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Carreras


 

Yo tuve un profesor de música que decía que el mejor tenor del mundo era José Carreras. Afirmaba que era un prodigio de talento y de técnica. Era a finales de los ochenta, y mi madre creía que el mejor era Alfredo Kraus. Para mí el mejor era Plácido Domingo, al que cada día recordaba al ver la placa en su casa de nacimiento de camino al colegio. A Plácido los puristas como mi profesor o como mi madre lo denostaban un poco porque se ponía a cantar rancheras o lo que fuera. Carreras era un ejemplo de distinguido y Plácido de factótum.

 

Algunos años después, llegaron los tres tenores para llenar estadios y vender discos a tutiplén. Los tres tenores eran una cosa maravillosa. Divertida, emocionante, espectacular. Era la ópera para principiantes interpretada por los mejores. Era sacar la ópera de la intimidad de los teatros para llevarlo a las masas a través de las arias más populares y pegadizas. Allí cupo también la canción italiana y la canción española o los musicales de Broadway.

 

Aquello también fue una gran fiesta de bienvenida para José Carreras, que regresaba felizmente revalorizado y elevado a los escenarios tras superar su enfermedad. Luego de esto, Pavarotti dejó de dar lecciones a jóvenes cantantes y se puso a girar con sus amigos rockeros en una idea espléndida y gigante. Pavarotti era espléndido y gigante, como lo es Plácido, que se puso a cantar y a triunfar como barítono por las óperas del mundo. Eso es algo así como ser campeón del mundo de boxeo en varios pesos, pero mucho más difícil.

 

De Carreras, en cambio, no he sabido nada hasta justamente ayer. Ignoro (seguro que por desinformación y también por falta de distinción) lo que ha sido de su vida profesional, aunque puedo hacerme una idea remota después de escucharle hablar en el funeral de Montserrat Caballé, la gran dama belcantista que un día le dio a este niño de comer mandarinas en los camerinos del Teatro de la Zarzuela. José Carreras elogió generosamente a la Caballé (ella y su hermano y representante ayudaron en sus inicios al tenor), pero echó en falta “que hubiera un poco más de catalán en la ceremonia”.

 

Al hilo de esta noticia, cualquiera ha podido tener acceso a un vídeo reciente en el que se muestra a un periodista delante de una cámara. Mientras espera con el micrófono preparado para entrar en directo, por el lado izquierdo de la imagen aparece de perfil un hombre de pelo blanco que pasa por detrás del periodista y, justo cuando va a salir de la imagen, se vuelve hacia el micrófono y dice antes de marcharse: “Visca Catalunya lliure”. Ese hombre es José Carreras. Ese exhibicionista patético del micrófono y del funeral de la Caballé es ese tenor exquisito al que alababa mi profesor de música hace treinta años, cuando todo parecía (y quizá realmente lo era) mucho más sencillo.

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