
Permítanme que me despida del exilio republicano español y que vaya a contracorriente de muchas cosas. Permítanme que descanse, primero, pues le he dedicado más de quince años a un trabajo universitario que culminó en mi libro L’essai en Espagne à l’épreuve de l’exil et de la dictature (2023) y que, por el momento, está dejando poca huella porque a los filósofos no les interesa el ensayo, porque a los filólogos tampoco, por otras razones, porque los franceses prefieren vernos como poetas, antes que como pensadores, porque ya casi nadie lee en francés en España, porque tiene demasiadas páginas, porque es caro, porque… Es cierto que queda por publicar un libro sobre Zambrano, casi terminado, y que está a la espera de una respuesta, por parte de una prestigiosa editorial, un manuscrito que versa sobre la historia y la experiencia de los exilios, pero lo esencial sobre los intelectuales y ensayistas del exilio republicano está ya realizado.
Permítanme que les diga que el exilio republicano español no puede reducirse a un solo proyecto político, ni socialista, ni comunista, ni anarquista, ni, aún menos, plurinacional, que su pluralidad es su riqueza (cultural, política y sobre todo humana) y que no puede ser patrimonio de nadie. Permítanme que les diga que no se puede ver en el exilio (lo reduciremos desde ahora a este sustantivo) un trasnochado idealismo o esencialismo nacional porque, desde nuestra perspectiva presentista-plurinacional, somos incapaces de comprender lo que es amar a un país que se llama(ba) España, lo que es amar un país cuando ha sido descuajado de él, porque nuestro cosmopolitismo turístico-universitario de mierda, acompañado de un contradictorio respeto inconfesable a las “naciones” “oprimidas y colonizadas”, la Euskadi de Sabino Arana y la de Puigdemont, nos impide sentir en nuestra carne y pensar lo que supuso tener que inventarse a sí mismo una nueva vida en un país extranjero, fuera de los tuyos, de tus coordenadas fundamentales, cotidianas, culturales. Permítanme que les diga que el exilio no pudo proponer un proyecto político, de carácter colectivo, durante la Transición, porque mucho tiempo había pasado ya desde la II República y porque, se quiera o no se quiera admitir, el régimen republicano cometió errores y no fue lo suficientemente transversal e inclusivo (términos horriblemente actuales, archi-actuales, que no se aplican curiosamente para el susodicho régimen, engalanado, por lo demás, de múltiples virtudes, creaciones y entusiasmos), como para que toda la ciudadanía pudiese mínimamente confiar en él. Permítanme decirles que lo más hermoso fue esa aurora del 14 de abril y que los exiliados supieron guardarla en el corazón y en sus convicciones íntimas, olvidando muchos de ellos, también los que los recuerdan ahora, las aristas incómodas que el régimen guardaba. Permítanme decirles que el único responsable de ese crimen colectivo, trágico, del 18 de julio, que todavía nos condiciona, fue Franco y sus compinches. Permítanme decirles que aunque no pudo proponer un proyecto político válido, en 1975, el exilio sí estuvo transido, en muchos de sus representantes, de un hondo humanismo, cuyas raíces llegan, en la historia, hasta las semillas más genuinas de nuestra modernidad (a la manera española) y que ese humanismo no pudo ser escuchado por la sociedad española, enfebrecida por la sociedad de consumo, apegada al confort, serenamente confiada en la ampliación progresiva y lenta de las libertades, seducida por las drogas, el sexo y el ascensor social. Permítanme sugerirles que lo más absolutamente urgente para nosotros, hombre y mujeres del siglo XXI, desposeídos de nuestro mundo, de nuestro tiempo, de nuestro pasado, de lo real, es aprender del tiempo intempestivo que nuestros exiliados encarnaron y que relativiza siempre nuestros certezas presentistas y pone de relieve, denunciándolo, nuestro inconfensable anacronismo. Permítanme decirles que el exilio sigue interesando a pocas personas, por mucho que se descubran de vez en cuando, de casualidad, documentos enterrados por el olvido; déjenme decirles que lo que nos tendría que interesar del exilio, es el afgano, el sirio, el iraní, el sudanés, el colombiano, con el que nos cruzamos a veces, en la calle. Que ese exiliado, de a pie, en carne y hueso, es el que nos importa de verdad cuidar, escuchar y atender. Es, personificado, aquel exiliado de nuestro vecindario, de nuestra familia, de nuestra Universidad, al que nuestros abuelos y bisabuelos tuvieron que despedir, en 1939, pero con nuevos ropajes, con pantallas de móviles hechas trizas, con miedos, traumatismos y esperanzas como los de nuestros queridos compatriotas republicanos. El exiliado que vive es él, es ella, porque de nuestros exiliados no queda ya nadie; quedan las terceras generaciones, asimiladas en ocasiones a los países que acogieron a sus abuelos, a veces terriblemente olvidadizas de donde vienen, o patéticamente idealizadoras del régimen republicano y soñadoras de una instauración de la III República que no tiene cita con la historia, hoy por hoy, por muchas razones. Permítanme decirles que a las derechas, salvo cuando Aznar recordó que existió un hombre llamado Azaña, nunca les ha interesado, desgraciadamente, el exilio, cuando podrían haber indagado en un Mendizábal, en un Semprún Gurrea, en un Alcalá Zamora y en tantos más, y extraído de ellos lecciones sin par para una derecha democrática, culta y responsable, que todos esperamos advenga algún día.
Permítanme decirles que no puedo comprenderme sin el exilio, cuyos hombres y mujeres, cuyos libros y obras artísticas, cuyas realizaciones humanas e intelectuales, me han hecho ser lo que soy. Todos son un verdadero tesoro para las generaciones futuras.
En la vida, hay que pasar página. El pensamiento ecológico, el ensayo de la etapa democrática, y otros proyectos que muy poco a poco se definen en mi mente, cocinándose a fuego lento, como tiene que ser, ocuparán mi tiempo en los próximos años y, de hecho, ya ocupan mi mente. Lo haré, como siempre, en los márgenes de una institución universitaria con la que me identifico ya poco, asaltada por el burocratismo, presa de criterios competitivos, por lo alto, y de una dejadez flagrante, por lo bajo, en todo lo que se refiere a la excelencia que debemos exigir a nuestros estudiantes. Lo haré en un clima humano de investigación, entre colegas, en el que brilla, en algunos archipiélagos, la amistad y la colaboración, el aprendizaje colectivo, el inmenso placer de la discusión intelectual, aunque siempre despunten por aquí y por allá ráfagas sutiles de envidia, competición, ninguneo e invisibilización. Seguiré trabajando en todos esos proyectos, pese a las inmensas dificultades de todo tipo, con la misma intensidad y pasión que he dedicado a los ensayistas del exilio.
Permítanme decirles que no me despida del exilio republicano español, porque nadie puede despedirse de algo o de alguien que uno ha amado intensamente. Volveré al exilio, como he vuelto recientemente, hablando de García Bacca, en Wuppertal, cuando me lo soliciten colegas de confianza para ocasiones necesarias, pero ya no será mi ocupación principal.
Volveré; porque no se puede pasar página cuando uno es el libro viviente que incesantemente vuelve atrás y adelante; porque exiliarse del exilio no es nunca desexiliarse. Tal es la vida.
Le Mans, a 29 de junio de 2025.