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Mientras tantoArcadi, sub rosa

Arcadi, sub rosa


Hace poco me contaron en Twitter que Ángel Sanz Briz, Ángel de Budapest, solo hablaba de rosales en su vejez. El diplomático fue el salvador de cientos de israelitas por su expedición de pasaportes y salvoconductos en la Hungría asediada por los totalitarismos del siglo. La mención a los rosales me hizo buscar algún sitio en Budapest muy determinado con nombre arbóreo: lo encontré.

Cerca de la legación española se encontraba Rózsadomb, la colina de las rosas. Y esta flor, claro, también marcaba la parte incógnita (“sub rosa”) de las epístolas medievales. Este era el territorio que un lector curioso no debía explorar en el papiro bajo amenaza de una daga florentina en las sombras.

Rózsadomb, años 30

Uno de estos es el periodista Arcadi Espada que reedita ahora su excelente En el nombre de Franco (Espasa, 2013) con muchos añadidos. El libro al que tengo más cariño de los suyos, la demostración de que Espada es un gran investigador, es un intento de escudriñar las fuentes respecto a la salvación de judíos europeos por parte de la legación española de Ángel Sanz Briz en Hungría. Más que una defensa de la bondad de Sanz Briz y la mascarada de un pícaro italiano -pleonasmo- como Giorgio Perlasca, es un recordatorio de cómo este acto humanitario fue colectivo.

Porque el libro de Espada es, ante todo, una suma de embusteros judíos, húngaros, italianos y españoles; casi el cuadrado nacional de pueblos farsantes en Europa. El productor de cine de origen húngaro Alexander Korda, incluso, decía a Orson Welles que la receta de hacer una tortilla en Hungría comenzaba con “robar los huevos«. También hay algo del Lazarillo, la novela nacional mal que nos pese, en ese Perlasca españolizado que se usó como careta al parecer mediterráneo por los eslavos de la embajada. Estos,casi todos héroes anónimos, pudieron utilizar la razón de estado del franquismo para salvar a miles de sus compatriotas.

Lo revelador del caso, tal como se analiza en la obra, es que todos estaban “sub rosa”, es decir, en el secreto. Nadie quiso hablar hasta muy tardíamente de la hazaña humanitaria: el testimonio ditirámbico de Perlasca fue conocido de veras entre los 80 y los 90, y Sanz Briz dejó apenas textos donde indicara cómo y en qué condiciones inició este rescate. Y, sobre todo, el porqué: el siempre mezquino Franco ante la futura victoria aliada permitió esta operación entre su ministro Jordana y Briz para salvar a los judíos de la capital de Hungría.

Pasaporte de Briz

Está en las fuentes, que analiza con gran agudeza Espada (de la cual carece Cercas), pero enlaza con otros planes surreales del ferrolano como declarar la guerra a Japón en 1945. Cualquiera que analice estos actos verá el carácter correoso de Franco, al que le dediqué un texto hace años, y también cómo han sido silenciados por toda la historiografía de izquierdas que vive en el fértil y pecuniario maniqueísmo de los años de Zapatero. A esta épica solo le faltó un tebeo de Manuel Azaña enfundado de Superman (no daba la figura, ni siquiera para Paul Preston) que habrían llegado a comisionar a algún tebeísta frecuentador de Garibaldis y posgéneros.

La realidad histórica detrás del sello secreto es mucho más prosaica: unos pocos héroes que se sirvieron de las argucias diplomáticas de un dictador. Casi todos ellos murieron sin reconocimiento: el relato no lo permitía. Otra victoria de Ken Loach sobre Shakespeare, nadie quiere creer que en un rosal sombrío hay flores carmesíes.

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