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Mientras tantoViviendo demasiado deprisa

Viviendo demasiado deprisa


 

La muerte siempre ha sido fiel compañera de la fama. Comparsa de las heroicidades de los eternamente aclamados. Sello que certifica lo imperecedero del destino de unos individuos con vidas y obras truncadas. Enmarcados en la conciencia colectiva, hicieron poesía sonora de la prosa contemporánea, esa que no aparece en los libros de Historia, ni se enseña al calor de un flexo.

 

Cantaban sobre revoluciones impensables, a veces contradictorias. Cantaban sobre el amor en su versión más destructiva, a sabiendas del perenne odio de los hombres a la rutina. Conocedores de ese sucio secreto que a veces nos invade, sufrir para sentirse vivos. Otras veces escribían letras sobre lo que sus ojos no toleraban, denuncias sociales permanentes bajo conductas irreverentes disfrazadas de absurdas polémicas. Incluso a veces, escribían contra si mismos.

 

Para gloria de las discográficas, el destino y a veces sus propios pasos, decidieron acortar el viaje común a todos los mortales. Se marcharon rodeados de gente o en la soledad de una habitación. Tomaron caminos incompatibles. Murieron los hombres, dejando paso a los mitos de una generación que carece de héroes. De una generación que ya no cree en las guerras justas.

 

 

La rueda de los mitos engendrados al calor de la música y el dinero continúa girando. Jóvenes con increíble talento sin anclaje suficiente para un estilo de vida desorbitado. Jóvenes que empujados por ese fenómeno absurdo de la fama vivieron demasiado deprisa. Hay personas destinadas a vivir mas de una vida en menos de treinta años.

 

Quizá en una sociedad donde predomina lo efímero morir joven sea una forma de perdurar mas allá del tiempo, de habitar en las líneas que escriben la historia. Una manera de dormitar con las utopías abrazados al recuerdo eterno. O quizá sea simplemente la constatación de la existencia torcida de unos sueños imposibles.

 

Nos queda su música. Una de esas cosas que nos hace humanos, que nos permite ensanchar los estrechos conductos que guían nuestras horas. Ellos lo sabían y desde un lugar apartado oscurecido por el humo, se ríen de la levedad de nuestros días.

 

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