Las necesidad de salir a la calle y exigir una vida digna y libre se manifestó en varios países árabes al mismo tiempo. Los medios de comunicación estaban desbordados, mandando enviados especiales, “paracaidistas” que estudian a contrarreloj en los aviones las claves de países que llevaban meses sin cubrirse. Los árabes obligaron a poner el foco informativo sobre ellos y lograron mantenerlo durante un tiempo.
Repartiendo pan informativo
FRONTERAD-AISH #1
Un día antes de que el expresidente egipcio Hosni Mubarak abandonase el poder, mientras redactaba crónicas bastante pesimistas, cargadas del cansancio general en el que estaban sumidos los egipcios que llevaban más de dos semanas manifestándose contra el régimen, fronterad me propuso hacer una crónica sin límite de espacio en la que poder transmitir lo que estaba ocurriendo. Interesaban los detalles que apenas logran aparecer en los preciados segundos de un informativo, y que suelen ser considerados datos de “segundo nivel” por los editores. Podía saltar de una imagen a otra, describir sin un orden aparente lo que estaba pasando, darle voz a los ciudadanos aunque repitieran el mismo argumento, recoger sus silencios, y deambular entre las hipótesis, los miedos, las inseguridades y el vértigo que se contagió de forma veloz.
Al día siguiente, con un primer borrador de la crónica ya redactado, decidí pasearme por El Cairo para recoger las últimas sensaciones. Y ese día acabó con la dimisión de Mubarak, con la celebración desaforada de miles de personas en las calles, empezando a apropiarse de su país.
Las necesidad de salir a la calle y exigir una vida digna y libre se manifestó en varios países árabes al mismo tiempo. Los medios de comunicación estaban desbordados, mandando enviados especiales, “paracaidistas” que estudian a contrarreloj en los aviones las claves de países que llevaban meses sin cubrirse. Los árabes obligaron a poner el foco informativo sobre ellos y lograron mantenerlo durante un tiempo.
El espacio y la sensibilidad de fronterad no falló, pero hubo un momento en el que pensé que era necesario crear una estructura mayor; que además de transmitir los datos políticos, teníamos que esforzarnos por aportar los cambios culturales y sociales, y así nació AISH. En árabe significa “pan”, la hogaza redonda de pasta fina de harina y agua que es el principal sustento de millones de árabes; Aish también es el verbo “vivir” en varios dialectos árabes. Un nombre que no admite fisuras, y que transmite la fuerza del grito desesperado que se escuchó en las calles.
En septiembre de 2011 empezó a funcionar un espacio virtual por el que pasaron más de cien colaboradores, y que en diciembre de 2013 contaba con una página bien estructurada y más de 30 personas comprometidas. En las reuniones a través de skype o en los cafés de Amman donde quedábamos parte del equipo no dejaron nunca de aparecer nuevas ideas, propuestas para crear espacios que permitieran profundizar en lo que les estaba pasando a los árabes; y sobre todo, para darles el tratamiento, la importancia, que merecía la hazaña que estaban llevando a cabo en el espacio público.
Aprendimos mucho, nos exigimos a veces más de lo que podíamos dar, debatimos, y dimos la palabra a los árabes. Pero, durante el último año no logramos mantener viva la base de AISH, las dificultades de coordinación junto con las prioridades personales y profesionales de miembros del equipo hicieron que el espacio creado por AISH fuera apagándose hasta quedar inmóvil.
Y es ahora, al retomar esta iniciativa que siempre fue ambiciosa, cuando fronterad vuelve a ofrecernos un espacio para situar de nuevo el foco sobre los árabes, para acercar sensaciones y ofrecer referencias. Gracias por salvarnos de un muerte segura. Estoy convencida de que los miembros de AISH irán despertando poco a poco, aportando nuevos enfoques y proponiendo textos que le volverán a dar sentido al esfuerzo de seguir de forma constante la evolución de las revueltas árabes, algo que no hace ningún medio de comunicación español. Abro la puerta a los lectores de fronterad para que aporten sus sugerencias y comentarios, para esforzarnos en responder dudas y en terminar con estereotipos y vagas interpretaciones con las que demasiado a menudo se opta por informar sobre el mundo árabe. En AISH nos ponemos en la piel del lector occidental para asegurarnos de que entienda nuestros planteamientos, pero sobre todo nos esforzamos por comprender el mensaje de los árabes, conviviendo con ellos, comiendo su comida, contemplando su arte, escuchando su música, mirando sus fotografías y leyéndoles. Nos interesan, nos gustan, nos atraen y como forman parte de nuestra realidad, vivamos o no entre ellos, vamos a focalizar nuestra energía para que llegue su información a vosotros.
Cuatro años después
En los atalaya que escribía para AISH reflexionaba sobre un aspecto concreto de uno de los países en transformación, o sobre sus efectos regionales, mi intención es continuar dedicando espacio a esos análisis políticos, a los que espero que se vayan sumando textos culturales o centrados en realidades sociales del mundo árabe firmados por miembros del equipo de AISH.
Excepcionalmente, hoy pasaremos de un país a otro para dar unas pinceladas de hechos y reacciones que nos permitan establecer una base sobre la que iremos construyendo la complejidad de los países árabes.
Cuando intentas mantener una mirada global sobre lo que ha ocurrido desde diciembre de 2010, momento en el que el tunecino Mohamed Bouazizi se quemó delante de la wilaya (ayuntamiento) de Sidi Bouzid porque no pudo aguantar más el maltrato psicológico, la humillación y el desprecio de las autoridades y fuerzas de seguridad, es difícil no caer en el pesimismo general. Pero las realidades, reacciones, actores e intereses de cada país árabe son tan diferentes que la incertidumbre sobre el alcance de la transformación en algunos países árabes está repleto de matices en los que nos detendremos, que pondremos en primer término y daremos importancia.
Este repaso rápido y por lo tanto sólo orientativo debería empezar en el Sáhara Occidental, donde los saharauis autóctonos crearon el campamento protesta de Agdaym Izik para exigir a las autoridades marroquíes derechos básicos para disfrutar de una vida digna. Fue disuelto con la misma dureza que en diferentes grados se ha registrado en todos los países árabes en transformación.
Pero la referencia del cambio es Túnez, por seguir siendo el país que ha conseguido mayores avances tras la caída del dictador Ben Ali. El 21 de diciembre se celebrará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, después de que Moncef Marzouki y Beji Caib Essebsi quedasen finalistas. En los últimos meses han celebrado las primeras elecciones democráticas legislativas y presidenciales, después de haber logrado aprobar una constitución (enero de 2014) que llegó con dos años de retraso y de haber superado graves momentos de tensión por el asesinato de dos dirigentes opositores (julio 2013).
Egipto le siguió en la evolución de los acontecimientos durante 2011. La muerte durante un interrogatorio policial en un portal de Alejandría del joven Jaled Said desató una ola de protestas que terminó con uno de los regímenes dictatoriales que eran la insignia de la región. La situación actual es una de las más preocupantes: el golpe de estado militar de julio de 2013, las elecciones presidenciales menos de un año después en las que el ex líder del Ejército Abdelfatah al Sisi venció con el 96% de los votos, la ilegalización del movimiento de los Hermanos Musulmanes junto con la detención de miles de sus miembros, y sobre todo la absolución del ex presidente Hosni Mubarak, su familia y su entorno político a finales de noviembre de este año, hacen que la revuelta popular quede muy lejos. No hay duda de que los egipcios despertaron en 2011, pero el férreo régimen que se ha instalado en los últimos meses, capaz de tomar decisiones como la liberación sin cargos de Mubarak, significa que la concentración de poder es absoluta.
Bahréin ha sido uno de los países en los que la represión silenciada ha sido mayor. Los cambios muy poco significativos, frente a unas muertes y persecuciones de disidentes muy duras para un lugar en el que los ciudadanos luchaban no solo contra el régimen, sino contra la protección del mismo por parte de países como Arabia Saudí; sin olvidar la complicidad de la comunidad internacional que, al margen de la violación de los derechos humanos y la falta de libertad con la que se reprimió las protestas, se concentraron en proteger sus intereses estratégicos y económicos.
Se solapó en 2011 la revuelta en Yemen y en Libia. En el primero, tras la ofuscación del ex presidente Saleh en no abandonar el poder, se alcanzó un acuerdo de mínimos estableciendo un gobierno de transición que ha seguido estando manipulado por las mismas fuerzas internas. La ONU hizo uno de los trabajos más arduos y a menudo frustrantes para acercar a las partes enfrentadas. La situación obligó a trabajar al mismo tiempo en los frentes abiertos en el país, cinco conflictos desarrollándose con intensidad por todo el territorio, aunque el único que realmente interesa a Occidente es el despliegue y la amenaza terrorista de Al Qaeda en el sur. Ni siquiera el premio Nobel que recibió Tawakul Karman, luchadora por los derechos humanos, ha hecho que se mantuviera el interés de la comunidad internacional para apoyar las reivindicaciones de las protestas que no han cesado entre los colectivos sociales yemeníes.
Libia, que hoy describen muchos analistas como “estado fallido”, está dividido en la práctica por los polos de poder que quedaron de la guerra en la que se derrocó a Muammar Gadafi. Bengazi, en la región de la Cirenaica, es un país diferente de Trípoli, en la región de Tripolitana. En medio queda Misrata, una de las ciudades más destruidas durante el conflicto y que ahora actúa por libre. Y sin olvidar la disputa por el sur del país, clave de acceso al Sahel.
En países como Mauritania, Jordania, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí o Sudán las protestas fueron menores y apenas llevaron en la práctica a pensar en el cambio. Se plantearon desigualdades, injusticias, pero sin que la calle llegara a exigir con suficiente contundencia la transformación. Son asuntos latentes, que a los dirigentes les obligó a ponerse en estado de alerta. Ha habido pequeños gestos, pero nada ha cambiado en el fondo.
No fue el caso de Marruecos, donde llegó a forjarse un movimiento similar a países que acabaron con el yugo de los dictadores. La calle logró que se redactara una nueva Constitución, la cesión de ciertas cuotas de poder al Ejecutivo, pero la manipulación de la protesta por parte del Mahzen [aparato que rodea al rey y que dirige el país] logró reducir a los frentes más activos. No es lo mismo combatir el sistema cuando se trata de un régimen monárquico que cuando es una república. Una influencia no solo política, sino también sentimental que en el caso de Marruecos se explotó al máximo.
Uno de los países que, por las extremas circunstancias que vive desde hace más de una década, experimentó reclamaciones en la calle en demanda de que se pusiera fin a la manipulación y corrupción del régimen fue Iraq. Durante todo el año 2012, fuerzas de la oposición, junto con líderes tribales y movimientos sociales, se manifestaron para intentar recuperar las riendas del país. La situación actual, con el despliegue del Estado Islámico (EI) y el aumento de la violencia más cruda contra la población, hace casi imposible que ese movimiento popular siga adelante. La injerencia de Irán, los intereses de Estados Unidos, y el la vinculación con el conflicto sirio, sitúan a Iraq en un ámbito extremo, a la deriva.
Y he dejado a Siria para el final, a pesar de que las primeras protestas se registraron a mediados de marzo de 2011 porque su evolución es una de las más complejas. La represión de las primeras manifestaciones pacíficas de la población fue una de las más brutales de la región. El país se fraccionó, el régimen no dudó en recurrir al Ejército para tratar de doblegar a la población civil que se rebelaba, mientras la comunidad internacional contemplaba desde la barrera el conflicto interno.
Según cifras oficiales al menos 200.000 personas han muerto, hay decenas de miles de desaparecidos y tres millones de refugiados. Es una de las catástrofes más amargas de los últimos veinte años y las perspectiva de futuro resultan desoladoras. El país está sumido en una guerra civil marcada por el sectarismo acentuado por la aparición del grupo Estado Islámico (EI) y otras escisiones de Al Qaeda en el campo de batalla. Hay lugares, como el casco viejo de la ciudad de Homs, donde miles de familias sufrieron un asedio de más de dos años, y zonas del norte del país administradas por la ley islámica radical que aplica el EI. En la evolución del conflicto sirio lo más difícil es delimitar los bandos, señalar a los enemigos de una población que está completamente desprotegida.
Cada uno de los esbozos sobre la situación actual de los países árabes en transformación que acabo de señalar se merecen un largo análisis. Hay reacciones, rasgos y movimientos que están marcando lo que hace cuatro años comenzó como una protesta popular en las calles. Los árabes decidieron hablar a cielo abierto con la misma libertad con que lo hacían entre las cuatro paredes de sus casas, un paso adelante que merece ser atendido y contado desde todos los ángulos posibles. Eso es lo que intentaremos volver a hacer desde AISH.
Autor: Carla Fibla