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AcordeónVientos autoritarios soplan desde Hungría. A Viktor Orbán no le va el...

Vientos autoritarios soplan desde Hungría. A Viktor Orbán no le va el ambiente

“The future’s in the air
I can feel it everywhere
Blowing with the wind of change”

Scorpions, ‘Wind of Change’

 

El mítico grupo de rock alemán Scorpions visitó la Unión Soviética en 1988. Fueron los primeros rockeros en tocar en la URSS. Tampoco conviene venirse arriba antes de tiempo, pues los Wham ya anduvieron por la muy inaccesible China de aquellos entonces –la primera banda occidental que lo hizo– allá por 1985. Eso sí era de verdad una hazaña, aunque su gran éxito, Freedom (que escenifica dicho periplo por el país asiático), no era una oda a la libertad en su noción de democracia liberal: los Wham no componían temas tan políticos como los Scorpions y no eran incómodos: simplemente se trataba de jóvenes cantando a la alegría de ser joven, todo hay que decirlo. Aún así, ciertas malas lenguas conjeturan que la libertad a la que hacía referencia el compositor del tema, George Michael, gay entonces sumido en las profundidades del armario, no iba de libertad tras salir de relaciones tóxicas, sino que transitaba otros derroteros. Nos vale: se discurrirá sobre el asunto.

Entre tanto, nos reincorporamos al peregrinaje soviético de los germanos. Se dice que los músicos percibían que algo estaba cambiando. La perestroika estaba haciendo sus efectos. Se veía en el aire, en el humor de la gente.

Love is in the air
Everywhere I look around
Love is in the air
Every sigh and every sound

Dicho estado de ánimo llevó a los germanos a componer el inolvidable tema ‘Wind of Change’, que salió muy oportunamente en 1991, cuando la URSS estaba colapsando y el Muro había caído en Berlín, y se convirtió en banda sonora de lo que la esperanza identificó como cambio… a mejor.

El futuro estaba ahí. Podía sentirse. O “se podía tocar”, en la discutible versión es español que el grupo se empeño en hacer (o su discográfica, quién sabe).

No era generalizado, para qué decirlo: en lo que quedaba de la Yugoslavia de Tito, el joven Slobodan Milošević estaba a punto de deslizar su país hacia la oscuridad más absoluta y la barbarie de una identidad étnica mal entendida (como estamos viendo ahora en la India (perdón: quise decir Bhārat) de Narendra Modi. Pero, en fin, no nos abandonemos al pesimismo con un inoportuno “quítame allá esos fanatismos nacionalistas”. También vale, por cierto.

Aún no había sucedido. De momento, Klaus Meine y sus compañeros seguían caminando paralelamente al Moscova, sintiendo aquel aire de esperanza, en dirección al parque Gorki…

Sin embargo, tres años más tarde –no estaban los músicos alemanes allí para verlo– llegó el golpe de Estado involucionista y, tras la intentona, Boris Yeltsin. Un presidente al que, oye, después de la afectada solemnidad a que nos tenían acostumbrados los graves líderes soviéticos, casi era un soplo de aire fresco, con vaharadas alcohólicas, huelga mentar, pero simpático. Se reía de lo lindo con Bill Clinton y traía alegría a unas relaciones internacionales muy necesitadas de duende. Que sí, que cuando el putsch contra Gorbachov el hombre se subió a los tanques, y allí ondeaba la bandera rusa, no la soviética y, por mucho que piensen algunos, quizá hubiera sido más responsable una defensa institucional del Estado, de la URSS, no de Rusia; y que, ya que hablamos de la URSS, se dio demasiada prisa por disolverla, quizá posibilitando un vacío geoestratégico un poco temerario. También le perdonamos la forma en que convirtió el comunismo en una oligarquía, la que permanece hoy en Rusia, en vez de una transición ordenada hacia el capitalismo. Al menos era divertido. Que me quede como estoy: quién hubiera imaginado lo que venía.

Luego, claro, llegó Putin. Y dejó de hacernos gracia. Pero igualmente “nos vale”.

 

2025, cosecha de pésimos caldos 

Ahora bien, hoy, entretanto se recogen los restos y –sobre todo– botellas rotas de la farra eufórica del alborear de los años 1990, aúllan malos vientos para la democracia. Braman amenaza. 2025, desde luego, no es año de buena cosecha para los sumilleres de derechos humanos. Por cada paso que avanzan los “triunfos” en valores democráticos, detrás de esa energía oscura que expande con mortíferos miasmas el universo geopolítico, corriéndolo todo al negro del populismo extremista de ultraderecha.

Esta fuerza oscura actúa de manera similar a los asentamientos israelíes en Cisjordania, potenciados por la guerra de limpieza étnica que Israel perpetra en territorios que el derecho internacional establece como ajenos. Dicha expansión tenebrosa está convirtiendo Palestina en nada, inviabilizando la llamada solución de los dos Estados (¿para qué se quiere un Estado que parece un queso gruyer bantustánico?

Todo este material autoritario funge como disolvente del tejido de la red cósmica de las democracias mundiales, abriendo sietes que las aíslan. Vacíos de gran potencia llenos de fanatismo que convierten un sistema democrático en una anécdota rodeada de autoritarismo. Apóstoles sus caudillos, no obstante, del moralismo que, como suele suceder, practican lo contrario de aquello con lo que se fustiga.

De más a menos reciente, dejando de lado la Rusia de Putin o el Estados Unidos de Trump, que caminan por sí solos sin parangón. En realidad, la cuestión rusa es transversal: citar ciertas crisis de muchos países es hablar de desestabilización con fuente en el Kremlin.

Saliendo de allí, comienza la ruta con Geert Wilders. Ganador indiscutible de las elecciones legislativas de 2023. Islamófobo y muy patriota, quien, paradojas de la vida, no tuvo empacho alguno en dejar tirado al gobierno de coalición de su país en 2012, cuando corrían momentos difíciles para su patria, coleando aún la gran recesión iniciada en 2008. Volvió a repetir la jugada en junio de 2025, saliéndose de nuevo del gobierno por la –a su juicio– excesiva demora en implementar sus 10 puntos antiinmigración, xenófobos y antieuropeos que pasaban por sacar el ejército a patrullar y una remigración al estilo de AfD, que en el este alemán es la fuerza mayoritaria: carne de distópicos relatos…si no fuera porque ya lo está aplicando Donald Trump en su país.

Wilders quiere sacar tajada del viento de cola de la victoria del ultraderechista (en realidad, ultratodo) PiS en los comicios presidenciales polacos del primero de junio de 2025, aupado en el rechazo a la inmigración, que en Polonia se identifica mayoritariamente con los ucranianos. Se les ve como inmigrantes a los que muchos campesinos polacos han cogido tirria a causa de la exención arancelaria propugnada por la Unión Europa para el agro ucraniano. La Unión decidió tal medida por aquello de darles salida de alguna manera, en tanto que sus puertos permanecen bloqueados por la armada rusa. Los agricultores polacos trinan por la competencia suscitada a sus productos ¿he dicho ucranianos? Los hay, sí, pero nada como fabricar una crisis si no tienes una, como la fabricada por Rusia en su protectorado bielorruso. La cosa venía de 2020, cuando tuvieron lugar las elecciones presidenciales. Cada cita electoral se cuenta por pucherazo en este país, que alberga al mandatario que más tiempo lleva en el poder en Europa y en el mundo: Aleksander Lukashenko. El presidente debe ser muy querido en el país, puesto que ha ganado todas las elecciones que se han celebrado desde 1994. En las de 2020 se produjo el enésimo fraude electoral. Cada organización de elecciones recuerda a la oficina del botones Sacarino: opositores encarcelados (como en la Turquía de Erdogan, pero generalizado y desde hace más tiempo), comisiones electorales controladas por el gobierno y observadores del proceso electoral puestos por el gobierno con fachada de participación de sociedad civil y palos en las ruedas para aquellos que quieran presentarse. No sólo que te encarcelen, sino que existen condiciones por ley ¡todo muy legal, ojo! Para poder presentarse como aquella absurda que exige tener 40 años como mínimo, haber vivido en el país 20 años y no haber residido en el extranjero. Nadie puede verificar esta manipulación electoral masiva porque no se invita a ninguna organización europea o mundial para ello. La UE criticó el proceso y Bielorrusia respondió elaborando cuidadosamente una crisis migratoria utilizando a personas procedentes de Oriente Medio, África del Norte y Rusia, sobre todo, que desestabilizó Polonia (también Letonia y Lituania) en 2021 y 2025. Su influencia en las elecciones presidenciales polacas de ese año es indiscutible, habida cuenta de que venció Karol Nawrocki por menos de un punto de diferencia, un candidato y hoy presidente ultraconservador, negacionista histórico y que celebra contratos de compra de inmuebles con delincuentes en el mismo centro penitenciario. Donald Tusk tuvo que implantar controles fronterizos ante la avalancha y se planteó suprimir el asilo, comprando propuestas del PiS para congraciarse con sus votantes, que le dieron la espalda en la última cita electoral.

Con sana envidia observa Vučić desde la distancia ¡esto es lo que yo necesito!, debe pensar. Comparado con Bielorrusia, Serbia es un páramo de democracia.

Al menos se puede protestar, y vaya si se protesta, en inédito y masivo movimiento de protesta estudiantil a cuyo lomo cabalga la mayoría de los serbios. Los manifestantes demandan que lo mínimo que debe llevar a cabo un gobierno cuando se gaste un pastizal en infraestructuras supermodernas es que no se les caigan encima a los usuarios, matando a quince personas, por ejemplo, en noviembre de 2024. De paso, lo acostumbrado: menos corrupción, menos autoritarismo, nada que no se lleve repitiendo décadas en Serbia.

El predsednik serbio reacciona insultando y calumniando a los estudiantes, calificándolos de borrachuzos, juerguistas y vagos que usan las protestas como excusa para montar fiestas. Pero los hechos hacen más ruido que las palabras y no sólo usa estas: también tira de represión brutal, recurriendo a los cobras (guardia pretoriana compuesta de tropas de élite al servicio de Vučić, como sueña Trump con su Guardia Nacional) y matones del gobierno que dan palizas, atropellan y reprimen a los manifestantes con porras y cañones sónicos. Y señalan al disidente deteniéndolo o dejándolo sin trabajo.

Cuate de Vučić es su vecino Milorad Dodik, presidente de la Republika Srspka (RS), uno de los tres entes que integran el hoy fallido Estado de Bosnia-Herzegovina (BiH), una estructura creada por los Acuerdos de Dayton (1995) pensada para rezar porque cualquiera de las chispas que vuelan sin control en este peculiar diseño constitucional no provoquen la ignición de las variadas mechas (irre)sueltas de las guerras de desintegración de Yugoslavia.

Ahora Dodik también la está liando. El serbobosnio mantiene una excelente sintonía con Viktor Orbán y también con Putin… ¡Él, que era la esperanza moderada de la secretaria de Estado Madeleine Albright en la segunda mitad de los años 1990! Ahora, en cambio, promueve la apología del genocidio perpetrado por los serbobosnios en Bosnia durante los 1990 y practica con denuedo el negacionismo histórico. Ha tenido a bien, además, desmontar por su cuenta el entramado institucional federal bosnio: le tenía ganas de un tiempo a esta parte. No reconoce en su RS los tribunales federales e ignora las órdenes de arresto contra su persona emitidas tanto por las autoridades federales como por el alto representante europeo que se supone garantiza la paz en el territorio (Europa no es que sea bienvenida aquí, y no es el único ejemplo ni país). Ha llevado su insolencia hasta el punto de pasearse por Sarajevo oriental rodado de policías srpskos armados que convertían en papel mojado las órdenes de arresto mientras los soldados federales contemplaban la escena entre ojipláticos e impotentes.

Esta desobediencia a las leyes y a las decisiones judiciales es seguida muy de cerca por Donald Trump en Estados Unidos, cuya última ocurrencia (son incontables) consistió en sacar el ejército en Los Ángeles para reprimir disturbios a causa de sus redadas indiscriminadas de inmigrantes, en contra del gobernador del estado de California, a quien el presidente pretende arrestar si se pasa de reivindicativo y donde la bandera de México se ha convertido en lema de las reivindicaciones. El desguace de las instituciones democráticas que está llevando a cabo Dodik es algo de lo que cierto anaranjado neoyorkino debe estar tomando nota de manera compulsiva.

En Georgia retroceden la igualdad y los derechos LGTBI, a la par que se proyecta una ley de agentes extranjeros similar a la de Putin para acallar toda disidencia. Y vio Nayib Bukele en El Salvador, que era bueno, y ya sueña con elucubrar una normativa similar ¡dónde va a parar! Si detienes a periodistas y miembros de ONG que te sacan los colores –la última, Ruth López–, siempre queda todo un poco… como improvisado. Con una ley de agentes extranjeros, tienes cobertura legal. Es más civilizado.

Si hablamos de Rumanía, la situación es algo mejor, tanto como preocupante. Allí, Nicușor Dan consiguió derrotar en mayo al delfín de Călin Georgescu, George Simion. Georgescu era el candidato de extrema derecha que arrasó en la primera vuelta de las elecciones de 2024. Iba de independiente y de austero. No hay más campaña que mis redes sociales, oiga. Al final, se descubrió que estaba dopado con guita del Kremlin: tampoco estaba tan hecho a sí mismo como proclamaba. Resultado: se prohibió a Georgescu presentarse. El político es una especie de Alvise Pérez a la rumana, otro hecho-a-sí-mismo acusado por financiación ilegal para su campaña electoral.

Bajando por el Caúcaso y tras el interludio balcánico, toca pasar al continente africano. Allí Uganda, por su parte, experimenta los efectos de una ley contra la homosexualidad que endurecía la ya increíblemente restrictiva de los años 1950, convirtiéndose en una de las normativas más opresivas del mundo, con penas que pueden llegar a la pena de muerte en algunos casos. No: 2025 no es el año de los gais, desde luego. Lo peor es que en 2024, el tribunal constitucional ugandés ratificó la ley en el razonamiento de que refleja los valores del país. Valores tradicionales, es de suponer, que serán objeto de exploración más abajo.

Finalizando el recorrido, porque no se puede abarcar todo, a riesgo de poco apretar, cabe pasar a las Américas. En concreto, Colombia, donde se evidencia la fragilidad del proceso de paz y el regreso de la violencia (se conoce como “tercera ola”) y las guerrillas y sus disidencias, en particular en la región del Catatumbo, pero también en Cauca y Valle del Cauca. El ambiente se va caldeando peligrosamente, con un Clan del Golfo (grupo de delincuencia organizada más poderoso del país, que se dedica a la extorsión y al narcotráfico) que aplica su “plan pistola” contra policías y militares en respuesta a la detención de sus jefes. Se ha llevado por delante las vidas de decenas de uniformados.

Ajeno al mencionado clan, se supone, es el intento de asesinato del senador y candidato opositor Miguel Uribe por un sicario de 15 años que le descerrajó tres tiros en la cabeza, a pesar de lo cual, la víctima sigue viva. El intento de asesinato rememora en muchos colombianos los años de plomo de las décadas de 1980 y 1990, cuando los asesinatos de líderes políticos eran moneda corriente en Colombia.

La situación no es muy halagüeña, aunque quien se lleva la palma es el Estado húngaro, empeñado en producir atropellos al Estado de derecho y a los derechos humanos como si no hubiera un mañana.

 

Pedofilia y homosexualidad: el disco de acreción húngaro

Se trata de un colosal agujero negro. Por una parte, devora derechos, se traga el bienestar de los niños. Los absorbe con tanta energía, giran tan veloz hacia el sumidero, que eyectan radiación de moralistas cuya conducta se afana en lo contrario de aquello que se desgañitan en proclamar en las tribunas. El agujero negro (en este caso, la red de orfanatos húngara) no se ve, pero adivinamos su presencia por el disco brillante generado por la corrupta actuación de cargos del Fidesz. Bien podría no haber sido avistado nunca: menos mal que el fulgor nos puso sobre la pista.

 

Estamos entre amigos

Ya hemos visto cómo los derechos fundamentales de la población, la independencia del poder judicial o el Estado de derecho giran rápido para caer por el desagüe. Un autócrata tiende a entenderse mejor con otro. Tráigase a colación, como excelente tarjeta de presentación, la visita de Bibi Netanyahu a su colega Orbán. Bibi, vaya por adelantado, es apócope de Benjamin, el apodo que recibe el líder israelí, por mucho que suene a ello, no debe confundirse con bebé, con los asesinados a bombazos o por inanición a causa de la guerra de exterminio y limpieza étnica desplegadas por Israel en la Franja.

Entre el 3 y el 6 de abril de 2025 recibió el mandatario húngaro a Netanyahu en Budapest, con todos los honores. La Fiscalía del Tribunal Penal Internacional (TPI) se dijo que aquello era una oportunidad fantástica para detenerlo, de modo que requirió formalmente al país magiar el 3 de abril a que procediera a arrestar al líder israelí, pues sobre él pesaba una orden de detención provisional desde 2024, que lo acusaba de cometer crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad contra la población palestina. Hungría es Estado parte del Estatuto de Roma (que rige el TPI) por lo que debía cumplir con tal obligación. ¿Respuesta de Netanyahu? Ya con Netanyahu en su territorio, Hungría declaró que abandonaba el TPI y se negó a arrestar al israelí. Si nos habíamos dejado a Dodik en Sarajevo oriental utilizando la policía pública como escoltas de traqueto de tercera, Orbán se sirve de todo un país para lo mismo.

El Tribunal consideró que dicho proceder podría haber impedido el ejercicio de sus funciones, y por ello inició el procedimiento sancionador correspondiente. Hungría sabe que no puede hacer eso. Lo primero, porque sigue formando parte del TPI, ya que aún no se ha hecho efectivamente la salida, ni esta puede materializarse por la mera declaración de expresarlo; lo segundo, porque la retirada del foro judicial no entraría en vigor hasta dentro de un año. Hungría tiene TPI para rato y está jurídicamente vinculado a acatar y cumplir sus resoluciones. Pero no va a suceder nada.

El TPI puede patalear lo que quiera, si bien sus juristas son plenamente conscientes de que poco más pueden hacer, habiéndose retirado del TPI el mismo Estados Unidos y no formando parte ni Rusia ni China. El TPI como tribunal penal predeterminado para enjuiciar criminales importantes es de cascarilla, sólo van al banquillo los mindundis de la comunidad internacional.

 

Historia de un compromiso europeo

Mas Hungría no fue siempre así. Hubo un tiempo en que se comprometió con los valores europeos (Estado de derecho, protección de los derechos humanos, sistema democrático). Normal: es preceptivo que todo aquel país que aspire a ser candidato del club europeo debe observar y –es más– desear. Hungría entró a la Unión en 2004, en la llamada “quinta ampliación”. Antes, fue imperioso transitar por un largo proceso (tal y como sucedió con España y Portugal). A finales de los años 1980, el país estaba lejos de la convergencia con los criterios de ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea CEE). Se trataba de una economía socialista: faltaba uno de los presupuestos básicos que comparten los comunitarios, como un sistema de libre mercado. Luego viene lo de los derechos humanos y el Estado de derecho. Mientras dure el proceso, los países candidatos deben adoptar una serie de instrumentos internacionales, comunitarios y de derecho interno que atestigüen que se persevera en los valores europeos. Es decir: lo contrario de lo que no lleva a cano la Serbia de Vučić: es el mejor ejemplo para ilustrar cómo no se debe obrar.

—Tú quieres que ucrania entre en la UE, ¿no? –pregunta un negociador comunitario, vestido de preceptivo negro, a Volodimir Zelenski, quien se entretiene mirando los artesonados de madera de una suntuosa sala del siglo XVIII.

—Hombre, claro –responde el ucraniano, tomando aire ante una perspectiva más que incierta, proyectando su mirada al infinito.

—Pues entonces –tercia el diplomático– haz lo contrario de lo que está haciendo Serbia.

—Ok.

—Pero no digas eso en la rueda de prensa conjunta.

Con los regímenes comunistas tambaleándose en toda Europa, Hungría comenzó a acercarse a la CEE. Formó parte de determinados programas de asistencia comunitaria y suscribió con la organización tratados de estabilización y asociación (del mismo modo que los Balcanes Occidentales hoy). Entretanto, la Comunidad Europea iba perfilando los requisitos de adhesión para futuros candidatos, entrando en vigor los criterios de Copenhague (en realidad, Copenhague-Madrid).

En 1994, una Hungría en transición solicita formalmente el ingreso en la ya Unión Europea, iniciándose las negociaciones de acceso cuatro años después y concluyendo en 2002. Hungría estaba lista, determinaron los representantes de la UE. Faltaba el referéndum, que se celebra en 2003, siendo aprobado por una abrumadora mayoría de casi el 84% de húngaros a favor, un referéndum de verdad, no como el que se explicará después.

Conviene tener en cuenta este resultado, a tenor del antieuropeísmo de Orbán y su partido. Hoy, en cambio, se articulan otro tipo de referendos, si bien más en la onda de no entrar que de entrar en la UE. Un ejemplo es la convocatoria de uno de estos plebiscitos al objeto de que Ucrania no ingrese en la UE. La razón argüida es que están hartos de que Europa les diga lo que tienen que hacer, que les impongan su criterio, persistiendo en la letanía ya convertida en ruido blanco (hace más de una década) de que Hungría no será jamás una colonia de Europa: un axioma del populismo tanto dentro como fuera de la Unión entre cuyos partidarios internos están la Polonia del PiS (que se fue del gobierno del país, pero no acaba de irse del todo), la Eslovaquia de Fico y por supuesto los orbanistas.

Entre los externos, la Serbia de Vučić, que aplica de manera contumaz el principio básico de política exterior conocido como el perro del hortelano: Serbia es una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Lo mismo hace todo lo contrario de lo que la UE le exige como, en junio de 2025, declara su alineación con la UE tras años y años ignorando sus demandas. La UE, como el típico progenitor que amenaza a su hijo con castigarlo mil veces y no lo hace ninguna, se desgañita una y otra vez amenazando a Serbia con perjudicar el proceso de adhesión sin continúa en sus trece.

“Me estás asuntando”, podría perfectamente reconocer cualquier diplomático comunitario al ver a Vučić visitando a Zelenski en Kiev. Serbia y Dodik son los mayores entusiastas de Putin en el contencioso de Ucrania y Belgrado se declaró neutral, al respecto algo que recuerda la “no beligerancia española” contra los nazis en su momento.

Mientras tanto, resuenan las voces de una airada inteligencia exterior rusa que acusa a Belgrado de violar su neutralidad por vender armas a Ucrania ¿Teatro? Imposible probarlo, porque lo que sí hace Serbia es mandar voluntarios a combatir junto a los rusos utilizando territorio de la RS, aunque se prohíbe por ley a los serbios luchar como mercenarios.

En suma: Hungría, Eslovaquia y Polonia (en su momento) firmaron con la UE que se comprometían a observar los valores europeos. Serbia, también, ya que no es miembro de la UE y de cumplir con lo que la UE estipula dependerá su membresía. Sin embargo, de repente, hace unos años, estos países descubrieron que la Unión Europea era un dechado de opresión  que quería colonizarlos. Muchos hablan ya del “triángulo euroescéptico” Eslovaquia-Hungría-Serbia (si es que no se suma Polonia tras las próximas elecciones presidenciales)

 

Valores europeos y LGTBIQ: cuando Hungría se alineaba con Europa

Tornamos a los Criterios de Copenhague: Budapest se comprometió a su cumplimiento. En el aspecto de las personas LGTBIQ, comenzó con buen pie. Por entonces, el poder judicial húngaro era independiente y no se alineaba con el gobierno como sucede ahora. Tanto es así que, en 1995, llegó al Tribunal Constitucional un recurso en el que se planteaba que la legislación sobre familia que restringía el matrimonio y la cohabitación solo a parejas heterosexuales suponía una discriminación sexual. La judicatura húngara, más bien conservadora, falló en contra, estableciendo que, por su propósito de salvaguardar la tradición y la protección constitucional de esta, el matrimonio debía darse sólo entre parejas de distinto sexo.

Peeero: dejó una decisiva puerta abierta, flexibilizando su postura sobre la cohabitación, y estipulando que, en efecto, constituía discriminación sexual no permitir el registro de cohabitantes del mismo sexo, que se definió como una asociación emocional y económica de dos personas que viven juntas sin casarse. Registrarlas era otra cosa lo que, evidentemente, ocasionó algún que otro problema legal si era necesario constatar una unión que funcionaba a todos los efectos como un matrimonio, ya que no había constancia jurídica de tal unión: era una cohabitación sin registro ni huella jurídicos.

Sin embargo, algo que fue muy criticado, siguió restringiendo la presencia de menores en estas cohabitaciones, arguyendo el tribunal razones en torno a la protección de la infancia: ahí lo tenemos. Tres décadas después no sólo no se ha avanzado, sino que se ha desandado camino y el Fidesz sigue exhibiendo los mismos argumentos, sólo que con un poder judicial controlado por ellos.

Eso llegaría después, de momento seguimos en la era pre-Orbán. Desde 1996, el asunto de las uniones homosexuales fue un punto de inflexión en los derechos el colectivo y los debates continuaron, llegando al año 2007, que asistió a una sociedad preparada para ir más allá. En diciembre de dicho año vio la luz la ley de cohabitación registrada que seguía la normativa europea del rubro, equiparándose a una unión de hecho. La ley entró en vigor en 2009 y no hablaba de sexos, era indiferente el sexo de los convivientes. La unión se inscribía ante las mismas instancias que los matrimonios y tenía prácticamente los mismos derechos que estos. Subsistían, en cualquier caso, algunas diferencias entre las cohabitaciones registradas y los matrimonios: cómo no, en relación a los menores. No era perfecto, pero viendo lo que ha hoy supuso un avance incuestionable.

Y en esas llegó el Fidesz al poder. Con todo, se trataba de una formación bastante conservadora, si bien no comparable a lo que es hoy. De hecho, Orbán ocupó el cargo de primer ministro en la legislatura 1998-2002, en la onda de los cristianodemócratas europeos. De hecho, se sentaba en el Parlamento Europeo en los escaños del grupo de los populares europeos. Parece que haga siglos de aquello.

En 2010, tras perder el gobierno, Orbán volvió al poder. Las segundas partes en estos asuntos nunca fueron buenas, pues se suele volver más echado al monte que antes: que se lo digan a los estadounidenses.

 

Los idilios más intensos son los que se rompen con más virulencia

Desde 2010, todo va a seguir otros derroteros. Al objeto de conjugar la labor legislativa anterior, un Orbán crecido por su éxito electoral incontestable puso la primera piedra de una confrontación permanente con la UE. Uno de los primeros cometidos de nuevo gobierno pasa por la redacción de una nueva constitución. Es menester poner de relieve que el empeño, en principio, no es baladí: redactar una nueva ley fundamental que sustituyera a la comunista de 1949. El país necesitaba una nueva, eso era incuestionable. El problema es cómo se llevó a cabo.

 

La ‘Grundchapuza’

El texto nació viciado desde su concepción, rayana en una de las típicas chapuzas tipo Mortadelo y Filemón, aunque con mucha más mala baba. El encargado de elaborar el borrador constitucional fue József Szájer, importante figura de la que se platicará largo y tendido. Este “padre de la constitución” (se le podría llamar así en España) presidía el Comité de Consulta Nacional que asistía a la redacción de la norma. A continuación, Fidesz (básicamente dicha formación) propuso enmiendas. La oposición podía votarlas afirmativa o negativamente, pero no pintaba nada en su confección. Por dicha razón se denominó esta farsa un “golpe constitucional”.

Con la versión definitiva lista, se preparó para enviarla a la población a fin de que aprobara – o no– la norma mediante ¿referéndum? No exactamente. Como distaba un largo trecho de poder considerarse tal cosa, se designa a este plebiscitario despropósito como “consulta nacional”. Dicho dislate consistió en algo tan cutre como difícil de imaginar: el envío de ocho millones de cuestionarios a los electores húngaros con una serie de preguntas (totalmente sesgadas) para que, sobre la base de ellas, los húngaros decidían si aprobaban o no el magno articulado… ¡por correo! Los electores (o lo que fuera), lógicamente, no se lo tomaron muy en serio. Sólo retornó el diez por ciento de los cuestionarios. Con tan incontestable voluntad del pueblo en sus manos, se sometió a voto el texto constitucional en el parlamento, donde la apisonadora Fidesz la sacó adelante con sus aliados y con los dos tercios necesarios de los sufragios. Esto, en sí mismo, ya da que pensar, aunque es una excelente carta de presentación de lo que se avecinaba. Los partidos de la oposición se juraron desde entonces para cambiar la falaz constitución, difícil afán si tomamos en consideración el pequeño detalle de que Orbán arrasa en cada proceso electoral.

La Comisión Europea para la Democracia por el Derecho (Comisión de Venecia), dependiente del Consejo de Europa, alabó la intención de dotar al país de una nueva norma suprema, pero de ahí no pasó: denunció irregularidad del proceso (que calificó de “lamentable”), donde los estándares democráticos esenciales brillaban por su ausencia. Los rasgos definitorios de la constitución y el proceso de su elaboración son, según la Comisión, falta de transparencia, supresión del diálogo entre la mayoría en el gobierno y la oposición, insuficientes oportunidades para un debate público adecuado, y un plazo muy ajustado (sí, como las elecciones que organizó Vučić en medio de las navidades del pasado año), que sustrae, naturalmente, el sereno debate y contraposición de ideas que una sociedad requiere para la adopción de una norma de tal calado.

Por todo lo esbozado, el texto legal “aprobado” fue calificado por los expertos no como una constitución, sino como un programa de gobierno a largo plazo del Fidesz. En este sentido, el contenido legal de la norma fundamental “promovía” valores familiares tradicionales y rechazaba –a diferencia de la llamada “degradación occidental”– los derechos LGTBI, vetando el matrimonio homosexual. Del mismo modo, ataca la independencia judicial, estipulando que los jueces se jubilen antes… para colocar a los suyos y, así, influir de manera descarada en la composición del tribula constitucional (no vaya a venirse arriba con los matrimonios homosexuales, por ejemplo), además de que se coarta a ciudadano y oenegés la posibilidad de acudir a dicho foro jurisdiccional cuando se considere que se viola la constitución. Los innumerables regaños de la UE al respecto son piedra de toque del poco efecto que suscitan.

 

La fijación de Fidesz con los gais

“Desde un punto de vista moral no hay ninguna diferencia entre el comportamiento de un pedófilo y los que piden esto [matrimonio gay, adopción por gais]. El niño en ambos casos es un objeto, un artículo de placer, un objeto de realización personal”

László Kövér, presidente del parlamento húngaro, 2019

Volvemos a la temática sobre la homofobia: desde la tribuna, en un mitin electoral, en 2019, una de las personas con mayor poder institucional de Hungría, László Kövér, presidente del Parlamento húngaro, equiparó la homosexualidad a la pedofilia. Esto no es, ni muchos menos, exclusivo de la homofobiosfera húngara: no hay más que ver Philadelphia para ¿descubrir? que no es una cuestión de democracias construidas de aquella manera en el este europeo.

Seguimos con Kövér: el político ostenta la dignidad de integrar el selecto grupo de los fundadores de Fidesz. El político es, además de homófobo, (pro)nazi: no le suscitan simpatía ni los judíos ni la etnia gitana. Otros lo dicen más abiertamente: para Zsolt Bayer (periodista prorruso y antisemita muy cercano a Orbán, los romaníes son incapaces de vivir en sociedad, son animales que no deberían existir. Bayer profesa igualmente el preceptivo rechazo a la UE. “Quita tus manos de Hungría, Unión Europea. No somos una colonia”. Exhorta. Es un lema de la ultraderecha nacionalpopulista europea que traspasa lo húngaro y en Estados Unidos se transforma en “Europa me engaña” o “Europa me roba”. László Kövér, József Szájer. Quédese el lector con estos dos nombres, porque serán recurrentes.

Fidesz llegó al poder en 2010. Viktor Orbán comanda el país desde entonces y, cuatro años más tarde, ya era objeto de seria preocupación en los mentideros de la UE por su decidido ataque contra la institucionalidad democrática. Sería imposible abarcarlo todo, por lo que nos centraremos en las andanzas de este aciago 2025 con sus antecedentes. De un tiempo a esta parte, el país magiar rutila autoritarismo y supone un efervescente laboratorio de intolerancia y atropello a los derechos humanos. La población no muestra su descontento de manera masiva, no ha existido un ejemplo como el serbio con sus estudiantes en pie de guerra contra Vučić desde noviembre de 2024. La gente se enfada, pero después, cada uno a su casa, no se mantiene activa como en el caso del país balcánico, donde saben que no se puede flaquear.

El último movimiento de Fidesz ha sido (abril de 2025) una serie de enmiendas a la Ley Fundamental de Hungría que, por estos parajes, no suelen jamás ser para bien. El gobierno de Orbán aprobó enmiendas constitucionales gracias al viento a favor de su apabullante mayoría parlamentaria. Se niegan identidades trans, se prohíben marchas del orgullo gay, o se limitan, ya puestos, la libertad de reunión, y se promueven estados de emergencia casi al gusto del consumidor…

“Hasta aquí puedo leer”, pues es de recibo llevar a cabo un somero repaso por la deriva autoritaria del orbanismo en los últimos años, a fin de situarlo todo en contexto. Vamos a ello.

El partido de Viktor Orbán, Fidesz, ha impulsado diversa normativa que prohíbe mostrar contenido LGTBIQ+ a menores, ha acusado a la UE de llevar a cabo una “ofensiva LGTBI” y defiende abiertamente que el matrimonio debe ser solo entre un hombre y una mujer (como diría Giorgia Meloni –alias interlocutora privilegiada de Donald Trump en Europa– ¿qué diantres es eso de “progenitor 1” y “progenitor 2”? Su homofobia produce, incluso, la visión de fantasmas (gais) hasta en Eurovisión (no dejaremos de contarlo un poco más adelante).

El gobernante magiar, por supuesto, asevera que él no tiene nada en contra de los gais –no vayan a pensar qué–, sólo quiere proteger a los niños de los pederastas. Porque –sí, lo han entendido– los gais son pedófilos: lo verbalizaba, expresamente, el aludido László Kövér.

Con todo, lo que más desazón infunde de todo este estropicio es que los acólitos fideszianos no están solos: considerar que los gais son pederastas, que atentan contra la familia, es tendencia, toda una opción política en muchos países allende el antiguo telón de acero. En cualquier caso, todos están expuestos a un agente del caos inesperado que lo ponga todo manga por hombro. Y, en ocasiones, surgen efectos secundarios o contraindicaciones tan inesperadas como indeseadas, flecos que no caben debajo de la alfombra sin curvarla. Así las cosas, resulta perentorio desviar la atención reafirmando los valores (en este caso, homófobos) cuando algo se te tuerce.

 

El primer cadáver en el armario: József Szájer

Y es en este preciso momento cuando llega el primer cadáver: el íntimo colaborador de Orbán, y azote de las malas costumbres, József Szájer. Este señor era eurodiputado húngaro del Fidesz. Fue uno de los fundadores de la formación (con Orbán y Kövér) y uno de sus ideólogos de pro, otro “padre de la constitución”, en este caso, la húngara de 2011. La ley suprema “promovía” valores familiares tradicionales y rechazaba –a diferencia de la llamada “degradación occidental”– los derechos LGTBI, vetando el matrimonio homosexual, por ley. No es que no se permita: es que se prohíbe. Un señor muy formal, muy decente… si atendemos a los estándares de su partido, claro. Es por ello que el cuento que pretendo referir tiene su hilaridad: un rollo ultramoralista, ultranacionalista y –sobre todo– antigai.

En noviembre de 2020, tras una reunión en Bruselas, el señor Szájer se fue de fiesta por el centro de la capital comunitaria. La velada se ubicaba en un apartamento. Hasta ahí, nada fuera de lo común. El trabajo parlamentario y las negociaciones agotan. Todo el mundo tiene derecho a relajarse. Sin embargo, a partir de aquí, empiezan los apuros pues, para empezar, el ágape no estaba autorizado (no se observaban las medidas anti-COVID de entonces), por lo que la policía belga irrumpió en el piso donde tenía lugar para dar por terminada la reunión.

Ahora bien, lo que la policía encontró allí no era (sólo) gente desprovista de barbijos, ni la típica fiesta de camisas hawaianas, sino una fiesta sexual tipo “orgía gay”. Concretamente, modalidad, para hablar con propiedad, “gang bang” (sexo grupal) donde, por añadidura, los preservativos estaban vedados. Se podía acceder a la reunión a través de una conocida aplicación creada para citas de hombres homosexuales.

El jolgorio reunía a una veintena de señores; lógicamente, ligeros de ropa. Todo ello, en pleno confinamiento. No era la primera vez que la vivienda acogía este tipo de acontecimientos erótico-festivos, lo que mueve a pensar que tampoco sería la primera vez de Szájer. El propietario del inmueble aseguró que, en circunstancias normales (antes del COVID) podían darse cita allí hasta un centenar de personas. Bastaba como únicos requisitos acreditar haber pasado la COVID y no tener SIDA. Y no se hacían más preguntas, porque el inmueble fungía como un refugio; en especial, para la gente reprimida o que no se sentía libre en sus países, que no podían ser ellos mismos. Bastante tenían ya con la losa diaria de ocultar su condición. En Bruselas puedes dejar arder tanto fuego reprimido. Nada de preguntas, decía el organizador: aquellas las dejaban para sus conciudadanos o gobernantes. Aquí se venía a desconectar, a pasarlo bien, a soltar la rienda; y no precisamente porque se acabara la fuerza de la mano izquierda.

Y, claro, uno de los asistentes era József Szájer. Allí lo sorprendieron los agentes, en su salsa, viendo porno gay mientras los neones de la oscurecida estancia iluminaban de manera intermitente diversas partes de su cuerpo. Charlaba de lo más bien con otros gais.

Técnicamente, cabe aclarar que las fuerzas de seguridad no hallaron allí al padre de la constitución húngara, sino en la vía pública, lo que incorpora tintes ridículo-bochornosos al asunto. Parece que el político húngaro –como se explicó, flagelo de las “depravaciones”–, intentó escapar por la ventana (la fiesta se celebraba en un primer piso), utilizando una tubería. Cuando los policías que le estaban esperando abajo lo identificaron, con las manos ensangrentadas debido a su aparatosa evasión, no se lo podían creer… ni eso, ni que, además, portaba una mochila con sustancias estupefacientes. Eso sí: Szájer aseguraba no haberlas consumido… Todo a pedir de boca: moralista homófobo trincado en una fiesta homosexual en paños más que menores y portando drogas. La pregunta del millón es qué hacía el eurodiputado con las sustancias en el bolso. Si no, como afirma, no consumía ¿era el camello?

Ciertamente, en ese punto ya daba bastante igual todo. Ser gai no es ni ilegal ni un escándalo, pero que te pillen en una fiesta no autorizada y con drogas sí que contraviene la ley. Si, para más inri, dicho guateque es de homosexuales, la supuesta “moral intachable” del eurodiputado queda por los suelos, y exuda hipocresía por los cuatro costados.

Al final esta escandalosa aventura se salvó con la dimisión del húngaro: no le quedaba otra. Escandalizado –dolido quizá– su jefe, Viktor Orban, declaró que la actuación József Szájer era “incompatible con los valores” de su “comunidad política”; es decir, el Fidesz, cuyo apellido es Unión Cívica Húngara. No le faltaba razón al premier magiar: imagínese que Szájer pertenece a una formación política que vela por la decencia y que dirige un país que decidió no participar en Eurovisión el año 2019 por ser un certamen “demasiado gai” (en concreto “una flotilla gai”, como lo describió un periodista afín al Fidesz). Imagínese –qué sofoco para el pobre Viktor– que a uno de sus adláteres, sustento ideológico de la represión de los derechos LGTBI, en tanto que conculcaban, para la Unión Cívica aludida, los valores familiares, lo agarra la policía en una orgía gai. Unos “valores familiares” que quedan consagrados a nivel constitucional en la constitución de 2011 y que incluyen –lo que aquí nos atañe– la protección a la familia. [El texto recoge el rechazo de las dictaduras nacionalsocialista y comunista, la nación húngara entendida como origen étnico (magiar, a ser posible), reafirmación de los valores cristianos como fundamento del Estado y de la sociedad húngara, cooperación entre la Iglesia y Estado, protección del derecho a la vida y la dignidad humana desde el momento de la concepción (en contra el aborto), protección de la familia y de la institución del matrimonio heterosexual y, por último, condena de la eugenesia].

 

Soy hetero, y estoy dispuesto a demostrarlo

“Nosotros [los húngaros] no somos una raza mestiza, y tampoco queremos convertirnos en una raza mestiza”

Vitkor Orbán

El incidente cutre anterior arroja las siguientes conclusiones: en primer lugar, la hipocresía: el señor Szájer iba por la vida portando orgulloso el lábaro de los valores familiares (que excluyen la homosexualidad), mientras participaba en una fiesta organizada por ellos. Como en la mencionada película Philadelphia, hubieron de asaltar en tromba al atribulado Viktor los recuerdos de los buenos tiempos con su buen amigo József ¡cuántas veladas juntos!, ¡cuántos guiños y miradas cómplices, de fuego!, ¡cuántos abrazos y compadreo!

—Viktor, tanto que hablas, ¿dónde estabas tú cuando lo de Szájer, eh? ¿Cuánta manteca soltaste para que te dejara marchar la policía, eh, bujarrón? –debió espetarle alguno de los varoniles moteros de extrema derecha que también acompañan a veces a Vladimir Putin, de esos nazis, a juego con los discursos de Orbán. No quisiera estar en la mente del muy familiar-tradicional Orbán cuando se levantó la liebre. No mientes ruina.

Ya saben, los moteros son muy exigentes. No perdonan el mayor deslizamiento de Hungría hacia la pendiente de la perversión: la cofradía de “las razas mezcladas, que ya no son naciones” (Orban dixit), la lucha por la civilización (europea y blanca) en la que se inspiró el uno de los mayores admiradores del mandatario húngaro, el neonazi estadounidense Tucker Carlson para su documental Hungría contra Soros: la lucha por la civilización. Si ser nazi es defender Hungría, llámame nazi.

Huelga decir que la única salida que resta es mirar hacia adelante. A estas alturas todos debían de pensar que entre Orbán y Szájer flotaba algo más que el compadreo. Solución: a hierro con los LGTBI, huida hacia adelante. Al año siguiente, para que no cupiera asomo de duda en su electorado, se promulga la Ley de Protección de la Infancia (2021). Léase, en neolengua fisesziana: legislar contra los gais.

En el ámbito de la estrategia política, la clave es deshumanizar al gai. El contexto cultural de los países del este europeo ayuda: en ruso, ucraniano, polaco, serbocroata o búlgaro la palabra correspondiente para gai tiene connotación de pederastia. En húngaro no, pero la tradición homófoba viene de largo, como en muchos países de Europa oriental. En el caso magiar está profundamente influida por valores conservadores, la fuerte presencia de la Iglesia y un legado histórico de estigmatización durante la época comunista que, junto con un resurgimiento del nacionalismo, refuerzan discursos que vinculan la identidad nacional con la familia tradicional heterosexual en ese intento de retorno a un pasado esplendoroso a donde ya no se puede volver: cuando Orbán despertó, el Imperio Austrohúngaro seguía sin estar allí.  De acuerdo con lo dicho, al calor del argumento de proteger a la infancia se incrementa la homofobia institucional y social en Hungría.

 

Vladimir Putin, el gran sensei

Es cierto que todo pequeño saltamontes tiene su maestro, para qué negarlo. Orbán no podía ser menos: la Rusia de Putin es famosa por una legislación que prohíbe la “propaganda de la homosexualidad entre menores” de 2013. El articulado ruso impone multas severas y restringe la libertad de expresión, tal y como viene siendo habitual en este tipo de regímenes pseudodemocráticos.

El arcanum de tal legislación es que no define claramente qué se considera propaganda, lo que puede llevar a interpretaciones arbitrarias que –sorpresas, las mínimas– penalizan la expresión de la identidad sexual. Dichas disposiciones han sido criticadas por diversas ONG, que consideran que se marca y aísla a las personas LGBTI, limitando el acceso a información crucial para su bienestar y restringiendo la igualdad ante la ley al acosar a activistas.

Las consecuencias de esta ley fueron, con independencia de la censura y la consiguiente autocensura, la represión violenta por parte de la policía de protestas pacíficas de activistas LGBTI. Empero, todo sea dicho, a Putin en realidad le dan igual los gais; es sólo una excusa. Lo que le trae por la calle de la amargura es que la población pueda expresarse libremente y cuestiones sus políticas, en especial en lo que atañe a la guerra llevada a Ucrania: para una supuesta desnazificación de Ucrania, nada como volverse nazi, muy homeopático. Hoy en día

la nostalgia por la libertad de los rusos ya no consiste en ser totalmente libre, sino, al menos, quedarse en la situación de 2013. Desde lo de Ucrania, la cosa se puso aún más fea, también para los gais. En su empeño en defender su democracia soberana, es decir, la-forma-rusa-¡y legítima!-de-ser-democrático, cargó contra los valores occidentales que se afanan en liquidar la personalidad e identidad rusas. Es de esta fuente de donde beben los populismos ultranacionalistas europeos. La Unión Europea homogeniza, mata la identidad nacional, las tradiciones nacionales. Y tradicionalmente rusos, húngaros y polacos son unos machotes: es la tradición. Lo de los homosexuales, lo de los hombres blandengues, no son más que monsergas occidentales: que si los “valores europeos”, que sí la democracia europea. Nuestra democracia es igual de válida que la suya, a mí que no me vengan a imponer su modelo ¿Qué nuestra democracia tiene fallos? Hombre, claro, como todos. También los europeos tienen fallos. Esto es un fifty-fifty. Así que nada de milongas occidentales que acaban pervirtiendo nuestras costumbres. A mí, que no me vengan diciendo que ser homosexual es normal. Eso son cantos de sirena que pervierten a nuestra juventud.

En este punto, un orador tradicionalista y muy patriota se da cuenta de posible malentendido y aclara: a ver, que no quiero confusiones. Cuando hablo de sirena, me refiero a… sirena-sirena, las hijas de Aqueloo, el dios del río del mismo nombre. El griego… ese sí que es un macho como dios manda, así barbado y de acerada musculatura. No vayan a pensar ustedes que estoy hablando de la sirenita del danés perturbado ese, Hans Christian Andersen. Ese sí que nos la metió doblada. Perdón… no quise decir… qué desafortunado. A lo que me refiero es a que cuando hablo de sirena (la de los cantos) no me refiero a la Andersen, que se inventó ese cuento de sirenita enamorada de un príncipe y en realidad resulta que es un trasunto de él mismo, que era gay y que estaba loco y atormentado por el que era su príncipe, el jovenzuelo Edvard Collin, quien sí se mantuvo fiel al orden tradicional y lo rechazó.

Volviendo a la ley húngara de “protección” a la infancia, la misma veta mostrar contenidos sobre homosexualidad o cambio de sexo en materiales dirigidos a menores de 18 años. El efecto de esta norma desemboca, por ejemplo, en la censura de libros, la limitación en educación sexual o la retirada de materiales LGTBI de librerías. No es de extrañar, por consiguiente, que la legislación anti-LGTBI magiar presente parecidos más que razonables con la ley rusa de “propaganda gay” de 2013.

 

Más cadáveres y (tragi)comedia: el escándalo de Bicske y los centros infantiles

Gais, pedofilia, protección de la infancia… pero no nos engañemos. A la hora de la verdad, lo de la infancia tampoco es que les interese tanto. Si de verdad tuvieran tanto celo por ella, no hubiera sucedido lo de Bicske.

Katalin Novák es cristiana calvinista. De ética, por tanto, estricta. Ideal para congeniar con Viktor Orbán. Es experta en derecho francés y derecho comunitario, su especialidad tras estudiar Economía en Nanterre (previamente pasó por la Corvino de la capital húngara). Por dicha razón estuvo trabajando como asesora en el Ministerio de Asuntos Exteriores húngaro con sólo 24 años. Recién salida de la carrera. No obstante, el destino tenía guardado para ella otros menesteres ajenos a la diplomacia. Saltó a la política nacional y formó parte del Ministerio de Recursos Humanos, para dar el salto a secretaria de Estado de Juventud y Familia (muy en la onda Fidesz). La política llegó a ser colaboradora cercana de Orbán, y ascendió a su culmen cuando detentó la dignidad nada menos que de presidenta de la república, la primera mujer en la historia. Era ambiciosa. Apuntaba alto, pero acabó precipitándose por la larga escalera que tanto le costó subir.

Y es que la inconveniencia de estar tan expuesta y tan vinculada a familiares valores fideszianos es que te puede pasar como al infortunado József Szájer, que vale más estarse quieto que arrepentirse. Szájer fue pillado con las manos en la masa, inocultable, la señora Novák, no: apostó fuerte y salió mal.

 

El escándalo de Bicske

Bicske es una pequeña localidad ubicada en el condado de Féjer, en la región de la Transdanubia, encajonada entre la orilla occidental del río Danubio (un afluente del mismo, el canal de San Ladislao, fluye por allí) y cerca de la orilla oriental del lago Balaton: muy verde todo, una zona fértil. Alberga los alemanes LIDL, y todoacien Kik, el británico Tesco o el holandés Spar, como viene siendo habitual en Centroeuropa.

También produjo el municipio mucha historia: probablemente emparentado con el asentamiento romano de Lusomana, pasó después por la Hungría medieval, el Imperio Otomano, de nuevo a Hungría, atravesó dos guerras mundiales, con el terror blanco después de la primera y la expulsión de judíos en la segunda. El antisemitismo sigue presente en muchos húngaros. De hecho, Viktor Orbán parece tener un asunto pendiente con la cuestión, lo que no es en absoluto óbice para llevarse de lujo con Netanyahu, ya que con él tiene otros puntos en común más fuertes como su autoritarismo. No todo va a ser homofobia y censura de la libertad de expresión y de reunión, aunque, como pasamos a contar, no es ni de lejos su único problema.

En resumen, que en Bicske han pasado muchísimas cosas y aloja, en la era Fidesz otra más: abusos sexuales infantiles en el orfanato Kossuth Zsuzsa del pueblo, por demasiado tiempo encubiertos.

Janos Vasarhelyi, la verdad sea dicha, no posee un currículum tan brillante como el de Novák. Nació en Budapest. Pedagogo, fue director de la escuela infantil y primaria Kossuth Zsuzsa durante nada menos que dieciséis años y –¡vaya!– aliado y amigo del as de la lucha contra la pedofilia Viktor Orbán. El líder húngaro nació en Székesfehérvár, capital del condado de Féjer, al que pertenece Bicske.

A lo largo de su carrera docente y de gestión, Vasarhelyi obtuvo varios premios, uno de los cuales le fue otorgado en razón a haber papel pionero en la asistencia individual y personalizada de los niños a su cargo y una actitud centrada en el menor. Como director, se caracterizaba –subrayaba el jurado– por la calma, el optimismo, la serenidad, pero al mismo tiempo, determinación suficiente.

Sin embargo, también tenía otro tipo de cualidades. El compadre de Viktor sumaba a estas algo que no queda bien en ningún currículum: un largo historial de abusos a menores, unos diez, desde 2004, aparte de los que nunca se sabrán salvo que sobrevenga un me too a la húngara. Para 2011 ya eran de dominio público sus fechorías, hasta el punto de que pesaban sobre Vasarhelyi indicios por los que, al menos, le deberían haber mantenido alejado del contacto con menores. Dicho año fue acusado, aunque no se llegó a ninguna parte por falta de pruebas. No tardarían en llegar: en 2016, un niño se suicidó en el centro educativo, hecho que condujo a que, esta vez sí, Vasarhelyi fuera expulsado y, en 2017, condenado por abusos sexuales a menores: ocho años de prisión. Tolerancia cero con los pederastas, gusta decir a Orbán.

De todos modos, a fin de cuentas ¿para qué están los amigos si no es para echarte un cable cuando más lo necesitas? Dicho y hecho: el subdirector de la escuela, Endre Konya, intentó arreglar las cosas, ayudar… coaccionando a los niños con el fin de que retiraran las denuncias. No le salió bien la jugada y fue condenado, por intimidación, a pasar tres años a la sombra.

La cadena sigue y entonces vuelve a entrar a escena Katalin Novák. Menudo enredo: Konya ayuda a Vasarhelyi, y Novák ayuda a Konya. ¿Cómo puede ayudar? Muy fácil. Olvidar lo que ha pasado. ¿De qué manera? Otorgando en 2023 un indulto presidencial al subdirector. Novák explicó que el indulto se concedió en la creencia de que el condenado no había abusado de la vulnerabilidad de los niños a su cargo. Especialmente simbólico es el hecho de que se concede el día que el papa Francisco visitaba Budapest, lo que suscita dos lecturas: primero, es un bofetón al papa argentino, una de las pocas voces que se alzó contra los abusos a menores en la Iglesia; en segundo lugar, nada como el ruido de fondo de una visita de un papa para emitir la medida de gracia: la gente está a otra cosa. Pero se enteraron.

Asaltas el Capitolio y quieres linchar a los congresistas: indulto. Coacciones a menores para que retiren una denuncia por abusos sexuales: indulto. Algo está podrido en el mundo.

Los bombillazos deberían a ver visto su fin en este punto. Nada de eso: para enredar más el embrollo, alguien concibió la genial ocurrencia de ocultarlo a la opinión pública. Quiera el hado que no haya mal ni secreto que cien años dure ni cuerpo que lo resista, y el de Novák no fue una excepción. Así, cuando el escándalo salió a la luz, ya cargaba la presidenta no con un marrón, sino con tres: indultar a un pedófilo por intentar encubrir a un pedófilo, ocultarlo a la ciudadanía y –tierra, trágame– que se ventilara a los húngaros, de paso, las deplorables condiciones de la red de protección infantil húngara de la que Bicske era sólo una muestra.

En febrero de 2024 todo se precipitó. Como Szájer, Novák se vio obligada a presentar su dimisión.

Sin embargo, esto no ha terminado aún. Quedan por saltar a las tablas más personajes en esta comedia de enredo (con víctimas infantiles) que se traga carreras políticas: aquí sí es irresistible la gravedad. Tirando de la manta fueron quedando al descubierto aún más trapos sucios. Hemos hablado de bombillazos, como el indulto firmado por Katalin Novák. No obstante ¿fue idea de ella? Parece que no. Se abre la cortina y entra Zoltán Balog, obispo y líder de la Iglesia Reformada Húngara. El religioso es otro de los decentes colaboradores en la nómina de los íntimos de Orbán y fue el mentor de Nóvak en el Ministerio de Recursos Humanos. Es lo malo de deber favores, que te cuesta en ocasiones la carrera política. Total, que la hoy expresidenta concedió un indulto a Konya. Y claro ¿de quién dependen los indultos? Al fin y al cabo, se trata de un perdón total o parcial de una pena impuesta tras una sentencia firme. ¿Quién está al volante? El Ministerio de Justicia, cuyo titular era, en ese momento… Judit Varga. Como Novák, estaba llamada a grandes cosas, una verdadera promesa. Un portento. Hija de un espía, es jurista, y fue atleta, baloncestista, música. Una carrera meteórica. Comenzó asesorando a miembros del Fidesz en el Parlamento Europeo, pero tenía toda la pita de quedarle chico el puesto y Orbán la llamó a su vera para defender el cargo de ministra de Estado para Relaciones con la Unión Europea en la Oficina del primer ministro Orbán y de ahí brincó a ministra de Justicia. Llegamos a 2024 y supera un peldaño más, siendo designada cabeza de lista del partido a las elecciones europeas. Luego, claro, llegó la avalancha del escándalo de Bicske: vio pasar por su mesa un indulto con unas dosis de inmoralidad que claman al cielo y no haces nada: fuera. Otro futuro político truncado. Pero huele a cabeza de turco desde lejos.

Tolerancia cero con la pedofilia, pero, como diría Orwell, “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.

El hartazgo de la gente explotó en una de las manifestaciones más multitudinarias de la era Orbán que se recuerdan, en especial cuando se supo que el asunto de los abusos se daba no sólo en Bicske, y que se tenía conocimiento de ello. Pero no son los estudiantes serbios. Ellos tienen un Novi Sad, pero no parece que para los húngaros sea suficiente un Bicske como detonante para la movilización de la sociedad civil. Con todo, algo se logró: una iniciativa legal del gobierno para prohibir los indultos a pederastas, por mucho de que el gobierno estaba velando armas y pasaría pronto al ataque.

Era una trampa. Orbán nunca contemporiza con el enemigo. Katalin Nóvak dimitió el 10 de febrero. Mientras Orbán tranquilizaba a los manifestantes congregados para rechazar el indulto, sus juristas ya estaban, a mediados de dicho mes, redactando la ley de propaganda.

La “ley de propaganda” restringe de forma vaporosa, deliberadamente vaga para poder enjuiciar el mayor número de conductas posibles. De hecho, los procedimientos judiciales marcaron en 2024 una tendencia alcista. Se castiga la representación de identidades y orientaciones sexuales diversas, especialmente en medios, educación y publicidad, generando censura y su efecto más deseado por toda democracia híbrida, la autocensura enmarcada en un ambiente opresivo. Levanta altas barreras al acceso a la información, en particular en el ámbito de orientación sexual e identidad de género, siendo los jóvenes el colectivo más afectado. Psicológicamente, ha esparcido entre la población una sensación de pesada niebla irrespirable, uno de cuyos efectos es que parte de la sociedad criminalice al colectivo LGTBI, que se ve abocado a una sofocante atmósfera de preclandestinidad. Muchas librerías fueron multadas, muchos contenidos se ven afectados y diversos autores son destinatarios de amenazas. Hungría, en muchos aspectos, se está serbizando. Quizá es sólo cuestión de tiempo que haya matones del gobierno dando palizas a los opositores como en el país vecino.

Organizaciones no gubernamentales y la Unión Europea exigieron la derogación de tan represiva ley, pero ¿cuándo se ha tomado en serio a la UE? Bruselas puede impedir el acceso a fondos comunitarios por parte de Budapest, pero Rusia lleva desde 2015 y, de manera más expeditiva desde 2022 con la invasión de Ucrania y todos vemos que no se tuerce el brazo a nadie.

 

Epílogos político-cósmicos: estrellas con el hidrógeno quemado convertidas en enanas blancas 

La estrella ascendente de Novák perdió su brillo hace tiempo. Hoy dirige la fundación que fundó junto al cineasta Stephen J Shaw, “X·Y Worldwide”, de la que es CEO. Se marca como meta abordar las causas de la caída mundial de la natalidad y aportar nuevas soluciones a la crisis demográfica mundial, así como ofrecer servicios de consultoría a los gobiernos para abordar estos problemas, según el diario digital conservador Hungarian Conservative (HC). En su web se describe X·Y Worldwide como una organización apolítica, sin ideología ni adscripción a ninguna religión.

Y, sin embargo, se mueve.

Siguiendo a HC, existe la posibilidad de que Elon Musk pueda convertirse en patrocinador de la fundación. En 2023, Novák se dejó ver en la Cumbre demográfica de Budapest flanqueada por Giorgia Meloni y Jordan Peterson, psicólogo y colaborador en varios medios canadienses y, según él mismo, “liberal clásico” y “conservador tradicionalista”. Lo de siempre. Resultaría estúpido denominarse “ultranacionalista populista homófobo”: no vende.  En realidad se adscribe al trumpismo ideológico, siendo un negacionista climático y un apóstol del rechazo al feminismo o la diversidad sexual. Asimismo, ataca a las universidades, a las que acusa de neomarxistas y de corromper los saberes con materias como los estudios de género, de etnia, sociología o educación. A su juicio, cercenan la “libertad de expresión” porque se obliga a lo “políticamente correcto”: aquí ya no se puede insultar a nadie. Dónde se ha visto.

En cuanto al ascenso de la ultraderecha y de Trump, Peterson aduce una razón incontestable: es una respuesta de la población al intento de feminizarlos. Ya tardaba.

El caso de Judit Varga es aún más curioso, y no por ella, sino por su entorno. Su exmarido, Péter Magyar. Viene de una familia de juristas y políticos (su tío abuelo fue presidente de Hungría en la primera década de este siglo y su madre fue parte del poder judicial). Es abogado, activista y presidente de Tisza, la mayor formación política opositora al orbanismo, si es que eso tiene algún mérito atendiendo al exiguo número de escaños que calientan en el Parlamento húngaro. Es eurodiputado desde 2024. Tras escándalo de los indultos, fue uno de los más activos en las protestas ciudadanas.

Sin embargo, Magyar no siempre estuvo contra el poder, de hecho, fue miembro del Fidesz y, si reivindicó algo, fue contra el antiguo comunista y luego socialdemócrata Ferenc Gyurcsány en 2006. Luego, ya no protestó más y trabajo en el gabinete de Orbán y en Exteriores, viviendo con su mujer (Varga) en Bruselas. El año de dimisiones de 2024, el mismo día que se llevó por delante a Kovák y la aludida Varga, sorprendió a propios y a extraños cuando anunció que dejaba todos sus cargos en el Fidesz, a causa del escándalo de los abusos a menores. Se sentía decepcionado –se lamentaba– porque el proyecto de la Hungría nacional y soberana prometida por Orbán no se estaba llevando a cabo y que, en su lugar, campaban a sus anchas la corrupción, el nepotismo y el latrocinio. Francamente, el movimiento que es piedra de toque de su lentitud de reflejos ¿de verdad no se ha dado cuenta desde que, en 2010, entró en el Ministerio de Asuntos Exteriores y pasó por añadidas responsabilidades en el gobierno? ¿Hasta ahora? Venga ya.

Lo que no admite duda, independientemente de su presunto súbito descubrimiento de la situación del país, es que sufre en sus carnes la furia de su antiguo partido contra él.

Y el Fidesz tiene medios; y no hablo de los económicos, que también, sino los de información, que controla a su antojo mientras  penaliza a los independientes.

Especialmente desde el panfleto gubernamental Mandiner, Magyar ha sido blanco de campañas de difamación, que le acusan de ser un agente de Soros. Especialmente jurada se la tiene el jefe de gabinete de Orbán, Antal Rogán, personaje oscuro donde los haya, acusado de manipular la economía húngara para beneficiar al partido en el poder y sancionado por los estertores de la administración Biden por crear una red de corrupción nacional. Al gobierno húngaro no le sentó muy bien y aseguró que se trataba de un ardid vengativo urdido por embajador de Estados Unidos en Budapest, David Pressman. De él hablaremos ahora. Ni que decir tiene que Trump, en cuanto legó a la Casa Blanca, revocó el indulto, ya que lo consideraba “inconsistente”. Todo muy previsible.

El antiguo hijo del Fidesh es ahora el que más duro carga contra el gobierno. Presentó grabaciones de conversaciones con su exesposa en las que Varga aseguraba que Hungría era un Estado mafioso y deslizaba en la conversación datos que hablaban de un caso de corrupción muy llamativo. La justicia húngara manipuló las pruebas. También, de que el gobierno ha montado todo un Watergate contra su antiguo afiliado.

 

De lo de Bicske me enteré por la prensa

El gobierno, cazado con el carrito del helao, juega las pocas y malas cartas que tiene. En primer lugar, es preceptivo hablar a la nación (ya era la segunda vez). Así, un cariacontecido Orbán se dirigió a los húngaros en el Parlamento, afirmando que a los niños no debía hacérseles daño y que infligírselo conllevaba el castigo más severo, no habiendo “lugar para el perdón”. Hasta ahí, bien. Pero cerró su alocución manifestando que Hungría era lo más y que Dios estaba con los húngaros. No hay forma de probar lo contrario, concedo, pero lo que estaba claro es que los infantes no gozaban del favor divino como el resto de los húngaros.

A continuación se acometió la operación “yo no sabía nada”, con arreglo a la cual Orbán y su Fidesz desconocían hechos de tan serio cariz. De acuerdo con tal narrativa, Novák, Varga y Balog han de erigirse como las (deshonrosas) excepciones que validan la regla.

El tercer pilar de la reacción gubernamental pasó por la prensa afín al régimen (la de la “flotilla gay”), que ignora el tema, lo hace desaparecer de su actualidad informativa.

 

Los protocolos del Tío Sam

Cuarto elemento, cargar el muerto a alguien. Esto se hace desde que el mundo es mundo y ha de concurrir aquí: escapismo pasando por delante del pringao de turno. El elegido es David Pressman, diplomático con experiencia desde la administración Clinton, embajador de Estados Unidos… Al pobre hombre, gay y abogado especializado en derechos humanos, no pudo tocarle peor momento para estar en la capital magiar. Fue acusado de inmiscuirse en los asuntos internos de Hungría, entre otras muchas incriminaciones. Y es que ha de reconocerse que lo de Pressman es resiliencia –como se le designa hora– y actitud rayana en lo más punk: un abogado gay especializado en derechos humanos que acepta un trabajo de embajador en la capital de uno de los países más homofóbos y antidemocráticos de Europa (por mucho que gobierne la capital el opositor Gergely Karácsony, dizque la esperanza contra Orbán, con permiso de Magyar). Para mayor disgusto de la galaxia antigai húngara, el diplomático tenía familia. Arribó a Budapest con su marido y sus dos hijos, ejerciendo impúdica ostentación de su pedofilia –perdón: quise decir homosexualidad. Si a la lista se suman críticas a Orbán por visitar a Putin mientras los misiles matan niños en Kiev, es que, sencillamente, vas provocando: tenía que producirle retortijones a Viktor y a su camarilla de patriotas tradicionalistas. Si por añadidura está en desacuerdo con esa normativa de protección de la infancia que equipara homosexualidad a pedofilia era el candidato con todas las papeletas para proyectar las iras del gobierno por el escándalo y erigir una densa cortina de humo. Orbán acusó a Pressman de intromisión en los asuntos internos del país y de conspirar para desplazarlo del poder.

Eso sí: ahora había que buscar una red conspirativa en la sombra: toda desinformación digna de tal nombre tiene su conjura. Como no había nadie disponible y los protocolos de Sión estaban pasados de moda se escogió entonces a los periodistas críticos con el régimen, que pasaron, de esta guisa, de agentes de Soros (filántropo húngaro denostado por el trumpismo y el orbanismo) a agentes del Tío Sam. Venía mejor y todavía estaba Joe Biden en la Casa Blanca. Ciertamente, en un país sembrado de ideas conspiracionistas de supuestos enemigos de Hungría, desde Soros a la Unión Europea, el montaje echa a andar casi solo.

 

No estamos acabados, se abre paso una voz en medio del jaleo

La oposición (Partido democrático, DK) puso en marcha una contracampaña para conjurar la artillería gubernamental. Se fijaron carteles con la efigie del gobernante húngaro en los que podía leerse: “Dios?, ¿patria?, ¡pedofilia!”, en clara contestación a un lema muy usado por el Fidesz (“Dios, patria y familia”) y poniendo de relieve la hipocresía de un gobierno que se intitula como protector de la infancia mientras encubre abusos. Otro rótulo presentaba, del mismo modo, a Orbán con la leyenda “¡En lugar de encubridores de pedófilos, protección infantil europea!”, exigiendo una protección acorde con los estándares europeos en lugar de la siniestra red de orfanatos y centros infantiles que funcionaba en Hungría.

La menguada oposición política al orbanismo pretende, de este modo, dar a conocer y denunciar los excesos del régimen, de acuerdo, pero igualmente hay mucha necesidad de proclamar que existen, que no están borrados del mapa. Porque la cuestión es que Orbán siempre gana, como Vučić en Serbia, sólo que más incontestado. Se trata de que la oposición tiene asumido que su voto no suma para cambiar las cosas. Así pasa en Serbia, y en Polonia; hasta que los jóvenes polacos se juraron votar y la diáspora se decidió a viajar al país, cambiando días de vacaciones por jornadas para votar, haciendo horas de cola para dar su voto a Donald Tusk. Para revertir el daño a las instituciones democráticas ocasionado por el PiS. Empero, esto demuestra que la resignación no debe ser una opción, y prueba de ello es que en junio se esfumó la oportunidad de desalojar al PiS de su reducto de poder más importante: la presidencia del país. En junio de 2025, el sucesor de Andrej Duda, Karol Nawrocki, un historiador que ejerce su arte manipulando su disciplina y que, como quedó dicho, hace tratos inmobiliarios con delincuentes convictos en un centro penitenciario, se llevó las elecciones por la mínima.

Contra Orbán (y aliados, como Jobbik) se dan cita partidos de todos los espectros del arco ideológico: los hay conservadores como TISZA, de Magyar, como se ha visto, escisión de Fidesz (o sea, muy conservadores) cansados del autoritarismo, antieuropeísmo y corrupción de su partido matriz. A la izquierda, demócratas (DK), socialdemócratas (MSZP), liberales (Momentun) o verdes en sus vertientes feminista (Párbeszéd) y onda centrista (LMP). Como la Plataforma Cívica (KO) de Tusk en 2023, esta oposición tan heterogénea se agrupó en la coalición “Unidos por Hungría”, una mesa de comensales que amenaza riña –tumultuaria– en cualquier momento. Fueron arrollados por Orbán en 2022. Si ni siquiera hubieran acordado presentarse juntos, el varapalo hubiera sido aún mayor. Hay Orbán para rato.

 

A ver si va a resultar que el malo soy yo

Con tantas amistades peligrosas, “a ver si resulta que van a tener razón mis amantes y el malo, al final, era yo”, debió de pensar –como cantaba aquel– Orbán. Hay que hacer algo. En una carrera de relevos (escandalosos) que se desarrolla con increíble rapidez, el gobernante húngaro va expeliendo cefalopoide tintura por el ya degradado sistema político magiar. Nada como tapar camaraderías que salieron ranas con otro despliegue de escaparatismo potente: los gais. Es cierto, no es ni nuevo ni original, aunque la rentabilidad es altísima; lo que funciona, mejor no tocarlo. El Fidesz arrasó en las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2022. Desde dicho año hasta 2025 ha llovido no poco. Con ustedes, el rizo del rizo:  las reformas constitucionales de marzo de 2025.

 

Marzo de 2025: la ley antiLGTBII

El Fidesz siempre ha tenido ojeriza a las manifestaciones. Desde 2024, con el lío de los orfanatos y los abusos, la oposición está que no hay quién la aguante –deben de pensar los estrategas del gobierno. La ley de propaganda está funcionando, pero no es suficiente. Los gais son especialmente molestos ya que, al final, siempre sucede lo mismo, que empiezan a pidiendo derechos para ellos y acaban criticando al gobierno.

 

Calentando motores: chinches apestosas, opresión europea y cuestión ucraniana

“hay una red de medios bien organizada y financiada por el extranjero contra Hungría, cuyos actores clave no sólo son los servicios secretos occidentales, sino también ONG y periodistas de izquierda vinculados a George Soros”

Mandiner, medio de ultraderecha afín al Fidesz

Toda fiesta que se precie tiene un previo y, más aún, si el asunto Bicske sigue fresco. Para calentar motores de cara a la sesión parlamentaria del 18 de marzo, Orbán declamó tres días antes, como motivo de la fiesta nacional (que conmemora el intento de emancipación de Hungría del Imperio Austríaco en 1848) una serie de avisos que dejaba poco margen a la interpretación. El discurso podría pasar perfectamente por un alegato contra las supuestas maldades de los sabios de Sion, si se cambia “judíos” por “oposición/UE”: la retórica incendiaria y de fomento del odio es la misma. Cargó contra sus detractores y prometió medidas contra una supuesta red de conspiradores que se esconde entre los húngaros y que –ni que decir tiene– están financiados por agentes extranjeros. Entre ellos, comprados por occidente, se cuentan políticos, jueces, periodistas, falsas ONG y activistas políticos: lo que se dice la sociedad civil (que no vote por Orbán). Este ejército en la sombra, para Orbán, son “chinches apestosas” que era necesario limpiar. No es la población que se manifiesta contra sus gobernantes, sino un entramado de financiación ilegal que lleva ya demasiado tiempo instalado en Hungría… y que son mala gente, claro.

Ahora bien: no sólo hay gente malvada dentro de las fronteras del país magiar, allende los confines existe otro “imperio” dispuesto a seccionar la voluntad del pueblo húngaro –léase: la mía, piensa Orbán. Dicho actor es… ¡la Unión Europea! Aquí, música de decepción, se esperaba algo más sutil, que estuviera un poco más trabajado. Sí es verdad que, en relación con la tiranía bruselense, se desliza otra de las submanías persecutorias del orbanato: Ucrania.

La narrativa húngara sobre la cuestión ucraniana no es nada que descubramos hoy bajo el sol. En este punto coinciden tanto la ultraderecha orbanita como ciertos sectores de la izquierda: comprar el discurso del Kremlin al calor del cual fue la OTAN la que provocó a los inocentes rusos, engañados por Occidente, que tuvieron que ir a la guerra en contra de su voluntad porque la Alianza proyectaba devorarlos.

Con independencia de la que la organización euroatlántica (si es que queda algo cruzado el charco) no es una ONG, algo que nadie discute, no es menos cierto que la guerra suele iniciarse por aquel país que invade un Estado soberano. Otra cosa es que parte del sur global anda muy mosca porque lo de Ucrania es un horror y lo de Gaza, pues… ¡qué mal! ¿no?

Ahora es cuando toca empezar a hablar del tiempo y de los chubascos intermitentes. Podría ser peor, como la inmoral razón de Estado alemana.

Nada se nos ha perdido en Ucrania, suscribe el gobierno húngaro, pero sazona el relato con la manía persecutoria número 1. Sí, otra vez: se trata de la UE. La Unión sería, según esta cosmovisión, una potencia expansionista, colonizadora que, como tal, usa la guerra para tal fin. La UE quiere la guerra, Hungría sólo aspira a la paz. La UE quiere colonizar Ucrania y luego ya, si eso, la adhesión. Porque los ucranianos tienen lazos más fuertes con Rusia, y la Unión quiere que sean con ella: a los ucranianos, para qué preguntarles. Pero no sólo eso: es que Ucrania es un país peligroso y su ingreso podría acarrear problemas financieros y de inseguridad en la Unión. Un señor que odia a la UE, pero se preocupa por ella. Un líder que representa uno de los mayores desafíos a la seguridad y estabilidad de la Unión preocupado por la peligrosidad de un país invadido. Están locos, estos romanos.

Tal proceder es consecuente, habida cuenta de la propensión del gobierno húngaro a ningunear a la oposición. La narrativa de la colonización comunitaria suscita hilaridad, por aquello de la viga en el propio y la paja en el ajeno. Por partes: continuamos con la norma de marzo de 2025 y dejamos el excurso ucraniano para más tarde, por aquello de no destripar.

 

Tras el viento, la tormenta

Toda esta matraca de los enemigos de la patria húngara es por algo, y bien podría formar parte del preámbulo del articulado de la normativa, aunque es más provechoso que las palabras se las lleve el viento. Por escrito suena un poco fuerte; pronunciado, el constructo legitimatorio de lo que tres días más tarde será aprobado, refuerza ante la opinión pública las razones de la promulgación de las reformas. Por fin, el 18 de marzo de 2025 el Parlamento húngaro, con una supermayoría del Fidesz y apoyada por más formaciones de ultraderecha,

aprobó una severa enmienda a distintas normativas (Ley sobre el Derecho de Reunión, Ley de Faltas, Ley sobre el Análisis de Imágenes Faciales), a la par que modifica el código penal húngaro, tipificando como delito la organización de eventos que conculquen otra ley: la de propaganda. Como si hubiera hecho falta para no observar la fiesta de la restricción de derecho de reunión que es esta norma.

Todos estos instrumentos legales prohíben en la práctica el Orgullo y acontecimientos similares. Los prohíbe sin prohibirlos expresamente, entiéndase; porque, ya me dirán: si se vetan las “reuniones que promuevan o exhiban el cambio de sexo de nacimiento o la homosexualidad” o se prohíba aquello que “promueva o muestre desviaciones del sexo asignado al nacer, reasignación de género y homosexualidad”, queda poco espacio a la imaginación: blanco y en botella.

Muchos húngaros volvieron a salir a la calle para manifestar su oposición, junto a partidos de la oposición, incluidas formaciones cáusticas y burlonas como el Perro de las dos colas (MKKP), cuyas armas son la ironía contra los programas del gobierno. Fueron muy activos contra la inhumana campaña contra la inmigración desatada por el gobierno en 2015, uno de cuyos máximos hitos pasó por cerrar la frontera con Serbia convirtiendo la riada de sirios que huían de la guerra en un campo de refugiados a las puertas de Hungría. MKKP ha convocado la llamada marcha gris, instando al pueblo a vestir camisas de tonos blancos o grises para expresar la idea de que el gobierno quiere convertir a los húngaros en una masa gris acrítica. Las protestas llevan ya un mes. Quién sabe si seguirán el ejemplo de la vecina Serbia.

En fin: nada como terminar el trabajo que se inició en 2021. La norma penaliza de manera estricta el apoyo público a las personas LGBTBI en el país. Se preconiza un control total de la población, atacando las libertades de expresión y reunión: el sueño de todo autócrata. De momento, sólo son los gais… en teoría. Pero a nadie se le escapa que los homosexuales húngaros son los antisemitas de Trump –y de Alemania, si me apuras–, un cajón de sastre donde, si uno se lo curra, cabe todo.

Unos decepcionados Scorpions podrían recordar con nostalgia su paseo hacia el parque de Gorki en 1988. El futuro no está en el aire, en el que flota, en cambio, una distopía maloliente. Las noches no son de gloria, sino de cristales rotos. Rudolf, anda, pisa reverb, modo Black mirror.

La vigilancia se refuerza, asimismo, mediante tecnologías de más que dudoso encaje en la legislación comunitaria, como las de reconocimiento facial en las manifestaciones y protestas, ideal para dar con los cabecillas y ponerlos a la sombra. Y en Serbia tiran hasta más de descaro que en Hungría –al fin y al cabo, no forman parte de la Unión– y políticos de alto rango en el país se permiten la desfachatez de agradecer a los servicios secretos rusos la ayuda para identificar a manifestantes. Esto es desde las tribunas, porque hay servicios prestados que mejor reconocerlos en un descampado, por la noche, y desde el auto.

Es una de las razones de la descentralización de las protestas estudiantiles: no hay a quien cazar ni responsabilizar. Los húngaros habrán de tomar buena nota si algún día montan algo por el estilo.

Con o sin reconocimiento facial, la cuestión es que se le cae el pelo a quien sea trincado apoyando a colectivos LGTBI: puede acarrear sanciones económicas, con multas de hasta quinientos euros. Menos mal que esta ley no estaba en vigor cuando el episodio de la fiesta bruselense de Szájer, porque la situación habría sido más que incómoda, o quizá no,

Se hace uno un Bicske. Sé fuerte. Ya desmocharemos a alguna promesa política.

Tal y como se llevó a cabo en la constitución de 2011, el proceso de elaboración de la norma dejó que desear en el capítulo de los procedimientos democráticos y da la sensación de haber sido elaborada en la T.I.A., chorizos colgados en alcayatas inclusive. Se ve que había prisa, porque la ley fue presentada, aprobada por el Parlamento y firmada por el presidente en apenas una jornada. La norma llegó más que precocinada a la Asamblea Nacional. Se introdujo en el microondas y no se dejó a la oposición ni la oportunidad de cerrar la puerta del aparato. Al menos, mira, no entro con militares en el Parlamento como Nayib Bukele: no os quejéis, que podría ser peor.

Lo que quería el Fidesz, en realidad, es ahorrar a sus señorías esfuerzos y tiempos que, a la postre, no iban a servir para nada. Para qué gastar neuronas, si el gobierno ostenta mayoría absoluta, si de todos modos la oposición no iba a ganar. Lo importante es proteger a la infancia. Mientras más rápido, mejor.

Miles de personas y algunos miembros del Parlamento protestaron en Budapest el 18 de marzo a las puertas de la sede de la soberanía popular. Los organizadores alertan del peligro de que Hungría se convierta en una Rusia de Putin en miniatura (van tarde) y planean continuar con el desfile del Orgullo en junio a pesar de la prohibición. Apelan a que la Comisión Europea lleve a cabo una acción legal contra Hungría, pero ya hemos visto que lo que diga la UE le da igual a Budapest; por no hablar de que Orbán tiene la sartén por el mango: hace poco la UE tuvo que transigir y ponerse menos exigente con Budapest o corría el riesgo de que el veto de Orbán torpedeara la ayuda a Ucrania.

Todas las guerras siempre suponen una catarsis de la UE: Yugoslavia, Ucrania. Ahora Hungría. Está por ver si el obstruccionismo húngaro será determinante para revisar un sistema que quizá lleve demasiada obsolescencia a sus espaldas. Llevó a preguntarse a algunos hasta qué punto merece la pena seguir con la unanimidad en la toma de decisiones comunitaria. Loable es el principio en virtud del cual no se deben adoptar decisiones que afecten a todos sin contar con todos. Está muy bien, sólo que por momentos el bloqueo en la acción comunitaria por alguien con la prerrogativa del veto se asemeja en exceso a los últimos años de la presidencia rotativa de la Yugoslavia de Tito, con trapisondas para los asuntos que menos discusión requieren.

Puede ser más grave, con un grupo de Visegrado reconstituido. Tal asociación, también conocido como V4, se define como una especie de internacional ultraconservadora y euroescéptica formada, en su momento más álgido, por la Polonia del PiS, la Hungría de Orbán, el primer Robert Fico en Eslovaquia y la Chequia de ANO 2011 capitaneada por el  Andrej Babiš, y que no conmemora cierta escatológica fecha, sino que significa “sí” en checo y es además la abreviatura de Acción de Ciudadanos Descontentos, ¿cómo adoptar sanciones contra Rusia o incrementar la ayuda a la defensa de Ucrania con cuatro países simpatizantes del Kremlin y dispuestos a sabotearlo todo? Aunque Robet Fico ha vuelto, el V4 continúa desactivado… de momento.

 

El blindaje antigai: la 15ª enmienda a la Ley Fundamental de abril de 2025

Ciertamente, se antoja difícil conseguir reunir la holgadísima mayoría parlamentaria que se precisa para cambiar la ley fundamental magiar. La composición de la asamblea exhibe tal potencia del Fidesz y aliados (140 de 199 de escaños) que el partido del gobierno puede perder eventualmente el poder (no se prevé tal posibilidad a medio plazo) pero va a resultar imposible deshacer lo hecho sin el concurso de un Fidesz orgulloso de su constitución. La oposición no llega al tercio. Así las cosas ¿de qué manera pueden conseguir dos? Iba a escribir que muy mal lo tiene que hacer es gobierno húngaro, pero ya hemos visto que es una detrás de otra y no sucede absolutamente nada. Bueno, sí: que las victorias del Fidesz son aún más holgadas.

La limitación de los derechos del colectivo LGTBI discurre a la par que la de los de reunión y libertad de expresión. Viéndolo en perspectiva, estamos ante un trabajo intencionado, en particular tras la controversia de los indultos. Se han enmendado las leyes, pero falta terminar de hacer las cosas bien: qué mejor que elevar la intolerancia y la homofobia al máximo nivel, darle rango constitucional. La modificación constitucional de abril es especialmente significativa, en tanto que lo modificado no es un asunto menor: supone tocar el núcleo duro de toda constitución: los derechos fundamentales. El texto, en su nuevo tenor, estipula que “todos los niños tienen derecho a la protección y los cuidados necesarios para su correcto desarrollo físico, mental y moral. Este derecho prevalecerá sobre todos los demás derechos fundamentales, con excepción del derecho a la vida”. Por si fuera de poca enjundia lo enmendado (reformar el articulado relativo a los derechos fundamentales suele significar siempre la búsqueda de consenso e implicación de todas las formaciones políticas y sociedad civil, se tenga o no mayoría absoluta), el gobierno de Viktor Orbán aprobó las enmiendas como suele: sin debate público: con ello el efecto autoritario es aún mayor.

Estas reformas niegan legalmente las identidades trans, definir el género como el sexo biológico asignado al nacer y prohíben las marchas del Orgullo mediante una supuesta “protección infantil”, que se ubica, como se dijo, por encima de casi todos los derechos constitucionales.

Los cambios en la constitución afectan a más derechos consagrados: restringen aún más la libertad de reunión e incluso se faculta a despojar de la ciudadanía húngara a personas con doble nacionalidad fuera de la UE o el Espacio Común Europeo por motivos tan evanescentes como la seguridad nacional, dejando esta decisión en manos de un ministro, y el procedimiento de garantías reducido a una expresión mínima: en su búsqueda de fantasmas, el Fidesz puede deshacerse de extranjeros molestos. Los agentes extranjeros de Putin. Las universidades de Trump.

Estas medidas se suman a leyes anteriores como la de “protección de la soberanía”, utilizada para vigilar a opositores y periodistas, y a una larga práctica de gobierno por decreto bajo estados de emergencia. Pese a la activación del Artículo 7 del Tratado de la UE en 2018 por amenazas al Estado de derecho, no se ha avanzado en su aplicación efectiva. Organizaciones como Human Rights Watch urgen ahora a los Estados miembros y a la Comisión Europea a actuar con firmeza ante este claro retroceso democrático. Lo de siempre.

Lo cierto es que se trata de un momento propicio en las relaciones internacionales de este llamado nuevo orden mundial que va cambiando al ritmo de los rebuznos de Trump, siempre con mayúsculas: hay un zumbido tan colosal con los aranceles de Trump, Ucrania, Israel provocando una Nakba en Gaza más mortífera y genocida que la de 1978-49 y bombardeando Irán y los persas devolviendo el golpe,

El fondo de microondas del universo autoritario hace tanto ruido que si aportas un poco más de radiación ni te das cuenta. Es como hacerse una radiografía en abril de 1986 al lado del reactor 4 de Chernóbil mientras está emitiendo cesio-137 y otros ponzoñosos efluvios: lógicamente, nadie calza el plomo para los rayos X.

 

No todo es kung-fu en el tatami del sensei: la cuestión ucraniana

No sólo de homofobia vive el hombre (al menos, el Kremlin y el gobierno húngaro). También se comenta por los corrillos políticos un secreto a voces: que Orbán es un estrecho pana de Putin. El ocupante del Kremlin –todo apunta a que de por vida– tiene en Orbán un caballo de Troya en la Unión. Orbán baila el ritmo de Putin, pegándose cada vez más en la cuestión de Ucrania

Sin embargo, la cosa va más allá de entusiastas o vituperadores: en mayo de 2025 el SBU (Servicio de Seguridad de Ucrania) arrestó a dos diplomáticos húngaros –un hombre y una mujer– en Ucrania, acusados de pasar información a Rusia sobre puntos débiles de la defensa terrestre y aérea de Ucrania (número de tropas, bases militares, armas y aviones de combate, etcétera) en el fronterizo oblast de Trasncarpatia, en el oeste del país. Trasncarpatia es un oblast ucraniano, sí. Pero también hace referencia a una región mayor, multicultural, multiétnica y multilingüe, repartida entre Hungría, Eslovaquia, Polonia y Rumania, y formó parte del sector húngaro de Austria-Hungría. Entonces no estaba repartida: era toda ella posesión de Hungría. El detalle no es baladí, porque hay reside el detalle, como el diablo.

Del mismo modo, asegura la seguridad ucraniana, los espías, se hallaban investigando la posible reacción de la población civil en el supuesto de que efectivos militares extranjeros (en especial, húngaros) atravesaran la frontera como contingentes de paz, una ensoñación fidesziana que la OTAN nunca tuvo sobre la mesa. Todo indica que los detenidos, que combatieron además en el ejército ucraniano, trabajaban para la inteligencia húngara. Hungría dice que es propaganda, qué duda cabe. Con todo, es de recibo que no se trate de lobos solitarios, sino de una red de espionaje más amplia que debe estar en el radar de la inteligencia ucraniana.

Lo comentado, que hace venir a las mientes un risk de todoacien, tiene su razón. En el siglo IX, los húngaros de Arpad (eran siete tribus y una de ellas da el nombre a la actual Hungría), irrumpieron en Europa imponiéndose sobre una población eslava ininterrumpida desde Polonia a Serbia y originando la separación lingüística y también cultural entre los eslavos del norte y los del sur, dicho de manera especialmente sucinta. Desde entonces, los húngaros detentaron, además de la Transcarpatia ucraniana, otros territorios. La corona húngara atravesó una andadura conjunta dentro del Imperio Austríaco habsburgués y formaciones anteriores hasta que, en los años 1860, todavía bajo la resaca de la primavera de los pueblos de 1848, una serie de reveses militares contra “italianos” y prusianos llevó a plantear una división del imperio, tal y como hizo con el suyo el emperador romano Teodosio en 395.

Esta división se materializó en 1867, siempre bajo la égida del emperador residente en Austria, si bien otorgando una sustanciosa autonomía a los magiares, quienes pudieron tener un imperio dentro del imperio. Se denominó Ausgleich. Significa “compromiso”: es decir, lo que suele alegarse cuando tu pareja te deja, pero acuerdas con ella el mensaje oficial de que ha sido de común acuerdo entre los dos. Uno de los mojones geográficos que delimitaban dicha partición radicaba en el río Leita. De este modo, la parte de acá se llamó Cisleitania y quedaba bajo administración germano-austríaca; la parte de allá –desde la perspectiva de Viena, claro está– dio en denominarse Transleitania: la húngara. Budapest (hasta 1873 dos ciudades separadas, Buda y Pest) procedió a magiarizar su parte, imponiendo el idioma a todo el territorio, poblado por una multitud de pueblos entre los que se contaban húngaros, por supuesto, además de checos, polacos, croatas, rumanos, eslovenos, eslovacos, serbios, rutenos (ucranianos) e italianos. Hasta hace no mucho, he conocido abuelas y abuelos croatas y eslovenos que aún entendían el húngaro, fruto de esa política de magiarización.

 

Historia, tratados y tabernas

Habíamos dejado a Teodosio dividiendo el imperio a finales del siglo IV… con una significativa diferencia: que, tras el colapso de la parte occidental, el Imperio Romano de Oriente sobrevivió más de un milenio como lo que conocemos por Bizancio. Aquellos a los que la historiografía llama “bizantinos” siempre siguieron considerándose “romanos”, es lo que tiene la historiografía occidental.

En cambio, en el caso del Imperio Dual, no sobrevivió nada, se desintegró por completo. Tras la Gran Guerra, Hungría no había sufrido aún pérdidas territoriales, aunque se vislumbraban, por lo que dolió más: diversos tratados –en especial, Trianón (1920)– escenificaron la desmembración de los también conocidos como dominios de la Corona de San Esteban. Hungría fue despojada de gran parte de aquellas tierras: diversos pueblos lograron su independencia, albergando, eso sí, numerosas bolsas de minorías húngaras. Hungría quedó reducida a lo que es hoy. Que muchos no lo tienen hoy asumido da fe, aparte del exacerbado patriotismo irrendentista húngaro desplegado por la(s) ultraderecha(s) nacional(es), el día a día cotidiano, que procedo a ilustrar con un ejemplo.

Quien esto suscribe ha sido testigo de tal irredento fervor patriótico: en una taberna campesina, perdida en una pedanía de Tiszaföldvár, enclavada en la región central de Jász-Nagykun-Szolnok, más rural que de sector servicios, preside la desnuda y rústica pared del desangelado establecimiento un gran mapa, más astroso que presentable, de la Gran Hungría, que reprocha al mundo la injusticia de haber amputado a Hungría sus territorios históricos. Sigue muy presente allí y es sumamente ilustrativo para entender este irredentismo trasnochado y nostálgico. Teniendo en cuenta la porquería de país que les dejaron, no es de extrañar que quiera hacer a Hungría grande de nuevo.

Es un trasunto del putiniano rusky mir: hagamos las minorías rusas nuestras. En el caso de Putin, no necesitan ser rusas, porque nunca lo han sido, pero para él está bien.

El asunto húngaro es distinto. Volviendo a la Transcarpatia ucraniana, la región había pasado al nuevo Estado checoslovaco creado tras la guerra. El período de entreguerras se afanó en una sobreproducción de acontecimientos (¿quién dijo Balcanes?) y el solar que nos ocupa, no iba a ser menos. Tras la ocupación nazi de Bohemia y Moravia (15 de marzo de 1939) y la instauración del Estado “independiente” de Eslovaquia, protegido por el III Reich, la Rutenia Carpática proclamó también su independencia como Ucrania Carpática, y solicitó el reconocimiento del único que partía el bacalao por allí en tiempos de mojados papeles: la Alemania nazi.

Sin embargo, Hitler ignoró tal requerimiento. Y sucede que el silencio administrativo en las relaciones internacionales (con nazis) no implica sentido afirmativo. De hecho, el Füher tenía en mente otros planes y tuvo el detalle de informar al primer ministro húngaro, Pál Teleki y al almirante Miklós Horthy (a la sazón regente de Hungría entre 1920 y 1944) que tenían veinticuatro horas para resolver la “cuestión rutena”. Como Donald Trump con la paz en Ucrania, pero de verdad. Ni mil palabras más: Hungría ocupó militarmente su antiguo dominio. Poblaban la región más de medio millón de personas, de las cuales la inmensa mayoría era rutena (ucranianos) y el resto, a partes más o menos iguales, húngaros y… alemanes. Así que cuidadito.

Tras otra guerra, la segunda mundial o la gran patriótica rusa, según se mire, Stalin tiró de escuadra y regla y modificó el mapa político del este europeo, perdiendo Checoslovaquia su región más oriental, que pasó a Ucrania. Ucrania no era entonces soviética. Hasta 1922, cuando se constituyó en uno de los Estados fundadores de la URSS. En Transcarpatia había bastante probación ucraniana, aunque quedó, del mismo modo, una minoría húngara allí, embolsada.

Orbán reivindica la protección de estas minorías, siempre activas. Con esto, cerramos el círculo: las tropas de mantenimiento de la paz (bien sea a la moldava, bien sea como contingente onusiano; estemos ante la postdestrucción de Ucrania por Rusia, estemos ante la supervivencia de Ucrania) son –deberían ser– húngaras. Al fin y al cabo, ya hemos estado allí unos cuantos siglos, tampoco es que seamos nuevos por allí. Que viva por allí otra minoría ya es su problema, claro.

Así, Orbán podría presentarse como alguien que ha logrado “Hungría vuelva allí”, lo que sería un buen chute propagandístico. Podría asegurarse que se ha recuperado parte de la Corona de San Esteban y que no es más que el principio del camino, etcétera, etcétera. Los lugareños de ciertos tugurios tiszaföldvárianos (¿se dice así?) podrían actualizar su resentido mapa. ¿Por qué ser una minoría en tu estado si tú puedes serlo en el mío?

Aquí entra un poco en juego el manual del rusky mir. Es sencillo: oprimes a los míos en Moldavia, te planto allí tropas pacificadoras en Transnistria y lo sustraigo, de facto al país al que pertenece y ya, de paso, lo integro en la administración federal rusa. Con Ucrania, tanto da. Los ucranianos son nazis, Putin lucha contra los nazis porque es la URSS de 1942 (no la de 1939, cuando congeniaba con Hitler). Me quedo con el Donbás y los territorios de la Nueva Rusia, que suponen privar a Ucrania del mar y enlazan con… Transnistria. Menuda casualidad. Hungría, por suerte, no es la URSS, pero la teoría de las minorías nazificadas sí tiene su aquel. Y mire usted por dónde, los ucranianos son nazis, no como Putin, que se fotografía, ufano él, con moteros ultranacionalistas y/o protonazis que por su radicalidad tienen prohibido el ingreso a más de un país europeo: Lobos de la noche (también llamados Ángeles de Putin) y demás copias macarras de un mad max de baja estofa. Occidente es Satanás. Yo sólo lo hago en mi moto, cantarían coreando a unos Obús cuyos moteros eran –eso sí– mucho menos peligrosos.

En cuanto a las supuestas oprimidas minorías húngaras en Ucrania (150.000 almas, según un censo de un cuarto de siglo de antigüedad, si bien se fija actualmente en la mitad), Viktor Orbán sostiene que se constriñe su identidad, que se les prohíbe hablar la lengua. Así empezó Putin con las minorías rusas del Donbás. Es cierto que no son lenguas oficiales según la constitución ucraniana. Al ruso se le despojó de tal condición hace no tanto. Empero, no es cierto que los húngaros de la Transcarpatia ucraniana no puedan expresarse en su lengua.

Cabe traer a colación, en este sentido y a modo de ilustración, el instituto Lajos Kossuth en Bérejove, Ucrania. Tiene sitio en internet en Facebook. Y sí: todo está en lengua húngara. Los estudiantes del establecimiento educativo, que cubre todo el ciclo de primaria y secundaria, hablan húngaro, estudian en húngaro en todas las asignaturas… excepto en lenguas extranjeras, entre las cuales se encuentra el ucraniano. El personaje histórico que da nombre al instituto es Lajos Kossuth es un héroe de la emancipación húngara –o de su intento– del siglo XIX, un revolucionario que proyectó la independencia respecto a Austria en 1849 y fracasó. Una Hungría independiente en la que cabían pueblos que también deseaban su independencia a los que no se preguntaba parecer… nimiedades. El Lajos Kossuth también aloja un busto del prócer y una vistosa bandera húngara a la entrada.

Los aludidos, la minoría húngara que sólo es significativa en la zona fronteriza con Hungría, no parecen estar de acuerdo con los sueños retronostálgicos orbanianos. Sus autoridades están felices de poder expresarse en su lengua en el currículum educativo hasta la edad adulta y sostienen que también es su deseo que los niños puedan expresarse también en lengua ucraniana. Quieren dejar las cosas correr. Lo que tienen les basta, y si no que se lo digan a los griegos de Esmirna y Constantinopla que, por querer más, lo perdieron todo. Por culpa de una guerra que los griegos no supieron parar a tiempo, Grecia perdió las generosas condiciones que le otorgó el tratado de Sévres en los territorios de la Sublime Puerta. La Gran Idea se convirtió en la Gran Catástrofe en 1922.

 

Epilogo francés: la Declaración de Fontainebleau

El sitio prometía, era un idílico paraje que la realeza francesa apreciaba, un sitio ideal para dominguear, con un impagable y hermoso bosque, del mismo nombre que la localidad, que invitaba a soñar. Y les gustó tanto que se lo quedaron, parte del él, y edificaron allí, lejos del mundanal ruido de París, pero tampoco demasiado alejado. Un palacio cuyo suelo fue durante siglos lustrado con reales pasos.

Pero Marine se enredó en los detalles. Antes de comenzar, es imperioso señalar el lío simbólico de elegir Fontainebleau como sede de las soflamas patrióticas. Que allí han residido decenas de monarcas franceses pinta bien: quieres ser la reina, te lo mereces, qué mejor que frecuentar tan regios emplazamientos por los que han paseado más de una treintena de monarcas franceses.

Pero cuidado, porque un pequeño pormenor puede añadir tintes sombríos a la anticolonialista fiesta que se proyectó celebrar entre los muros del palacio. Y es que en tan histórico lugar se firmaron dos tratados. Fontainebleau I (1807, reparto de Portugal entre Francia y España que terminó como todos sabemos), pero, peculiarmente, Fontainebleau II, que certificaba la derrota de Napoleón por la Sexta Coalición Europea y mandaba a Napoleón desterrado a la isla de Elba. Estando Marine LePen inhabilitada cinco años por la justicia francesa por trincar dinero de la Unión Europea para sus asuntos de partido (adiós a las presidenciales de 2027), debería hilar más fino con los paralelismos.

La autoestima aporta una valiosa contribución a la salud mental. Siempre es bueno quererse un poco, darse un homenaje. Y eso mismo es lo que organizaron los Patriotas por Europa, grupo político del Parlamento Europeo que despliega un lema tan predecible como poco creativo: Make Europe Great Again! (¿En serio?).

Integran la fracción el Rassemblement National (RN) del tándem Marine LePen-Jordan Boardella, Lega Salvini Premier (la Lega Nord y Lega de toda la vida), el Partido por la Libertad del aludido Wilders, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), la Chega portuguesa, ANO 2011, los Automovilistas por sí mismos (que cito a modo de chascarrillo), algunas formaciones más y, por supuesto, el Fidesz. Como observador, está en la nómina el único partido de extrema derecha que sí ha llevado sus planes de odio y limpieza étnicos al terreno: el Likud de Benjamin Netanyahu. Es observador, pero también amigo de Orbán, tal y como se comentó.

No toda la fauna de la extrema derecha europea se integra en los Patriotas, hay otros grupos en el hemiciclo europeo como Europa de las Naciones Soberanas (muy predecible todo), donde despunta AfD; y Conservadores y Reformistas Europeos (este ya despista más), en cuyo seno se dan cita el PiS polaco, los Fratelli d´Italia de Giorgia Meloni, y una constelación de partidos de las más variopintas y ultraderechistas procedencias.

De vuelta en Fontainebleau: los Patriots se reunieron el 9 de junio de 2025 para celebrar el Año de la Victoria: decirse lo mucho que se gustan, lo encantados que están de haberse conocido y felicitarse por los resultados obtenidos en los comicios europeos de 2024 (tercera fuerza política del Europarlamento). También, escenificar su respaldo a Marine LePen. Santiago Abascal estuvo muy activo, proclamando, en francés, que es sólo cuestión de tiempo que la inhabilitada líder de Reagrupación presida Francia y que el país la necesita. Asimismo, emitieron la pomposamente denominada Declaración de Fontainebleau. El alegato volvía de nuevo a la carga con la manida homilía de unos Patriotas que reivindican una Europa de paz y prosperidad, en contraste con una UE que no cumple sus promesas y perjudica la economía con sus políticas fallidas y, adicionalmente, restringe la libertad de los pueblos, constituyendo un “imperio contra las naciones”. Se oponen frontalmente al envío de tropas a Ucrania y se oponen a la adhesión del país a la UE.

Del mismo modo, destacan las intervenciones de LePen, quien asegura que ellos “no son provincias de ningún imperio”; y de Viktor Orbán, que se enorgullece de ser llamado “oveja negra de Europa”. Sostuvo que Europa será el “bastión final de la cristiandad contra Bruselas”: nada más viejo que la milonga del gran reemplazo –en el caso de Orbán, en su dimensión islamófoba– que hermana al húngaro con sus epígonos estadounidenses. Termina conjurando a los presentes para unirse contra la de la UE, y oponerse a la guerra (en Ucrania), para defender la identidad y soberanía nacionales.

Francamente, para decir lo mismo de siempre, a los patriotas les hubiera bastado con una videoconferencia.

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