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Mientras tantoDe mi diario / Junio / 2015

De mi diario / Junio / 2015


 

 

Madrid, 4.6.

Esta entrada es, por imitación y aún a sabiendas de que no estará a su altura, un homenaje a Ricardo Bada, a quien no tengo el gusto de conocer salvo por su diario, y del que acabo de saber que, en los cinco años y medio de la vida de fronterad, no ha faltado ni un solo domingo a la cita con los lectores desde su blog Urbi et interneti. Su constancia y disciplina son como un sonoro bofetón en la cara de este mundo procastinante, enfermo de una vertiginosa obsolescencia digital programada.

 

Madrid, 3.6.

⎯¿Algo que declarar?

 

⎯Nada señoría. Tan solo que tengo muchos sueños.

 

⎯Será mucho sueño. ¿Y viene usted a esta vista oral sin dormir?

 

⎯No señoría, no es que no haya dormido, sino que las pesadillas se han adueñado de la noche y no me han dejado soñar bien.

 

⎯¿Qué tipo de pesadillas?

 

⎯Amenazantes, desasosegantes, terroríficas. En especial una, que se repite, en la que asisto impotente a la muerte del sujeto.

 

⎯Y en ella, ¿qué ocurría?

 

⎯No sé a cuento de qué, señoría, una perturbadora alucinación nos situaba a ambos en un entorno selvático, oscuro, repleto de sonidos inquietantes y desconocidos, imposible identificar su origen. Aún recuerdo la facilidad con la que nos podíamos colgar de las ramas de los árboles, muy altos algunos de ellos, como si hubiésemos retrocedido en el tiempo hasta los orígenes de nuestra especie, como si hubiésemos buceado en nuestro genoma hasta encontrar los silenciados caracteres que definían a nuestros peludos ancestros.

 

⎯¡Peludo será usted! Entonces veo que se trata de una pesadilla evolutiva. Le informo de que en esta, nuestra gran comunidad católica, eso se podría considerar casi un delito. Y se está usted incriminando. ¿Qué más recuerda?

 

⎯Pues que poco tiempo después lo único que parecía existir era una lacerante sensación de peligro que invadía todo mi ser, cada célula del mismo, hasta que, tras un histérico aviso de procedencia indeterminada, se liberaba con una explosión para canalizarse instantes después hacia una única idea: escapar. Entonces, con asombrosa agilidad me situaba rápidamente en una posición alta, segura, desde la que observaba incrédulo los acontecimientos que se sucedían a gran velocidad.

 

⎯¿Qué acontecimientos?

 

⎯Por la pendiente del promontorio en el que nos encontrábamos surgía de entre la espesa vegetación un ser monstruoso, algo parecido a un dinosaurio, un cocodrilo gigante, todo mandíbulas y dientes afilados. Podía notar que no había maldad en él, sólo un instinto depredador que oscurecía sus ojos, pequeños y de mirada penetrante.

 

⎯No se detenga. ¿Qué ocurría después?

 

⎯¡Que todo se convertía en gritos y carreras! El sujeto se subía de un salto a lomos de uno de los animales que huían, una especie de lagarto parecido al dragón de Komodo, con la esperanza de que sus veloces pasos le alejasen rápidamente de allí. Pero el cocodrilo era demasiado grande y ya tenía puesta la atención en la pareja a la fuga, así que con un rápido movimiento de cabeza engullía de un solo bocado la mitad anterior del cuerpo del lagarto, arrancando de cuajo con el feroz mordisco los complementos del sujeto hasta la altura del codo.

 

⎯¡Qué horror!

 

⎯Sí, y esa es la imagen que recuerdo con más nitidez, la del sujeto mirándose los muñones sangrantes, petrificado, y con el grito que salía a la vez de su boca y la mía, mientras bajaba de mi refugio a gran velocidad para intentar sacarle de allí cuanto antes, del alcance de aquellas fauces monstruosas, espeluznantes, que se preparaban para morder otra vez y que, un parpadeo después, hacían desaparecer al sujeto en un amasijo de dientes, carne y huesos. Todo ocurría muy rápido señoría.

 

⎯¡Esto es aberrante! Su testimonio lo deja bien claro. Le declaro culpable de la muerte onírica del sujeto y le condeno a la pena de trepanación craneal permanente revisable. ¡Hágase mi voluntad tanto en el sueño como en la vigilia! ¡Alguacil! ¡Despierte al condenado!

 

Madrid, 2.6.

No deja de asombrarme la facilidad de cierta gente para escribir un diario sin faltar ni un día a su llamada, de abrir un cuaderno y plasmar en él las impresiones o los sucesos cotidianos que les ocurren. Además de Ricardo Bada, me viene a la cabeza Irene, por ejemplo, una amiga y compañera de la Escuela, y su estantería repleta de volúmenes, entre cuyas páginas intuyo que habrá recogido algunos de los pasajes juveniles de mi propia vida. Y que nunca me ha permitido leer.

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