada de Cultura y Turismo, la escritora hispanoguineana Guillermina Mekuy. Intenté hablar con ellos, pero no tenían muchas ganas. Así que tuve que quedarme con un comentario que uno de sus responsables, Juan Diosdado Nguere, hacía a la web oficial de noticias de Guinea Ecuatorial: “La Casa Tomada ha sido concebida como espacio cultural”. Todo un cambio, porque hasta ahora la mayor parte de la vida cultural se ha hecho en los centros culturales de la cooperación española y francesa. Y de poco a esta parte en el nuevo Centro Cultural Guineano, que depende del Gobierno.
“No nos traigas demasiado conocimiento”. Eso suelen decir a los que llegan, incluso si son compatriotas, quienes están más cómodos con la Guinea actual. Pero el conocimiento ya no hay que traerlo. Está a la vuelta de la esquina.
Jorge Berástegui es periodista e investigador. Estudió en la Escuela de Periodismo UAM/El País y es doctor en Literatura Inglesa por la Universidad de Alcalá de Henares, donde se ha especializado en estudios poscoloniales y ficción multicultural en el Reino Unido. En FronteraD ha publicado Katmandú: del espíritu al ladrillo