Credulidad

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Lo peculiar de nuestro gran calabozo, es esta especie de terror por el bosque, fraseó muchas veces Luis Alberto Spinetta. Suena adecuado para entender como en una de las mecas psi del planeta, la Argentina, puede difundirse hasta la teoría del profesor estadounidense David Desteno, quien sostiene que no se puede ni confiar en uno mismo. Vaya novedad.

 

Amarás a tu prójimo como a tí mismo. Se repite en iglesias, capillas, conventos. Podría agregarse que ese diktum no aclara si ese amor incluye palizas, torturas, asesinatos, autoflagelaciones, cortes en el cuerpo o en el extremo, suicidio. Al final, se trata del prójimo y de uno mismo, si bien es cierto que a primera vista no parece que estos actos fueran una forma de amor, ¿quién dice, por ejemplo, que una tunda a la señora (o una serie de tundas, si es que la señora no denuncia al golpeador), o bien levantar la mano contra uno mismo, por la razón que fuera, no serían actos de amor, modos de rectificación subjetiva o una violenta salida de escena porque la misma se ha vuelto insoportable?

 

En la Argentina existen unos cincuenta mil graduados en psicología. Pero cuando esta novedad teórica, la de no confiar siquiera en uno, comenzó a circular, las voces consultadas insistieron con la serie canónica: autoestima, confianza, determinación, como si el sujeto fuera una mónada determinada por sí mismo en un mundo de mónadas o ¿por qué no?, en un mundo vacío, sin lazos discretos ni determinaciones sociales. Ciertas modas han dado por tierra con las determinaciones porque la confusión entre la economía y los mundos de la vida duró muchos años. El paso al mundo libre fue acompañado alegremente por un conductismo para bellas almas que sometió aún más al honesto contribuyente a la tiranía del consumo, la alegría artificial y a la economía, por supuesto.

 

 

El evangelio de Desteno -difundido por el New York Times- es uno más del catálogo del anabaptismo para dummies. Si la confianza en los otros es inestable, en uno mismo (¿qué será eso?), es disparatada. La diferencia pareciera no enfrentar al profesor norteamericano con Freud o Lacan sino simplemente saber, intuir que la confianza es una apuesta, que vivir es una apuesta, y que las decepciones, bueno, es medio idiota decirlo, suelen pagar esas apuestas. Apostar a uno mismo frente a la joven más linda de la discoteca sale bien o mal. Pero recurrir al intrincadísimo circuito de la pulsión de muerte para refutar semejante estupidez nacida en las probetas del país de la asociación naciobal del rifle, es como dispararse un tiro en el pie.

Pablo E. Chacón nació a finales de 1960 en Mar del Plata. Aprendió a nadar antes que a leer. Estudió biología marina, psicología y psicoanálisis. Escribe desde chico. Se fue de la Argentina en 1979. América era el objetivo: Chile, Brasil, Perú, Colombia, México, Estados Unidos. A la búsqueda de los discípulos de Georges Ivanovitch Gurdjieff y Carlos Castaneda, perdió la orientación varias veces -además de apuntes y fotos. Se enclaustró en la universidad y pensó en el periodismo para ganarse la vida. A fines de los ochenta no resultó complicado. Siempre con el objetivo de escribir ficción, ensayos de especulación. Empezó por la poesía. En la Argentina hay muy buenos poetas. Abandonó la poesía, intentó un par de libros de investigación periodística y finalmente acertó con un par de conjeturas, sobre el insomnio y la soledad -mientras termina un escrito sobre el pánico. En 2010, al borde de la muerte, una operación del corazón lo salvó justo a tiempo. Este año acaba de publicar su tercera novela. Adora a las mujeres. Se negó a atender a un represor en un hospital público, de donde lo echaron.