‘Charlie Hebdo’ enfrenta a los árabes

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El mito o la interpretación, como la de los radicales que atentaron el pasado 8 de enero contra Charlie Hebdo, de si el Profeta puede ser o no dibujado no existía en 1960: “La representación de imágenes no está prohibida en el islam; el Corán no dice nada sobre ello. Sólo a partir de Salman Rushdie comenzó a hablarse de blasfemia”.

 

FRONTERAD-AISH #2 

 

Para que la muerte de 17 personas en París no haya sido en balde, para que la reducción violenta de la plantilla de Charlie Hebdo, sorprendidos en plena reunión de redacción semanal, no quede en un atentado terrorista más dentro de unos meses, es necesario un debate profundo.

 

Algunos sectores de la sociedad francesa, como los periodistas, no dudaron en comenzarlo pocas horas después del ataque, mientras las fuerzas del orden galas perseguían a los asesinos en una operación que mantuvo en vilo al país y a la que se añadían detalles y posibles negligencias policiales sobre la vigilancia y las sospechas que había respecto a los autores del atentado.

 

A la sede de Mediapart acudieron representantes de más de quince medios de comunicación con el rostro algo desencajado porque muchos de ellos eran amigos de los fallecidos, pero convencidos de que el intercambio de impresiones y sensaciones debía comenzar cuanto antes. El diálogo multilateral fue pausado, ordenado, y permitió a todos expresar su enorme preocupación no tanto porque la amenaza esté en la puerta de casa sino porque la reacción política tanto francesa como global no augura que atentados como el del 8 de enero en París vayan a poder controlarse y abortarse en el futuro. Los sentimientos expresados por medios de diferente tendencia política, por franceses de todas las religiones, entre las que los que había un nutrido número de musulmanes de segunda generación, podrían ser la base para construir una sociedad en la que un acto tan brutal como intentar exterminar una publicación matando a sus creadores sea mucho más difícil.

 

Los árabes, igual que los europeos, los occidentales, están divididos respecto a las razones y consecuencias de un atentado como el que sufrió el semanario Charlie Hebdo. En ambas culturas, la mayoría condena con firmeza el atentado. Mucha gente se echó a la calle de forma masiva para manifestar su tristeza, y rechazó el falso vínculo que los terroristas establecen con el islam para justificar sus actos. No hay tanta diferencia en la forma en la que se ha vivido durante los últimos diez días las consecuencias del atentado. Pero tras la sacudida llega poco a poco la normalización, la temida vuelta a la cotidianidad. Es en ese punto donde frente al simplificado temor de que los radicales vuelvan a actuar, que concentra todos los esfuerzos en Occidente, en el Mundo Árabe se han suscitado numerosas reflexiones de periodistas e intelectuales: se aprovecha para recordar al mundo que son los árabes las principales víctimas de la violencia radical de grupos como Al Qaeda. La destrucción de Iraq, como consecuencia de la ocupación estadounidense en 2003, permitió que el grupo terrorista se asentase en el país. Paradójicamente, Al Qaeda parece haberse reforzado en Oriente Próximo tras la creación del Estado Islámico y su extensión a Siria.

 

La solidaridad no es recíproca. Mientras los árabes salen a la calle y comparten el dolor y la angustia de los europeos cuando se produce una matanza como la de Charlie Hebdo, no existe una acción similar entre los occidentales cuando pueblos y aldeas son arrasadas por grupos radicales islámicos como Boko Haram en Nigeria o ante la aplicación de las versiones más crueles de la sharia por parte del Estado Islámico en Rakka (Siria) o en Mosul (Iraq). Esas poblaciones lo han perdido todo, han tenido que huir para salvar la vida. Para colmo, muchos musulmanes se ven obligados a convivir con la incongruencia de que los que les atacan e imponen una forma de vida supuestamente comparte el mismo credo.

 

Algo que no es cierto. El Corán describe así a los creyentes: “(…) los siervos del Misericordioso son aquellos que caminan sobre la Tierra con serenidad y humildad, y cuando son increpados por los ignorantes les responden educadamente”(25:63). Y asegura: “Y [porque] cuando oían un insulto, lo evadían y exclamaban: Nosotros responderemos por nuestras acciones y vosotros por las vuestras. No tomaremos represalias por esto, no queremos seguir el camino de los ignorantes” (28:55).

 

Tanto historiadores árabes como estudiosos del islam han recordado estos días que los habitantes de la Meca negaron a Mahoma la libertad para pronunciar sermones cuando se refirió a los derechos de los desprotegidos y pidió una reforma social basada en la igualdad y la justicia en Arabia. Fue parodiado cuando habló de los derechos de las mujeres y de los esclavos. Sus primeros seguidores fueron perseguidos y asesinados. Y cuando se le obligó a abandonar la ciudad tras una década de persecución, los habitantes de la Meca desataron varias guerras en su contra. Intentaron que el Profeta y sus seguidores fueran borrados de la faz de la tierra. Pero incluso entonces, cuando regresó triunfal a la Meca, el profeta Mahoma perdonó la sed de sangre de sus enemigos y proclamó una amnistía universal.

 

La portada del primer número de Charlie Hebdo tras la matanza, con la figura del Profeta llorando bajo la frase “Todo está perdonado”, ha provocado de nuevo indignación en varios países islámicos. Se ha vuelto a hablar de “blasfemia” y a cuestionar si “el insulto”, que es como lo consideran muchos creyentes musulmanes, está permitido cuando se cuestiona la libertad de expresión. Más de 1.500 personas se manifestaron en la ciudad filipina de Malawi enarbolando pancartas que aludían al atentado de París en estos términos: “Es una lección moral para el mundo, para que respete las religiones. La libertad de expresión no significa insultar”. En el centro de Amman, la capital jordana, se intentó organizar una manifestación contra la nueva portada de Charlie Hebdo, pero fue abortada por la policía. En las pobladas urbes paquistaníes de Lahore y Karachi, unas 5.000 personas pidieron el boicot a los productos franceses y denunciaron “la agresión directa al islam” por parte del semanario satírico. Y en la capital argelina, Argel, así como en la ciudad nigeriana de Zinder también salieron a la calle tras el rezo del viernes pasado con carteles en los que se leía “Soy Mahoma”.

 

En menos de diez días la institución más prestigiosa del islam sunita (con la que dicen comulgar tanto Al Qaeda y El Estado Islámico – que rivalizan por el liderazgo del radicalismo–, entre otros grupos) condenó el atentado contra Charlie Hebdo y denunció “la blasfemia” que suponía la portada post-ataque, que ha vendido más de 7 millones de ejemplares.

 

Hay debate en el Mundo Árabe, y de hecho lo ocurrido en Francia no tardó en relacionarse en las redes sociales con la condena contra el bloguero saudí Raef Badawi, creador de un foro en la red en el que defiende al separación entre Estado y religión, y critica a la policía religiosa de Arabia Saudí. A pesar de que la flagelación está prohibida por la Convención contra la Tortura (que el país árabe ha firmado), Badawi recibió los primero 50 latigazos de los mil a los que ha sido condenado, además de 10 años de cárcel y una multa de 230.000 euros por “insultar al islam”.

 

Entre las reacciones más lúcidas que se han divulgado estos días conviene rescatar la del investigador François Zabal, redactor jefe de la revista Qantara. Zabal le explicó a la periodista Rosa Mesenes en París que “hace 50 años, un eminente intelectual musulmán de Damasco, Salah al Din al Munajjid, creó una colección de biografías de grandes figuras del islam, y la primera fue consagrada al profeta”. Es decir, que el mito o la interpretación, como la de los radicales que atentaron el pasado 8 de enero contra Charlie Hebdo, de si el Profeta puede ser o no dibujado no existía en 1960: “La representación de imágenes no está prohibida en el islam; el Corán no dice nada sobre ello. Sólo a partir de Salman Rushdie comenzó a hablarse de blasfemia”.

 

También es valiosa la reflexión que Amer Mohsen publicó en Al Ajbar sobre los “musulmanes malos” y la necesidad de desmarcarse: “El leitmotiv de la ‘Solidaridad con Francia’ y la presentación del ataque como un elemento foráneo o ajeno al país es un viejo comportamiento en el proceso de transformación de las crisis internas en crisis externas eludiendo así la idea esencial: que lo ocurrido en París es ‘Francia atacando a Francia’”. Mohsen culpa al sistema político francés de no haber sido capaz de controlar la influencia del régimen salafista, que atiza Arabia Saudí: “El francés rechazado por la sociedad busca su identidad islámica, encontrarse a sí mismo y se hace salafista (el jeque salafista al que Arabia Saudí le paga el sueldo, la mezquita salafista, el entorno que se vuelve salafista). Y esa doctrina no tiene ninguna relación con el islam local que trajeron esos emigrantes ni con sus sociedades de origen. Las relaciones de Francia con Arabia Saudí, desde los contratos de armas hasta la corrupción y los pagos que han recibido los políticos franceses a lo largo de décadas, han permitido la ‘entrega’ del islam europeo a los saudíes y la ‘salafización’ de barrios enteros en las ciudades europeas”.

 

En un tono mucho más conciliador, el escritor de origen magrebí Tahar Ben Jealloun explicaba estos días que “la intención radical y feroz para evitar que los musulmanes practiquen su fe en una tierra secular, respetando las leyes de la República, consiste en aislarles y convertirles en enemigos de Francia”.

 

Hay debate, opiniones enfrentadas y posiciones más o menos radicales tanto en Occidente como en el Mundo Árabe que no se están aprovechando. La incapacidad para que esas discusiones se mezclen y plantearse conclusiones comunes está haciendo más difícil avanzar. Es posible que en el proceso de aprender algo de lo ocurrido el 8 de enero en París haya dado algún fruto, pero la reflexión no parece estar llevando a que se tomen medidas que puedan evitar un nuevo acto brutal como el atentado contra Charlie Hebdo o poner fin a las matanzas contantes, diarias, en países como Siria o Iraq.

Autor: Texto: Carla Fibla

Fotografias: Traducción de las viñetas: Isabel Ureña