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Mientras tantoEntrevista a Violeta Serrano: «Podemos cambiar el sistema, pero hay que cambiarlo...

Entrevista a Violeta Serrano: «Podemos cambiar el sistema, pero hay que cambiarlo del todo»


Resulta difícil analizar un problema desde dentro, cuando uno mismo es parte del mismo. Pero mirando en el reverso de la moneda, quizá esté ahí la única vía para encontrar sus soluciones. Y eso es lo que trata de hacer Violeta Serrano con su literatura porque, como ella misma afirma, «el mundo es un conglomerado de ficciones donde sólo algunas logran tomar cariz de verdad. La escritura es la forma más antigua y eficaz de instalar una creencia. La palabra escrita es ley y fe».

Siendo estrictos, debería decirse que Violeta Serrano es de León y que nació en el año 1988. No obstante, tras leerla y escucharla, queda claro que las cosas no son tan simples y que en este momento de su vida se siente igual de española que argentina. Así, sin obviar la complejidad ni olvidar lo que deja atrás, pero mirando hacia adelante, es desde donde parte para preguntarse quién es, o quienes somos. Tras dos poemarios (Camino de ida, Modesto Rimba, 2016; Antes del fuego, Índigo Editoras, 2020) y un ensayo previo (Poder migrante, Ariel, 2020), eso es lo que intenta en su último libro: Flores en la basura. Un relato personal de la generación perdida (Ariel, 2022).

En este ensayo traza un diagnóstico de la generación española a la que pertenece y que en nuestro país vio romperse muchas de las expectativas que tenía sobre sí misma. Para ello ha tomado el título de una canción de Sex Pistols, ‘God save the Queen’, que en una de sus estrofas, dice: Oh when there’s no future/How can there be sin/We’re the flowers/In the dustbin/We’re the poison/In your human machine/We’re the future/Your future. Pero lo que transmite Violeta Serrano no es tan pesimista como estas líneas del famoso grupo punk británico, y haciendo frente a las dificultades que se plantean, observa el futuro con determinación y una energía contagiosa. Para hablar de todo ello, nos citamos en una entrevista que tendrá lugar por vía telemática entre un pueblo de la provincia de León, donde actualmente vive, y la capital de Marruecos, mi residencia actual.

Foto: Alejandra López

Para poner en contexto a aquellos que vayan a tener el libro en sus manos, ¿podrías explicar quiénes son esas flores y qué hay en la basura?

Esas flores son la mayoría de la gente de mi generación, que nacimos a fines de los 80, que no somos ni los baby boomers, que corresponden a mis padres, ni los Z que venían después: somos como una generación bisagra. Nuestros padres fueron esa generación que la pasó muy mal al principio, pero que después, cuando entró al mercado laboral se encontró con una España que, justo en ese momento, empezaba a crecer, con una época de bastante prosperidad o, por lo menos, de estabilidad, en un recorrido de casi 40 años que ahora parece que se vuelve a romper. Nosotros disfrutamos en la infancia de toda esa prosperidad, crecimos como esas flores que pensaban que cualquier deseo se podía cumplir y, de repente, cuando intentamos ingresar al mercado laboral, había un muro, todo estaba cerrado. Eso ha provocado mucha frustración y el título del libro, de hecho, lo saco de una canción de los Sex Pistols que hace referencia a eso y que relaciono con la época de Thatcher. Thatcher fue alguien que instaló la idea de que si no consigues trabajo, si no te va bien, es porque es culpa tuya. Y, sin embargo, no es así, si esto ocurre y nos ocurre a todos, es que es un problema social y muchas veces nos quieren hacer creer que es un problema individual para que no nos aliemos precisamente para cambiarlo.

Aprovecho que estás diciendo eso porque, como también mencionas en Poder migrante, es necesario cambiar la perspectiva social y pasar a hablar de un nosotros. En Flores en la basura hablas desde una experiencia más personal, pero también apela de una manera a otra a una acción colectiva, pero ¿a qué que te refieres exactamente?¿Qué es lo que pretendes transmitir con ese nosotros?

Me parece que llevamos demasiado tiempo individualizándonos, creyendo que vamos a salir solos de todos los problemas, sobre todo en Occidente. Y eso evidentemente no es así, nunca ha sido así: ninguna lucha por los derechos se ha hecho en soledad. Es curioso ver cómo muchas de las empresas que abanderan las nuevas formas de trabajo intentan individualizar al trabajador. Por ejemplo, los repartidores de Glovo tienen cada uno sus horarios en su teléfono, van al lugar y vuelven a su casa; pero no hay un lugar donde se puedan juntar para charlar un rato, haciendo que esos lugares de comunidad hayan desaparecido. No es casual que eso haya sucedido. Por otro lado, el hecho de que estemos cada vez más comunicados por pantallas como esta por la que hablamos hace que parezca que nos relacionemos mejor, pero realmente estamos cada vez más metidos en nuestras propias burbujas.

¿Y cómo podemos salir de esos espacios estancos?

En mi experiencia, el paso por Latinoamérica y por Argentina en particular me enseñó lo importante que es tener una red cuando todo se tambalea. Estamos pasando un momento de crisis brutal, digamos que transversal, es decir, desde una perspectiva económica hasta un conflicto bélico, pasando por la crisis sanitaria de la que todavía vivimos sus consecuencias. Sin embargo, sentimos que todo se tambalea y no encontramos esa red, esa comunidad. En Argentina, que es un país que está en crisis casi constante si algo tiene es comunidad; la gente sabe que como muchas veces las instituciones no llegan a solucionarle las cosas, tienes que tener una red de cercanía. Eso hace que la política también salga mucho más a la calle, que estén mucho más conectados con lo político, que entiendan que lo político es parte de la vida.

¿Piensas que eso no pasa en nuestro entorno?

Pues acá creo que eso lo hemos olvidado, sobre todo nuestra generación. Porque la de nuestros padres era mucho más consciente de la necesidad de la política, de la buena política, porque tuvieron que traer la democracia y tuvieron que pelear por ella. Mi generación, por el contrario, se encontró con que la democracia y el bienestar ya estaban. Teníamos una sanidad pública estupenda que ahora ya no es tan estupenda; teníamos una educación pública bastante buena, que cada vez es peor y cada vez genera más desigualdades; y teníamos seguridad, que yo creo que en poco tiempo va a caer también, porque eso de estar tranquilos por las calles de España, si seguimos en este camino de desigualdad, va a dejar de suceder. Tengo la sensación de que mi generación pensaba: «Bueno, todo estaba acá cuando llegué y no tengo que pelear por ello». Y para mí esto es un problema que en cierto modo este nuevo libro intenta solventar, ya que puede ser considerado un diálogo entre generaciones, pero también un ejercicio de autocrítica. Veo muchas veces queja en mi generación, pero una queja que la hacemos en soledad, sin hacernos cargo de nada.  Y eso no puede ser, hay que protestar, muchísimo, porque las cosas no están bien.

¿Y qué propones para revertir esa situación?

Hay que resistir y hay que caminar y para caminar es mejor hacerlo en comunidad. Hay que sentarse a hablar con el otro y no dejarse llevar por ese discurso individualista a lo Thatcher, que hace que la gente se sienta frustrada, se sienta mal y sienta que esto es culpa suya. ¿Puede haber algo de culpa de uno mismo?  Siempre puede haber algo de eso, pero aquí hay algo social. No hay nada más que hablar con cuatro personas al azar para que te digan que sienten más o menos lo mismo

Respecto al diálogo entre generaciones tengo la sensación de que es un tema espinoso y que hay establecido una especie de muro de comunicación, construido desde ambos lados a través de la incomprensión, la crítica y la falta de diálogo. ¿Qué piensas de este supuesto conflicto si es que lo hay?

Sí que lo hay, existe un conflicto porque no nos entendemos y eso genera mayores problemas. En un momento de crisis como el actual hay que dialogar entre todas las partes: los que vienen delante, los que vienen detrás y los del medio. Flores en la basura trata de eso y plantea que para entenderse, como en toda negociación, cada cual tiene que aceptar una parte de culpa y a partir de ahí, construir.

¿Y cuáles son las principales diferencias entre los integrantes de cada generación?

Pues creo que en España sucede lo siguiente: muchas de esas personas que construyeron la España postfranquista hoy continúan en lugares muy buenos, desde posiciones en grandes empresas a medios de comunicación, pasando por profesores o incluso jubilados. Y tienen unos sueldos y unas ventajas enormes en comparación con la gente que entra ahora al mercado laboral. Porque incluso aunque tengas un trabajo más o menos digno, si no heredaste algo es imposible vivir en una ciudad como Madrid o Barcelona, por ejemplo. A mucha de esta gente ni siquiera le da para vivir, y carece de una perspectiva de futuro, sin la cual es muy difícil caminar. Es decir, nosotros nos sentimos frustrados porque lo que soñamos o lo que nos educaron para ser no lo podemos cumplir en la mayoría de los casos.

¿Se puede cambiar esa dinámica?

Esa es, precisamente, una de las intenciones de Flores en la basura. Me explico. A muchos de los que estudiamos y queríamos progresar en nuestra carrera profesional se nos decía que para tener éxito había que ir a las grandes capitales, como Madrid o Barcelona: si quieres ser periodista, pues vete Madrid; si quieres ser escritor, tienes que ir a Barcelona. Y así lo asimilamos, pero a este deseo hay que darle la vuelta, porque quizás esa calidad de vida, esa felicidad, que es lo que buscamos todos los seres humanos ya no está donde pensábamos; quizás fuimos educados para una cosa que ya no existe. Y eso no quiere decir que lo que existe ahora sea peor, a lo mejor es incluso mejor, lo que pasa es que lo tenemos que descubrir y tiene que ser mi generación la que cree ese nuevo mundo, igual que nuestros padres crearon ese mundo de la democracia en España que antes no existía.

Pero ahora, ¿cuál es el nuestro?

Aquí es donde yo genero ciertas propuestas. Porque en España, por ejemplo, tenemos la posibilidad de vivir con mucha calidad fuera de los grandes núcleos urbanos, lo cual no es  tan común como creemos fuera de nuestras fronteras. En España hay una infraestructura de transporte particularmente excelente y una infraestructura de telecomunicaciones impresionante. Como digo, esto no es tan normal y hay que aprovecharlo. Pero, ¿porque los jóvenes entonces siguen queriendo acumularse en las grandes ciudades? ¿porqué no generan una nueva calidad de vida en otros lugares que nunca habían pensado que podían ser parte de su futuro? Juzga porque tú llegas a Madrid y todo el mundo se quiere ir el fin de semana donde sea porque está agobiado, porque hasta le cuesta pagar el alquiler, con sueldos tan precarios que en lugares así no te sirven para nada. Sin embargo, si tú descentralizas esto cambia absolutamente. Tendríamos que empezar a repoblar la España vacía, que hoy es una oportunidad: las empresas deberían facilitar el teletrabajo y nosotros negociar con ellas para encontrar soluciones compartidas que nos beneficien a todos. Estamos ante una nueva transición, distinta a la que hicieron nuestros padres. Y tenemos que ser creativos para cambiar esto. Por eso digo, protestar sí, resistir sí, pero quejarse por quejarse tampoco, porque partimos de un lugar muy positivo comparativamente con otros.

Mientras te escucho hablar se me viene una pregunta a la cabeza: ¿somos parte de una generación con una carencia de oportunidades o con un exceso de expectativas?

Me parece una muy buena pregunta. Yo creo que sobre todo hubo un exceso de expectativas y en eso quiero que quede claro que nadie tiene la culpa. Sin embargo, es cierto que cuando nacimos no padecimos ciertas cosas, porque yo nunca he tenido hambre, ni sed, ni me ha faltado de nada. Y eso que mis padres no son ricos, son clase media, profesores de un instituto. De un modo u otro, siempre tuvimos todo y nos parecía normal. Así, nosotros pensábamos que podíamos hacer lo que quisiéramos y nos educaron en el deseo, en el ¿tú qué quieres ser? A mis padres no los educaron de ese modo y estudiaron para poder comer: mi padre estudió francés y mi madre estudió inglés porque había pocos profesionales en esas áreas y encontraron trabajo rápidamente. En mi caso, mis padres me inculcaron que debía hacer lo que me hiciera feliz, y así lo hice, dedicándome a las letras y la literatura. Fue así que decidí irme a Buenos Aires para desarrollarme profesionalmente en lo que yo me había empeñado en ser a través de mi visión y lo logré,  porque tenía un deseo muy fuerte.

Ahora que te refieres a tu paso por Buenos Aires me gustaría preguntarte algo que he visto que se intuye en ambos libros, porque tanto en Poder migrante como en Flores en la basura hay una mirada que traspasa fronteras. ¿Crees que a la hora de ser creativo, como decías anteriormente, tenemos la oportunidad de mirar hacia fuera y encontrar referentes que seguramente nos hagan falta aquí en Europa y en España?

Sí, y es cierto que lo que dices entronca totalmente con Poder migrante. Cuando tú ves a gente que tiene la mitad de recursos que tú y sale adelante eso es inspirador. Porque los migrantes son maestros en un mundo en crisis, y los que viven en países con mucho menos recursos también deberían ser maestros para nosotros.

Ejemplares de Poder migrante (Ariel, 2020) y de Flores en la basura. Un relato personal de la generación perdida (Ariel, 2022).

Escuchándote hablar de lo que has encontrado fuera, de esa mirada diferente que nos puede ayudar en este momento y de la necesidad que tenemos de salir de nosotros mismos y hacer comunidad, se me ha venido a la cabeza la alemana Meredith Hauf, que en su libro Dejad de lloriquear (Alpha Decay, 2012) asegura que una de las cosas que caracteriza a nuestra generación  es la falta de acción política, y que un valor que en otro momento lo tuvimos muy presente, como es la solidaridad, lo hemos perdido. ¿Estás de acuerdo con ese diagnóstico, en que hay una carencia de acción política y de solidaridad?

Sí, totalmente. Yo creo ha habido un plan sistemático para provocar una disfunción entre lo personal y lo político. Recuerdo que en mi época de la universidad a la gente no le importaba nada la política; éramos unos pocos en las asambleas mientras que el resto se molestaban si las clases se paraban cuando la facultad estaba imponiendo las tasas de Bolonia: años después mucha gente ni siquiera puede pagarse la universidad pública porque las tasas son inasequibles. Y eso está empezando a cambiar, porque ya no hablamos de manera teórica, sino que la gente lo empieza a sentir en su piel: la gente no puede pagar la factura de la luz, o no puede llevar a sus hijos a la universidad. Y diré algo aunque pueda sonar mal, porque podemos sacar algo positivo de ahí, y esto puede provocar que la gente empiece a despertarse. En España llevamos mucho tiempo dormidos y eso es una pena, porque somos un país estupendo, con una gente que, en el fondo, tiene una noción de comunidad enorme. No obstante, ¿qué ha pasado para que nos hayamos encerrado en nosotros mismos cuando somos un pueblo abierto?

Al hablar transmites una perspectiva positiva que también destilan tus libros, intentando emitir siempre un mensaje esperanzador. Sé que es una pregunta difícil y para eso has escrito dos libros y no para resumirla en dos frases, pero me gustaría preguntarte por esas grandes oportunidades que nuestra generación tiene para poder salir hacia adelante y despertar.

Pues yo creo que tiene que ver con lo que te decía al principio. Creo que estamos en un momento que da mucho miedo porque realmente podemos cambiarlo todo. Y sí, repito, podemos cambiar el sistema, pero hay que cambiarlo del todo. Y podemos pasar de consumir cada día en las grandes capitales, monopolizados por el dinero, a lo contrario, a buscar ratos libres y salir, por ejemplo, a dar un paseo por el monte. Aunque entiendo que haya gente que no soporte el monte, el pueblo, el vacío, etc, también existe una fase intermedia como es la ciudad de provincias. En cualquier caso, desde esos nuevos lugares se pueden cambiar las relaciones laborales, pero también las relaciones personales y las relaciones con nuestro entorno porque, por ejemplo, puedes estar en contacto con la naturaleza de una manera más justa ecológicamente. Todo eso hará que podamos mudar de sistema, pero de raíz. Y no es tan difícil. Si mi generación no puede sostenerse en una gran capital, ¿porque no hace de esos lugares que nuestros antepasados abandonaron un lugar para recrear ese nuevo mundo? Y como decía antes, tenemos infraestructura de todo tipo, de transporte, de telecomunicaciones… No es todo lo necesario, pero es mucho y es mucho para empezar. Sé que hay mucha gente que está atada a un trabajo en una gran capital, pero hay otra mucha que podría irse y no lo hace.

¿Qué le dirías a esa gente?

Pues que pase de la queja a la acción. Habrá quien me diga que no puede teletrabajar, quien justifique que, por ejemplo, que atiende un quiosco y tiene que ser en Madrid, que es donde pasa mucha gente. Lo comprendo, pero si empieza a haber gente aquí, voy a necesitar también un quiosco. Y además se podrán mantener servicios básicos, muchos de los cuales están en riesgo de desaparecer. Esto me molesta mucho, porque existe un  discurso de la España vacía del que nadie se hace cargo en realidad: si tú no quieres que se vacíe, ven a vivir aquí. Es lo que he hecho con mi pareja, porque en este momento tan crítico la salida es esta y está en mis manos hacerlo. Otras cosas no, pero esto sí, y está en manos de mucha más otra gente que no termina de atreverse a dar el paso.

Ese atrevimiento está en tu viaje de ida y vuelta que se puede leer en tus dos libros, pero también planteas las dificultades de ese camino. En mi caso, llevo más de diez años entrando y saliendo de España y tengo una hermana a la que le tocó vivir la crisis del 2008, que la hizo migrar, como tanta otra gente bien formada de su generación, a Londres o a Dublín, aunque ahora después de muchos años se ha vuelto a instalar en nuestro país. Y solemos comentar lo difícil que se hace volver, en un contexto en que se mezclan esas expectativas e idealización de la vuelta con un cierto desarraigo que te puede llevar a encontrarte muy perdido.

Si no has vuelto como tal no lo sabrás, pero ya lo vas a ver. En ese ida y vuelta la comunicación empieza a complicarse entre tu gente y tú, y tienes que explicar multitud de cosas para que te empiecen a entender y no se empiece a abrir un abismo: lo que tú has visto y lo que tú has vivido está muy lejos de lo que ellos se pueden imaginar. Y eso es muy complicado de sobrellevar en ocasiones. Para mí resulta difícil explicar que soy tan española como argentina y que ha ido así porque mi experiencia me ha llevado ahí, a crecer en un pueblo de León y a hacerme adulta en Argentina.

Ahora que hablas de este modo de tu relación de Argentina, recuerdo uno de los pasajes de Identidades asesinas de Amin Maalouf. En un momento él explica la dificultad de responder constantemente a la pregunta de si se sentía más libanés o francés y de cómo explicaba, simplemente, que se sentía de ambos sitios. Este tipo de testimonios es importante en un momento de hipertrofia de lo identitario en todo el arco político. También testimonios como el tuyo, ya que enfocas la identidad como algo dinámico, alejado de posturas inamovibles. Quizá, en este mundo tan global, entender la identidad desde una perspectiva más abierta y alejada de esencialismos nos podría dar muchos más recursos.

Es que verdaderamente es así, nadie puede negarlo, lo que pasa es que también es muy difícil aceptarlo porque nos da mucho miedo. Sin embargo, creo que cuando te alejas de tu raíz te acercas más a ella; es como si, al contrario de lo se pueda pensar, te expandieses. Yo no soy madre, pero dicen las madres que cuando tienen un hijo no es que tu vida se coarte es que tu amor se expande. Creo que aquí pasa lo mismo. Por dura que sea la experiencia, al final yo soy argentina y soy española: soy mucho más de lo que era antes. ¿Por qué encajarme en un solo cajón? Sé que eso es difícil de asimilar porque los seres humanos tratamos de encuadrar las cosas donde las podamos meter para que, con comodidad, podamos identificarlas. Pero es que estamos en un mundo que es todo lo contrario, porque entre otras cosas nadie se va y deja todo atrás, va mutando con toda su herencia.

Has tocado muchos temas, los cuales reflejas en tus libros, que van desde el ecologismo al racismo, pasando por la acción política y la toma de decisiones activa. En este punto, te quería preguntar si Flores en la basura, también se puede leer en clave feminista.

Yo me considero feminista, pero como digo en el libro, también creo que tenemos que tener mucho cuidado con esa parcelación tan fuerte que a veces generan guetos, en un momento en que tenemos que conseguir justo lo contrario. Vivimos en un mundo en el que estamos conectados por redes y esas redes funcionan por burbujas temáticas que retroalimentan nuestra forma de pensar, algo que ha generado mucha reacción. Por ejemplo, por un lado estarían los que algunos llaman feminazis; por el otro lado, los que otros denominan fascistas de extrema derecha. Pero esa no es la ecuación y la idea aquí es tenerlo claro y no hablarle a los convencidos, algo que por cierto le pasa mucho al relato de la izquierda. Y esto me preocupa muchísimo porque creo que ha hecho que la extrema derecha haya ganado mucho terreno. Tú tienes que hablarle a los que piensan como tú, de acuerdo, pero sobre todo a los que no piensan como tú y no puedes hacerlo desde el radicalismo. Aunque seas muy radical, tu estrategia no puede ser radical de entrada. De nuevo, hay que negociar. Y no puedes negociar diciendo: «Yo tengo la razón». Puedo ser feminista y puedo tener razón, pero no te puedo decir a ti por ejemplo que yo soy mejor que tú porque vos sós un hombre. Eso es contraproducente y aparte es una gilipollez.

Daniel Bernabé analiza esta problemática en La trampa de la diversidad, en la que habla de la atomización de la identidad, la cual facilita que aparezcan grupúsculos identitarios que luchan por su propia representación, creando un conflicto que acaba dando mucha carnaza a la extrema derecha, a la que parece que, en ocasiones, se le da un trabajo hecho que aprovecha vorazmente.

Sí, es que a veces parece que son más inteligentes. Volviendo a las identidades, en este caso de género: asumamos que cada uno es más masculino o más femenino según el arquetipo que se quiera. Yo puedo ser mujer físicamente, pero hay rasgos que pueden encuadrarse más dentro de la esfera masculina y otros más dentro de la femenina. Y los hombres igual. No me hagas elegir entre unos u otros, eso ya se acabó en el siglo XXI, ya no hace falta. Aunque entiendo que la dilución de las identidades, como también pasa en el caso de los migrantes, pueda ocasionar ciertos miedos. Pero son esos mismos resquicios los que sabe aprovechar la extrema derecha.

A nuestra generación se la ha calificado de diversas maneras. La francesa Caroline Fourest, en un libro que leía recientemente, le ponía el título de Generación ofendida (Península/Libros del Zorzal, 2021). No obstante, ¿qué somos? ¿Somos una generación perdida, como tú la llamas, una generación estafada, ilusa? ¿Nos hemos extraviado nosotros solos o lo hemos hecho con la sociedad en conjunto?

Opino que hay un poco de todo eso, y aunque sea difícil generalizar yo considero que hay dos grupos en nuestra generación. Por un lado, estamos los que estudiamos todo lo que quisimos, entre los que me incluyo, y por eso me considero una privilegiada. Pero hubo otra gente de nuestra generación que no tiene ninguna formación, porque le tocó la burbuja inmobiliaria y decidió bajarse de la moto en ese momento, hacer mucho dinero y luego se quedó sin el ladrillo y sin formación, y eso también es la generación perdida. Es decir, ¿qué sentimos? Depende. Creo que algunos sentimos mucha frustración porque queríamos ser lo que habíamos soñado y no pudimos; y otra gente siente mucha frustración, porque les apagaron la luz con algo que les funcionaba.

Para terminar quería preguntarte por tu literatura en particular. Has escrito poesía y también ensayo, y me imagino que entenderás que son vasos comunicantes. Pero, ¿podrías hablarnos algo de tus referentes literarios?

A nivel de poesía, mi referente mayor es Antonio Gamoneda, al que conozco desde hace 20 años y que me parece el poeta vivo en español más importante. Por otro lado, en cuanto al ensayo y a Flores en la basura en concreto, me han servido mucho Remedios Zafra y Marina Garcés. Por último, en el plano de la narrativa me impactó mucho Mariana Enríquez, que es una amiga además de muy buena periodista, pero que es sobre todo una grandísima escritora. Para mí está a la altura de Roberto Bolaño. Lo que hace ella es mucho más que literatura de terror porque consigue marcar nuevos límites de la realidad social. Yo creo que no se da cuenta de lo importante que es lo que hace.

¿Y cuáles serán tus próximos trabajos que vean la luz?

Sigo muy metida en la parte de la no ficción, aunque también estoy trabajando en alguna novela. Aunque estoy viendo cómo y cuándo podría salir, porque no sé si sería un corte un poco extraño meterme en ficción. En cualquier caso serán siempre novelas muy políticas, porque ese es mi eje principal, independientemente del género literario.

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