
Hace un año nos encontrábamos en pleno festival de primavera en China, entre ferias del templo, petardos y más petardos para comenzar con buenos augurios el año del buey. Un anuncio por palabras publicado en un periódico nacional días antes del año nuevo llamó la atención de la prensa extranjera y de la opinión pública virtual que se genera en los foros chinos: una joven ofrecía unos RMB10.000 a algún chico que la acompañase a casa en calidad de novio. Al parecer, según se indagó entonces, no era el único reclamo y otros también ofrecían suculentas remuneraciones por simplemente llamar por teléfono y aparentar el compromiso desde la distancia. Particularmente me sorprendió esa urgencia de los jóvenes chinos por el matrimonio y guardar las apariencias. Aunque el cambio social es acelerado y existen múltiples modus vivendi, sobre todo en los contextos urbanos, los valores tradicionales siguen muy presentes y a veces, desde la mirada occidental, parecen pautas de conducta anacrónicas que obstaculizan la modernidad al limitar la liberación individual.
El matrimonio sigue siendo una obligación moral en la sociedad china actual, que sigue basándose, incluso más que en la época revolucionaria maoísta, en la familia y los valores tradicionales asociados a ella. El derecho matrimonial ha avanzado según el paradigma occidental y ya no se tolera el concubinato o la compra de niñas, como antaño. Los jóvenes de clase media urbana han ganado libertad sexual y se distancian radicalmente del comportamiento de sus mayores, pero, aun así, en su mayoría, siguen cohibidos por lo que se espera de ellos. La figura celestinesca del intermediario continúa presente en muchos contextos, aunque normalmente de manera simbólica, sobre todo en el rural, pero también entre los emigrantes en las ciudades chinas o en el extranjero, que suponen una extensión de ese ámbito. La madre o la abuela que busca una novia o un novio para su hijo o hija de veintipocos, el jefe que controla el emparejamiento de sus empleados, las más lucrativas agencias matrimoniales,… Y si la prole soltera está lejos, estudiando o trabajando, la familia le recuerda constantemente que tiene que buscar su media naranja, casarse y tener descendencia para honrar a la familia. Y decir no es un insulto a la institución más importante. De ahí la presión. Lo mejor es no pensar, simplemente cumplir con realidad o apariencia, pero no perder cara.
La soltería voluntaria es por sí misma un acto de máxima rebeldía contra el sistema social y cultural. Así pues, se entiende que prácticas como la maternidad fuera del matrimonio o la homosexualidad estén públicamente censuradas. No obstante, son realidades que también existen y conviven en el terreno de la doble moral con la promiscuidad sexual o la prostitución, de las que tampoco se habla para mantener las apariciencias de la sociedad.
En medio de esta maraña de doble moral y cambio social me preocupa el lugar de las mujeres, sobre todo las jóvenes generaciones. En Beijing he conocido chicas universitarias y recién graduadas que asumen su papel de futuras esposas y los límites de género que impone la sociedad china sin el mínimo cuestionamiento, otras que están atraídas por la luz de occidente y que sueñan con cazar a un extranjero que responda a sus anhelos vitales o caprichos, otras de clase baja que no han estudiado, las han casado y se dedican al hogar con la misión de concebir un hijo que consume la descendencia familiar,… Las diferencias entre las clases medias y altas y las clases bajas en enorme y apenas se mezclan aunque compartan el mismo espacio, pero los roles de género siguen unas pautas similares.
Me asombra que apenas haya conflicto social en estos temas del matrimonio y el rol de la mujer en la sociedad, tan sólo individual y por ende a menudo introspectivo, teniendo en cuenta el abismo que encaran las relaciones intergeneracionales y la enorme brecha entre campo y ciudad que existe en este país. Obviamente, también es una cuestión cultural que se nos escapa a los que venimos de fuera.