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Mientras tantoArmonio lúgubre

Armonio lúgubre


 

«I’m a nihilist, so I like destruction. Nihilism seemed to be the most suitable religion since I started to think»

Nico 

 

     

   

Nico (Christa Päffgen)

 

Ni su apariencia dulce ni su rubia cabellera se olvidan fácilmente. Su voz grave y forma de pronunciar sonaban a algo completamente desconocido y su seriedad y  labios no podían ser de cualquiera, como tampoco sus letras en solitario pueden proceder de alguien profundamente comprometido con el valiente acto de conocerse a sí mismo.

 

Nico pertenece al grupo de los oscuros en una época de colores y optimismo que explotaba en la costa oeste de Estados Unidos. En la Este, un grupo de personas se mantenían alejados de la felicidad y más interesados por las pesadillas internas, por la soledad y por lo bizarro. Hablamos de Lou Reed y compañía en la época de la Velvet Underground; la era de la heroína en su vena más posesiva y la libertad sexual en su corriente más sorprendente. Travestismo, sado, excesos y lujuria envueltos en la más ácida de las denuncias sociales al compás de las novedosas e irreverentes propuestas de la Factory de Andy Warhol.

 

Musa de este último, Nico empezó como modelo e hizo pequeñas apariciones en películas como La Dolce Vita bajo el seudónimo de Nico. Trataba de hacerse un hueco del que nunca gozó plenamente. Entró en la Velvet casi por imposición para el resto de miembros gracias a Warhol, y salió de ella por la puerta de atrás. Lou Reed, que en realidad nunca le tuvo demasiado aprecio, se vio obligado a escribir canciones para que ella las cantara, le dio una pandereta y dejó que durante un año posase junto a ellos hasta que decidió que ya había sido suficiente.

 

Siempre pienso que cada estación despierta en nosotros una cierta necesidad de escuchar uno u otro género. Su carrera cómo solista, apadrinada por su ex compañero de la Velvet John Cale, empezó con Chelsea Girl. Un disco luminoso y sosegado que, como bien me dijo un hombre sabio, pertenece al otoño. Violines y flautas tocadas con armonía y algo de esperanza hacen emanar en nuestras mentes la tranquilidad de una tarde soleada y anaranjada haciéndonos contraluz. Un otoño que abría las puertas al invierno cerrado y frío en el que Nico vivió el resto de sus días. Los sentimientos que emanan de sus posteriores trabajos, como The Marble Index, Desertshore o The End no pertenecen a estación alguna, ni a un estado de ánimo cualquiera. Lamentos serenos, casi siempre con el mismo tono. Nico no variaba la forma en la que exhalaba las palabras ante el micrófono (ni falta que hace, desde mi punto de vista). Sólo en el último disco, Camera Obscura, que ya tenía un sonido mucho más ochentero con sintetizadores, Nico demostró su capacidad para poder emplear legato y no sólo su particular contralto.

 

Como los muchos trabajos finales de artistas inclinados hacia la autodestrucción, sólo pueden respirar de los fantasmas internos, de lo que nos perturba, de aquello oscuro que todos tenemos. Nadie puede escuchar The End y no sentirse hundido en un pozo sin color, casi sin aire, donde suenan los acordes de un juicio final, en el que esa voz cavernosa no nos juzga, sino que nos invita a juzgarnos a nosotros mismos.

 

A partir de Chelsea Girl, su música no es más que una pausa en la pesadilla, un fotograma congelado de los miedos en el que podemos movernos, pero del que no sabemos si saldremos. Lo que oímos son los acordes tocados con armonio similares al latido desenfrenado de un corazón dañado. Los ecos de una Nico de pelo rojo teñido, de ojos profundos maquillados en exceso de negro, de una piel acartonada por la edad mal cuidada. Una especie de conciencia vengativa que revive en nosotros aquello que estaba guardado, olvidado, pero que al regresar insiste en quedarse latente. ¿Queda esperanza en la música de Nico? ¿Se puede ver la luz al final? Lo dudo.

 

¿Por qué su música pasó del I´m not saying al Janitor of Lunacy?

 

Aunque al principio era la rubia de la Velvet que tocaba la pandereta y cantaba  Femme Fatale, valía más de lo que la mayoría podía imaginar. Cruelmente ha quedado etiquetada de segundona, de intento de algo, de enchufada de Warhol, de amante de Jim Morrison (gracias, Oliver Stone, por esa escena del ascensor en la exagerada película The Doors). Nico, a pesar de sus adicciones, desbordaba personalidad y consiguió mantenerse a flote a diferencia de numerosas Femmes fatales que como ella salieron de la Factory y cayeron por el camino mientras coqueteaban con la heroína o cualquier droga que se les pusiese delante.

 

Hizo bellísimas obras exentas de reconocimiento, no sólo en música. La película La Cicatrize Interieure, en la que actúa y en la que suenan algunas canciones del Desertshore, nos confirman su dedicación. Trató de hacerse un lugar en las vertientes más alternativas. Luchaba por ser alguien, experimentó cuanto pudo hasta que un desafortunado accidente en bicicleta por Ibiza acabó con su vida en 1988.

 

Como un ángel caído, su belleza se tornó turbia, su imagen delicada pasó a ser brusca, empezando con el tinte pelirrojo, para satisfacer los gustos de su amado Morrison, hasta que, como su vida, se fue tiñendo de negro hasta el final.

 

Nunca vendió su imagen. Cuando más podía aprovecharse por su mera apariencia, tras compartir escenarios con la Velvet, no lo hizo. Podía haber mantenido el estilo de los mismos, cosa que no pasó ni remotamente. Podría haber compuesto música comercial y sin embargo siguió siendo ella misma hasta el final de sus días. Opino que el cambio de imagen no sólo respondía a su estado interior, sino a un intento desesperado de despojarse de todo lo que había sido hasta entonces, de todas las fotos dulces y anuncios de coñac, de su relación con Warhol y el año que gracias a él compartió con la Velvet Underground Intentaba desesperadamente mostrarse al mundo cómo ella era. Año tras año, cada intento parecía sumirla en una mayor soledad y envejecimiento.

 

Nico no buscaba el éxito, buscaba la comprensión.

 

La música me fascina por el poder que ejerce sobre nosotros. Es más fuerte a veces que las palabras o las caricias a las que nos recuerda, por emocionarnos más que una charla apasionada, y en definitiva por despertar nuestra conciencia, inspiración y marcar nuestras decisiones. Puede ser hermosa y dolorosa, y no seremos capaces de dejar de escucharla.

 

Nuestros recuerdos se desvanecen, pero la música se mantiene perenne y nos ayuda a recordar. Sea de la época que sea, tiene el poder de entrar en nosotros (si se lo permitimos).

 

La vertiente oscura me emociona especialmente. No a todos les gusta, pero no siempre es agradable encontrarse con fantasmas.

 

Nico fue una mujer valiente, totalmente subestimada, cuyo legado abarca mucho más que su época Factory. Su legado nos ofrece una guía de reflexión para reconocernos en las profundidades.

 

Era oscuridad bajo todo aquella belleza, y sólo al final de sus días pareció ser cómo era en realidad.

 

Invito a escuchar la que, para mi gusto, es una de las canciones más hermosas de Nico: Roses In The Snow, del disco Marble Index, así como también recomiendo el documental Nico Icon.

 

 

                                                                                                                            

Laurel de Baco

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