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Mientras tantoComplejidad y solipsismo en el Festival Madrid en Danza

Complejidad y solipsismo en el Festival Madrid en Danza


Cartel de la 40 edición del Festival Madrid en Danza
Cartel de la 40 edición del Festival Madrid en Danza

Segunda semana de la 40ª edición del Festival Madrid en Danza y, a tenor de lo que dicen los profesionales y los aficionados, la cosa no marcha. A parte de la polémica Delirious night de Mette Ingvartsen, los otros espectáculos que se han podido ver en esta semana hasta el sábado no han ayudado. Coreografías que se han movido entre la complejidad innecesaria y el solipsismo.

Empezando por Lana de OSA + MUJIKA en la Sala Cuarta Pared. En la que una compleja estructura escenográfica limitaba el baile de una manera innecesaria. Teniendo en cuenta que la propia compañía refiere que la danza es una excusa para contar algo, en este caso cómo condiciona el trabajo competitivo del capitalismo al ser humano, y que lo importante es todo lo demás, no es de extrañar que desde la butaca se tenga la sensación de que el baile está fuera de lugar o es repetitivo. Que lo importante es el espacio laboral.

Tampoco ayuda Voice Noise de Jan Martens/GRIP en la Sala Roja de los Teatros del Canal. Coreografía pensada para seis bailarines que se muestra con cinco porque uno de ellos se enfermó. Tal vez esto influyó en la recepción de la pieza que en los momentos grupales parecían no ocupar completamente el espacio. Y que hizo pensar si no se podría haber sustituido a la persona enferma o si no se podía haber cancelado la representación.

Este sería un caso claro de solipsismo. En el que las intenciones subjetivas del coreógrafo, que se bailen unas canciones que a su juicio son de lo mejor y más avanzado que se puede oír ahora, dejan fuera al espectador. Tan fuera que algunos sintieron que se podían ir sin problemas pues aquello no tenía intención de interpelarles o hablarles o retarles.

Y eso que, las canciones, la banda sonora de la pieza, los bailarines, la luz, el vestuario, incluso el espacio desnudo, estaban bien. Pero lo que se bailaba y tal y como se bailaba se quedaba en la escena y no era capaz de atravesar la cuarta pared. Como si el bailarín o bailarina estuviese haciendo un trabajo de estudio cuando todos sus compañeros ya se han ido y se pone a bailar una canción que le tiene atrapado, por el simple placer de bailarla para él o ella.

Ambos aspectos, el de complejidad y solipsismo, se unen en every_body de Not Standing/Alexander Vantournhout. Este que se ha podido ver en la Sala Negra de los Teatros del Canal, también es complejo escenográficamente. Una complejidad que ni siquiera tiene el sentido de la primera pieza comentada. Y, aún, tiene menos necesidad, ni siquiera cuando la cuenta el propio coreógrafo en el encuentro con el público. Pues viene a decir que es un elemento puramente estético.

Desde luego, no tiene nada que ver con una pieza que se supone que analiza el gesto y el movimiento. Un proceso de investigación. Es como si un científico te contase cómo estudia las posibles opciones de curar el cáncer pero sin llegar a la cura.

Se ve el proceso de investigación y el resultado, en términos científicos, pero le falta el resultado artístico que provoque sentimientos, que haga pensar sobre lo que es andar juntos, sentarse juntos, darse la mano. De tal manera que se ve el juego, como cuando se ve a los niños en el recreo. Lo que no es suficiente para una pieza que dura una hora.

Infamous offspring de Wim Vandekeybus no mejora la cosa tratando de hablar de la familia actual recurriendo a la mitología griega. Más que nada porque no se define si quiere ser danza, video arte, película o teatro. Lo que para algunas personas esto, en vez de restar, suma. En cualquier caso, falla dramatúrgicamente. En la estructura y en lo que dicen los personajes. Ambos so más bien naives, por mucho que el contenido pudiera ser adulto.

Espectáculo que deja una anécdota. Y es que el video de Israel Galván, en el que se le ve sentado interpretando a un Tiresias muy peculiar, es porque estaba enfermo. No porque inicialmente se pensase sentado. Lo que viene a reafirmar la sensación que se tiene desde la butaca. Y deja una machada para el recuerdo, porque el bailarín que hace de Hefestos lo hace por primera vez, sustituyendo al inicial porque estaba enfermo. Lo que tiene más mérito por varios motivos. El primero es que el sustituto es contorsionista y no bailarín. Lo segundo porque tiene que dibujar durante toda la obra en un gigantesco flip-chart.

Da igual, la complejidad, por el acúmulo de materiales, técnicas, tecnologías, y el solipsismo o el premiar la subjetividad de los artistas en la pieza, hacían que todo pareciesen ocurrencias que se hubiesen producido durante el proceso de creación. Y, a pesar de que Wim Vandekeybus contase en el encuentro con el público que había hecho limpieza, no lo parecía. O si lo había hecho, aquello no estaba bien cocido.

Y así, entre una complejidad innecesaria y el aislamiento del artista en su mundo se va bailando la que se suele denominar la semana grande de esta cita anual. Un baile en el que el público interesando en la danza contemporánea, exiguo, aunque más abundante de lo que se piensa, se va separando de ella. Porque es un público que no le interesa tanto la subjetividad del artista, y menos si su interés es la teoría de la danza, como la obra, el resultado del conjunto. Tengan los bailarines mucha calidad y se tengan muchos recursos.

La semana que hoy empieza más. Nuevas oportunidades para cambiar de opinión.

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