
Weiß/Colonia, 15.9.
Después de leer mi diario, “el enano canario” (como Carlitos lo llama a Javier, un gigante de casi dos metros) me escribe citándome la última línea, acerca de que la muerte quizá sería «un parque con bancos verdes», para añadir «y con vistas al mar». Lo suscribo plenamente. Pero a condición de que sea un mar de verdad, el Atlàntico, no una laguna como el Mediterráneo.
Leo la columna dominical de Héctor en EE (donde llevan dos semanas sin publicarme la que tendría que haber salido el viernes 6) y me asombra, o me extraña, lo que cuenta de que en los últimos años ha escrito dos novelas abortadas, y por lo tanto no publicadas. Tengo la sospecha de que los grandes y tan prolíficos narradores del siglo XIX y la primera mitad del XX, desde Balzac a Baroja pasando por Dostoiewski, Dickens, Zola, Galdós e tutti quanti, hasta Simenon y el neerlandés Simon Vestdijk, muerto en 1971 y de quien se aseguraba que escribía más de prisa de lo que Dios podía leer, todos ellos publicaron al menos un tercio de novelas abortadas o que no estaban a la altura de sus grandes creaciones. Y de siempre me lo he explicado con el sencillo argumento de la paternidad. Pienso en mi suegro y en sus once hijos. Siendo novelista yo, y escribiendo once novelas, todas ellas hijas mías, hijas de mi alma y de mi fantasía, con seguridad que por cada una que estuviese agraciada por las musas habría una o dos que no. Y llega entonces la hora del paseo dominical, y los padres salimos en compañía de nuestra prole, de toda ella: ¿cómo tener el desparpajo, la sangre fría y hasta la crueldad de dejar en casa a las hijas feas? Pienso que un novelista debe tener el valor de publicar sus novelas abortadas. Sólo así lo conoceremos a cabalidad, viéndole hacer el paseo dominical con toda su prole.
Diny se fue de mañana a Maastricht con Angie & Vincent. Eso me recuerda un poco los años 50, cuando se inauguró El Cortes Inglés en la plaza del Duque, en Sevilla, y había gente de Huelva que viajaba a Sevilla por la mañana y regresaba a la noche, simplemente para ir a los grandes almacenes. Así, Maastricht (“Mastrique”, en la dicción de Lope de Vega, y la del Siglo de Oro) es El Corte Inglés del área metropolitana de Colonia. No me dijo Diny qué compraron Angie & Vincent, pero ella sólo se trajo como botín un ¼ k de queso. Algo que podría haber comprado acá, en el Edeka de Sürth o los dos ReWe de Rodenkirchen.
Weiß/Colonia, 16.9.
0:10 am : Alcanzo a ver el final del programa “Recién impreso”, donde el crítico Denis Scheck reseña de una manera amena pero sumamente fundada, y al revés, las últimas publicaciones en el mercado alemán. Me encantó verle arrojar al contenedor de papel reciclable un ejemplar del último mamotreto de Isabel Allende, Y el diálogo con Karen Köhler a propósito de su debut como novelista con Miroloi, que segùn ella es una palabra griega que equivaldrìa al planto de las plañideras. Como DS no es un pavorreal à la Marcel Reich–Ranicki, que descalificó en su dìa El tambor de hojalata y consagró en otro un engendro de Javier Marías, es decir, como DS no es un atrabilario que enjuicia al buen tuntún y para fabricarse su propio pedestal, seguiré su consejo y leeré a Karen Köhler, pero primero su volumen de cuentos, con el que se inició en el mundo de la edición. Tiene un título que me cautiva: Hemos pescado misiles, con caña.
Le han concedido a Willy el premio europeo a la mejor traducción del año. Lo sabíamos desde el 12 pero la noticia estaba bajo embargo, ahora ya es oficial. Willy me explica que no debo echar a repicar las campanas por el adjetivo “europeo”, ya que tan sólo se trata de un premio neerlandés con ese calificativo, a la mejor novela europea del año y a su traducción al idioma de Erasmo y Spinoza, de Rembrandt y Vermeer. La novela ha sido Unter den Drachenwand [Al pie del Drachenwand], del austríaco Arno Geiger, El Drachenwand es una montaña austríaca casi lisa y cortada a pico, un verdadero desafío para los escaladores. Pero volviendo a Willy y su understatement, le escribo que no peque de modesto: un premio a la traducción en uno de los ámbitos literarios donde más se traduce en todo el mundo, no es moco de pavo.
Estuve meditando el tema que me sugirió ayer la columna de Héctor, y lleguè a la conclusión de que hay dos tipos fundamentales de escritores: uno es el tipo Balzac (en el que se encuadran todos los que cito en esa entrada de ayer en mi diario) y el otro es el tipo Stendhal, que sólo dio a la imprenta lo que consideró que debìa darle a ella. Así es que con monsieur Henri Beyle no andaría Héctor en tan mala compañía. Honestamente hablando, yo preferiría la de Balzac, la de Zola y Galdós, e incluso la de Baroja, al que creo un pelín sobrevalorado.
Weiß/Colonia, 17.9.
0:20 am : Trafic, con Catherina Zeta–Jones, Michael Douglas y Benicio del Toro. No me logró atrapar. El guion es muy deslavazado y se nota en la interpretación de unos actores tan buenos como ellos, no logran salvar la peli. A Benicio casi se le lee en la cara que no sabe qué es lo que su personaje tendría que estar haciendo, a no ser moverse delante de una cámara.
Tercer martes consecutivo que tenemos La Modicana para nosotros solos. Carlitos encarga unos espaguettis con ragú de ternera, yo repito los de la semana pasada, con almejas y mejillones, y aunque la porción es mayor que hace ocho días, también hoy di buena cuenta de ellos. Tuvimos, todo hay que decirlo, un hilo musical hermoso. Yo apostaría a que ese piano era el de Thelonius Monk, y en cualquier caso lo que siguió fue Astrud Gilberto con Stan Getz. “Pubis pro nobis”, como diría el impertérrito locutor de Les Luthiers.
CZ me escribe pidiéndome mi opinión acerca del Loco de la Colina, y se la doy, descarnada y sin andarme por las ramas, añadiendo luego: «Ahijada querida, me has pedido mi opinión sobre Jesús Quintero y creo que he sido bastante elocuente al respecto. No olvides que he trabajado durante 35 años en una de las tres emisoras punteras del mundo (la Radio Deutsche Welle, junto a Radio France Internationale y la BBC) y mis criterios, parámetros y estándares de calidad difieren muchísimo de los que se aplican en el Reyno Desunido de la ex Gran España. Por otra parte, y conociéndome como me conoces, sabías de antemano que no te iba a vender pescado podrido». Así le he escrito, aunque a decir verdad me da pena enterarme por ella de que el pobre Jesús vive «arruinado y también arrumbado en muchos aspectos», en El Portil.
Weiß/Colonia, 18.9.
0:30 am : Vor der Morgenröte [Stefan Zweig: Adiós a Europa] es un biopic sobre los últimos meses de la vida de Stefan Zweig. Cuatro capítulos que van de 1936 a 1941. En Río de Janeiro, Buenos Aires, Nueva York, algún lugar de Pernambuco y Petrópolis. En Baires una sesión del PEN-Club a la que asiste Victoria Ocampo y una escena impresionante cuando Emil Ludwig lee la lista de los intelectuales y artistas que se han exiliado de la Alemania nazi, y la sala entera se pone en pie en señal de respeto. Y en Petrópolis la presencia de una vecina de Stefan Zweig, la cónsul chilena Gabriela Mistral. No sé qué decir. Cuando se ama a un autor, como yo a Zweig, todo esto es maravilloso de ver, pese al final. Pero no sé si el espectador que no lo haya leído está en condiciones de latir con el desarrollo del metraje. No lo sé, pero pienso que no.
Subo a mi blog de EE un texto sobre los Testigos de Jehová y su enfrentamiento con el régimen nazi. Los TJ no me son nada simpáticos, ya que abomino de cualquier sectarismo, venga de donde venga. Pero ellos y los Edelweisspiraten fueron los dos únicos colectivos alemanes que le hicieron frente, desde el principio, a los camisas pardas. Los Edelweisspiraten eran un grupo de jóvenes de Colonia que no aceptaron ni la ideología ni su puesta en práctica por parte de las Juventudes Hitlerianas. Toda esa retórica marcial y racista les resbalaba. A algunos de ellos le costó que los guillotinaran. Ah, sí, los nazis no se andaban con chiquitas a la hora de castigar a quienes no pensaban como ellos. Digo, suponiendo que lo suyo fuese pensar, y no balar, con perdón de las ovejas. El nombre mismo que se dieron los piratas colonienses, el nombre de esa bella flor alpina, el edelweiss, los convierte en un lejano precedente del Flower Power de los años sesenta. Hace poco murió la última superviviente del grupo, Algún día voy a dedicarles un texto, como el de hoy –predeterminada por una efeméride– acerca de los TJ.
Weiß/Colonia, 19.9.
Anoche, después de Cotton Club y un episodio de la saga de Hercule Poirot con David Suchet, estuve viendo un largo documental –muy bien compaginado– sobre la historia del movimiento comunista, y en un momento determinado se oyó La Internacional. Eran casi las 3 am, así es que lo anoté mentalmente para contarlo después de dormir y desayunar. Y fue que un día ya lejano, allá por 1980, estábamos en Ámsterdam con Karin & Dieter; a nuestros hijos y a su Alex los habíamos dejado en Beek, con un par de cuñadas mías. Era invierno, hacía un frío glacial, pero salimos a hacer la visita obligatoria al mercado de pulgas del Waterlooplein, y al regresar al centro, casi tiritando, propuse tomar un trago cordial en la taberna de esquina con la costanera del Amstel, la última casa antes del Blauwbrug [el puente azul]. Ya habíamos estado alguna vez Diny y yo en ella, también tras una excursión al Waterlooplein, y nos gustó su ambiente, uno en el que se notaba que todos eran parroquianos fijos del barrio, estibadores del puerto, tenderos del mercado de pulgas… Y esta vez cuando abrí la puerta y entramos los cuatro, de repente nos encontramos con que por alguna razón, el grupo sentado a una de las grandes mesas redondas se puso a cantar La Internacional, en neerlandés. Enseguida les acompañó el resto de la taberna, y también de repente vi como Dieter alzaba el puño derecho y yo el izquierdo y acompañábamos el canto, él en alemán, yo en español. Aquello fue una epifanía. Al terminar de cantar vinieron los abrazos de confraternidad y a la primera ronda de jonge genever [la ginebra joven] fuimos invitados por el grupo de la mesa, y luego vinieron más rondas, también las nuestras, y salimos de allí tan bien calefaccionados por dentro que para nada sentíamos el frío que subìa del Amstel ya medio congelado. Todo eso me vino anoche al recuerdo viendo ese documental. Un recuerdo que nunca lo he perdido, pero son pocas las veces que lo evoco.
[Buscando una grabación de La Internacional en neerlandés descubro que su letra se debe a la poetisa Henriette Roland Holst. Mica male, como dicen los italianos, y decía Carlos Barral]
También anoche, por fin vi Cotton Club, una peli que, inexplicablemente, nunca logré encajar en mis horarios, siempre salió alguna otra haciéndole la competencia. Está bastante lograda la captación del ambiente, pero creo que le sobran varias (muchas) ráfagas de metralletas. Desde luego que hubo harta violencia en el Harlem de los 20 y los 30 del siglo pasado, pero pienso que no le va bien a la peli ese calco de lo vivo a lo pintado. Menos sigue siendo siempre más.
Empiezo a leer el manuscrito del nuevo libro de cuentos de la taruguita. Escribe requetebién la chamaca. Arcángeles ha dicho de ella: «Alma Delia Murillo ironiza y juega con inteligencia. Es desafiante, encantadora y libre. Leerla es dar siempre con una compañía que alegra«. Ecco!, lo firmo y lo rubrico. Y alterno la lectura en pantalla de su manuscrito (pese a lo que me apabulla hacerlo en pantalla) con la preciosísima de la correspondencia entre Astrid Lindgren y Louise Hartung, y a partir de después de la siesta lo haré con el tercer episodio de la saga islandesa de Freyja y Huldar, llegado con el paquete que me acaba de entregar nuestra vecina de arriba. Me siento algo así como habitante de un avemaría: «rntre todas las mujeres». Hosanna in excelsis!
Weiß/Colonia, 20.9.
Rebeca en casa para echarle una mano a la madre en la limpieza de las ventanas, instalarnos el nuevo equipo de DVD, reforzarme el ojal en la cintura del pantalón safari… y comer pescado, que se lo pidió expresamente a Diny, pescado con salsa curry de champiñones. Almorzamos así pues juntos y esta vez ha sido a mí a quien le tocaron todas las espinas. Por cierto que al notar una hijueputa que iba emboscada en un bocado, y querer sacármela, me pegué un mordisco de órdago en la lengua. Todavía estoy viendo galaxias inexploradas hasta la fecha.
Por fin aparece hoy en EE mi columna que debió aparecer el viernes 6. Y ocho comentarios en el foro, dos de ellos inviables y a los que despacho con una nota estándar que tengo preparada para estos casos: «Mi norma es no contestar en este foro aquellos comentarios que no tengan absolutamente nada que ver con el contenido de mi columna. Vale». Pero la verdad es que estos forópatas me dan pena, porque al parecer son nuestros foros la única válvula de escape de que disponen para exteriorizar sus ideas y proferir sus exabruptos.
Me jalé entre ayer y hoy el tercer episodio de la saga islandesa de Yrsa Sigurdarðóttir, con la sicóloga Freyja y el comisario Huldar. Y a fe mía que doña Yrsa tiene aciertos descriptivos que son puros hallazgos. Por ejemplo, relata que Huldar y su colega Guðlaugur van al aeropuerto de Reykiavik para recibir a los padres de una de las víctimas, que se hallaban de vacaciones en el extranjero y debieron regresar precipitadamente a Islandia; de modo que Haldar y su colega les esperaban con una bolsa con sandwiches y agua mineral porque suponían que iban a llegar con hambre y sed. Y escribe doña Yrsa: «Habían reflexionado mucho que cosa preferirían beber y se decidieron finalmente por el agua mineral, que les pareció lo que era más neutral: la Suiza en materia de bebidas». Y una cosa que me ha vuelto a llamar la atención, como en los episodios anteriores, es la facilidad con que sus personajes se emborrachan. Me hace recordar algo que escribió Kant al respecto y que traduje años ha: «¿Por qué se embriagan tan a gusto, sobre todo, los pueblos nórdicos?» En lo que va de la saga, Freyja, que es una sicóloga de profesión, sólo se ha ido a la cama con un hombre durante unas respectivas borracheras. Y en este episodio, incluso lo tiene ya planificado, aunque luego la aventura no cuaje.
Weiß/Colonia, 21.9.
1:30 am : Acabo de volver a ver, al cabo de los años, una de las obras maestras del western: The Bravados [El vengador sin piedad], de 1958, dirigida por Henry King con Gregory Peck como protagonista. Los paisajes mexicanos son una maravilla, casi el contrapunto de la sórdida trama del film, uno de los western más duros que conozco. Según Peck, el guion fue escrito y la peli se rodó como un ataque al maccarthysmo, al cual se oponía sin ambages. Pero su valor excede a las circunstancias que la motivaron: hoy la vemos tan sólo como un dechado de buen cine.
Un sábado sin historia. Sólo anotar que en la página editorial del Kölner Stadt Anzeiger aparece hoy un artículo del médico y teólogo Menfred Lütz en el que viene a decir que quienes califican de narcisista a the fake president insultan a los verdaderamente enfermos de narcisismo, una de las enfermedades de más difícil terapia. Añade que the fake president es alguien profundamente inmoral y carece de vergüenza, y cuanto más desvergonzado se muestra, más se acostumbra el mundo a una conducta que menosprecia las normas fundamentales de la decencia humana. Y ambién en el diario, la esquela necrológica de Marcus, “Marcuso”, uno de los mejores amigos de Chico y Montse. 55 años no es edad para morir. Esta es quizá la característica más obscena de la muerte: su absoluta indiferencia –lindante con el desdén– respecto a la Estadística.
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