Alguien grita por las noches

0
263

El agente quiso ser agente y le salió ser ventrílocuo, como si en vez de Rato fuese el pájaro Rockefeller. Quizá pájaro sea, y puede que Rockefeller también...

 

En realidad todo está en la mano. El agente le sigue, a Rato, con su peto y su placa al cuello. El ex vicepresidente del gobierno, ex ministro de Economía y ex presidente de todo lo demás sale de su casa y echa un vistazo al panorama para darse cuenta de que ya es uno de los grandes. Rato se inclina para entrar en el coche y la mano del agente se posa entre la oreja y la nuca, que es un lugar donde también se posan las manos de los compañeros de partido (pero por delante, no por detrás) en los mítines para saludarse afectuosamente, esa zona sensible de compadres que entre ellos bien conocen, el tacto casi familiar. La mano del policía es el sutil poder del carcelero. También es un gesto de bienvenida, el piel con piel del bebé recién nacido con la madre, o con el padre, que recordará siempre. Ahí hay un vínculo irrompible. La mano conlleva el eufemismo del “cuidado con la cabeza” pero ayer no tocó la parte superior como es costumbre, la sutura coronaria entre el hueso parietal y el frontal, como si hubiera tenido reparo en palpar la piel desnuda y el subconsciente le hubiese llevado al cabello. El agente quiso ser agente y le salió ser ventrílocuo, como si en vez de Rato fuese el pájaro Rockefeller. Quizá pájaro sea, y puede que Rockefeller también. En el PP están desolados. “Rodrigo”, deben de decirse melancólicos moviendo la cabeza e interpretando su drama de hombre buenos. Uno ya se sabe de carrerilla las imputaciones: “Fraude, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes, fraude, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes…” como en su día la alineación del Madrid. Casi también su vida entera, que con tan sólo unas primeras informaciones se podía ver en imágenes de súper ocho iguales a las del protagonista de Philadelphia mientras Neil Young cantaba que él tuvo sus amigos en el mundo, que él tenía sus amigos cuando eran niños y niñas y guardaban sus secretos… Uno puede decir que ha visto a Rato crecer lo mismo que si fuera Truman, el del show, pero en una hora que parece que hay prisa. Rosa Díez le llama chivo e ilustra al pueblo de que hay todo un rebaño. Montoro dice que las instituciones funcionan, se sea quien se sea. Snchz denuncia que este no es un gobierno ejemplar al mismo tiempo que por la puerta del Supremo van desfilando Manolo, José Antonio y Zarrías, que no tiene cara de llamarse Gaspar (si acaso de niño) sino Zarrías. Hernando, el del PP, confiesa estar pasando momentos muy duros como si Rodrigo en vez de detenido estuviera en la UCI; y Hernando, el del PSOE, intenta ser tan contundente como su frente, incapaz de alcanzarla pues es más bien frontón, un frontón móvil, mientras Garzón parece un escolar nervioso con semejante material en las manos. En la mano. Nadie dice nada porque esta es una historia vieja. En España está uno acostumbrado, como en los muelles de ‘La ley del silencio’, a la muerte repentina de los estibadores más conocidos. Alguien grita por las noches en el barrio y ya no se pregunta. Sí cae ahora, por ejemplo, en que aquella campana que tocaba Rodrigo no era la de Bankia sino la suya propia anunciando la última vuelta ya con la mirada perdida, la misma que tenía ante ese portero automático que ayer de madrugada tardaba inquietantemente en contestar.