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Bin Laden


¿Cómo era el mundo antes de Bin Laden? Recuerdo los dos años
previos al atentado de las Torres Gemelas. Había caído el Muro de Berlín, y
casi todos los países del antiguo bloque soviético emprendían revoluciones
pacíficas, esperanzadoras. Algunos acontecimientos empañaron la euforia general
de aquellos meses; la horrible ejecución de Ceaucescu, la invasión de Kuwait.
El siglo XXI no empezaba bien, pero tampoco mal. En los USA gobernaba un
presidente zafio cuya popularidad decrecía de modo imparable. Alemania se
reunificaba. El tránsito de las dictaduras de entonces a la democracia parecía
un proceso inexorable.

            Pero
apareció Bin Laden. A él se debe el sesgo siniestro que ha tomado el siglo.
Diez años después del atentado, el mundo se parece a una escombrera donde
yacieran los cascotes de las libertades personales, el estado de derecho, el
imperio de la ley y los derechos sociales. El tránsito a la democracia ya no
garantiza el tránsito al respeto escrupuloso de los derechos individuales. El
éxito económico tampoco se ve propiciado por la democracia. Impera por doquier
el modelo chino, que es la barbarie institucionalizada adobada con la sonriente
prepotencia del éxito económico. Impera, de nuevo, la subordinación de los
derechos individuales (los únicos respetables) a los derechos colectivos. El
siglo XXI es el siglo del fanatismo religioso, del nacionalismo opresivo, de la
libertad subordinada a la seguridad (como si la libertad no fuera un absoluto
incondicionado).

            Al menos
Bin Laden ha muerto al estilo clásico, como de guerra antigua. La crónica de su
muerte parece el guión de uno de esos filmes ambientados en la Segunda Guerra
Mundial donde un audaz comando cumple una misión imposible. El asalto del
palacio donde se refugiaba el Gran Enemigo evoca las páginas de Tempestades
de acero
de Jünger: armas ligeras y granadas de mano. Sólo faltaban las
bayonetas. Habría sido desolador que muriera a distancia, miserablemente
achicharrado por una bomba inteligente, acompañado en su muerte por infinidad
de víctimas inocentes. Los asaltantes se han jugado la vida. Son héroes. Bin
Laden, para los suyos, también; su muerte, obviamente, refuerza su mito.

            El auge global del fanatismo de toda especie requiere un
nuevo modo de pensar, un nuevo modelo de análisis crítico. Como escribiera
Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, cuando las multitudes
adoptan una fe fanática, el problema no consiste en poner de relieve, mediante
estrategias racionales, lo absurdo de tal creencia, sino en preguntarse por qué
creen lo que creen, por qué esas multitudes renuncian a la civilización y
abrazan formas extremas de barbarie.

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