
Weiß/Colonia, 14.2., San Valentín
10:01 am : Sin novedad en el frente Gmail. Joderse y aguantarse.
En el diario muchos mensajes amorosos por ser el día de los enamorados, uno de ellos está en español: «Luis, mi gran amor! Marion». El único Luis que conozco en Colonia es un tipo más bien antipático. Espero que no sea el que le ha tocado en suerte a Marion. Aunque ya se sabe, o mejor: se dice, que el amor es ciego. Pero no sordo, y por la boca mueren el pez… y el amor.
A la nueva columna de Alma Delia, en sinembargo.mx, le dejo al pie un largo comentario: «Taruguita queridísima, hay tres libros de tu lista que no he leído y ya mismito me pongo a su caza y captura, pero coincido contigo en haber leído los otros siete, si bien tan sólo tres de ellos se cuentan en mi lista de entrañables, y eso nos uniría aún más entrañablemente si no fuese que uno de los tres lo hace por sí solo de una manera inefable. Yo, mi amolllcito mío (aquí viene el jingle de los lugares comunes, aunque en este caso no lo sea) he tenido el privilegio de ser amigo personal de Gonzalo Rojas, de haber sido con mi esposa sus huéspedes en Berlín, cuando estuvo allá unos meses becado por el DAAD (el servicio alemán de intercambio académico) y de haber sido sus anfitriones acá en Colonia, cuando se quedó a dormir en nuestra casa y diezmamos la bodega de mi sótano, donde se guardan y acendran los vinos de los años inolvidables y que son asimismo entrañables: del año en que llegué a Alemania, del año en que nos conocimos Diny y yo, del año en que nos casamos (el 2 de julio celebraremos nuestras bodas de oro), de los años en que nacieron nuestros hijos y nuestros nietos… Y he tenido el privilegio de leer muchos de esos poemas de Íntegra recién salidos de aquél caletre incomparable que era el de Gonzalo. Me los enviaba desde Provo (cuando dictó clases en esa Universidad de Utah) y franqueaba los sobres con estampillas donde lucía la vera efigie de T.S. Eliot. Y luego me los siguió enviando desde su Torreón del Renegado en su Chillán del alma. Siempre mecanografiados de la manera más pulcra, y siempre con comentarios autógrafos al margen. Son un tesoro que guardo en mis archivos como oro en paño. Y sí, Íntegra está sobre esta mesa desde la cual te escribo, lo tengo siempre al alcance de la mano, como el Quijote, como Orgullo y prejuicio, como Platero y yo, como los poemas completos de Machado, como El llano en llamas, de un compatriota tuyo de quien también fui amigo. Y si añades las obras completas de Borges y Mientras agonizo (que también podría ser El villorio o Santuario), ya tienes una lista de diez entrañables para mí, pero no son ellos solos, no son –afortunadamente– sólo diez. Te mando un beso hasta el Defe y te deseo un felicísimo domingo sanvalentiniano». Luego añadí un nuevo comentario: «Posdata: Se me olvidó el piropo que me inspira tu foto: Eres tan hermosa como un poema de Gonzalo».
Weiß/Colonia, 15.2.
9:59 am : Sin novedad en el frente Gmail. Joderse y aguantarse. Pero tengo una confianza, más, una fe irracional, en que este incordio se resolverá sin otro Deus ex machina que Google mismo.
Cuando me levanto de la siesta, 4:14 pm, tengo en mi vieja cuenta de @t–online.de (gracias a la cual he podido mantener un contacto, handicapeado, pero contacto, con el mundo) un mensaje de Google donde me comunican: «Estimado usuario de Google: Tu cuenta estaba inhabilitada debido a una infracción de nuestras Condiciones de servicio. Tras revisarla, la hemos habilitado de nuevo». Además de insistir en el tuteo, lo que ya me chocó en los mensajes anteriores, no se me explica cuándo y cómo infringí las tales Condiciones de servicio, de modo que es tan seguro como el Amén en la misa que volveré a infringirlas. Pero está claro al mismo tiempo que se trata de una infracción venial, castigada con menos de tres días de inhabilitación Laus Deo! Y tras introducir la contraseña y el código 376456 que Google me pasa automáticamente por teléfono, mi cuenta se abre sin más. ¡Alabado sea el santísimo sacramento del altar!
22:15 : Z, una peli por la que no pasa el tiempo. Pero la desgracia consiste en que ello sucede porque para el tiempo no pasó Z, Z no existió, y los militares continúan gobernando en todo el mundo, directamente o mediante testaferros. La palabra lo dice todo: testaferros.
Le envío un email a B y aparece un candadito rojo que me inspira recelo, más: desconfianza, de manera que pulso en él con el ratón y me aparece esta advertencia: «Algunos destinatarios usan servicios incompatibles con el cifrado // B. N. // No compatible con @———- // Si tu mensaje contiene información confidencial, es aconsejable eliminarla o quitar estas direcciones». Esta, creo, puede ser la madre del cordero de que me inhabilitaran la cuenta por casi tres días. Pero no me lo advirtieron ni tampoco me lo explicaron a posteriori. La madre que los parió.
Weiß/Colonia, 16.2.
En la pizarra de La Modicana, la del menú del día delante de la puerta, dos palabras mágicas: “Spaghetti pescatore”. ¡Y tan mágicas! Hago la scarpetta [=arrebañar el plato] con devoción que alcanza el nivel de lo religioso. Pero mi gula espera que después de lo que le he contado a la signora acerca de la próxima visita de Héctor, y de quién es, y que habla perfectamente italiano, hasta el punto de haber sido profesor en el alma mater de Turín, cuando vayamos allá a cenar, el sábado, la signora saque todas las esencias del frasco. Me relamo de antemano.
Justamente en vísperas de la visita de Héctor aparece un salidero de agua en el cuarto de baño pequeño. Viene por la tarde el plomero ruso del # 13 del Pflasterhofweg, un manitas que milita en la Champìons, y abre un hueco en el techo, del que cuelga una especie de embudo hecho con bolsas de plástico verde y que desemboca en el lavabo. Es para llevar a cabo un test de si el salidero se encuentra en la cañería general o en el cuarto de baño chico del piso encima del nuestro, en cuyo caso, si el agua llegara al hueco, podría desaguar por nuestro lavabo. Abrir el cuartito y verlo desnudo, sin el cuadro de Bernadet, el grabado de Marie Macks y el chiste de Quino colgados de las paredes, y sin la estantería de libros, es algo que me resulta casi obsceno, como sorprender a una gordita en pelotas. Y además ruborizada, pobrecita mía.
Weiß/Colonia, 17.2.
Soy enemigo de los maximalismos, aunque a veces se me escapan algunos, tratándose de gente, libros, músicas, cuadros, obras de teatro, películas que amo. Pero nunca lo hago en materia de política. Acá, en la prensa, se ha enquistado desde hace años la coletilla maximalista de que los Estados Unidos son la democracia más antigua del mundo. Pero los USA son independientes desde su declaración unilateral en 1776, y el Alþingi o Althing (el Parlamento islandés) remonta su historia al año 930, aunque estuviese suspendido entre 1799 y 1844. Hoy, leo en el diario que en Dubai han nombrado a la ministra más joven de la Historia, tiene 22 años al hacerse cargo de la cartera de la Juventud, y sin duda es un mérito, pero si recuerdo que Pitt el joven fue ministro de Hacienda en Inglaterra a los 23 años, y primer ministro a los 24, tal mérito empalidece. Dubai no es Gran Bretaña, ni de lejos, amén de que Pitt se enfrentaba con un enemigo poderoso, un tal Napoleón Bonaparte. Lástima que por hacerle honor al apelativo con que lo conoce la Historia, también muriese joven, a los 46 años, en 1806, perdiéndose así la gloriosa hora de Waterloo.
Weiß/Colonia, 18.2.
1:20 am : The Deer Hunter es una peli cuyas primeras imágenes, en la siderúrgica, me evocan los días en los que trabajé en la fábrica de gas de Berlín, 1964, un laburo peligroso de a deveras, aún no lo he contado en detalle en este diario y tendría que hacerlo alguna vez. Y luego sigue la peli con las imágenes de la boda y del “viaje a Jerusalén”, ese que hacen los novios llevados en volandas por los participantes en la fiesta, otro recuerdo muy acendrado en mí, el de mi boda, cuando nos llevaron a Diny y a mí, por los aires, “a Jerusalén”. Siempre que la pasan la vuelvo a ver, es una peli enquistada en mi memoria por dos o más costados.
La lectura de los buenos novelistas siempre es un placer. Pero la lectura de los buenos novelistas inteligentes (Huxley, Sciascia) es un deslumbramiento que incluye una pizca de masoquismo.
Malas noticias desde Managua. Está Claribel internada en una clínica y el pronóstico no es nada alentador. Haciendo de tripas corazón le escribo a una descorazonada MM, por quien me entero de lo que pasa: «Entiendo que estés como estás, querida, y a nosotros también nos afecta, y cómo, que su luz se apague. Pero no perdamos de vista que ha tenido una vida larga y plena, y que supo sobrevivir al golpe más duro que le dieron en ella. Te digo esto casi para consolarme de una pérdida que aún no se ha producido, me pongo el parche antes de, y al mismo tiempo tengo muy presente lo que dejó dicho nuestro compadre Kafka: «Se ve al sol ponerse lentamente, pero nos asustamos cuando de repente se produce la oscuridad»».
Weiß/Colonia, 19.2.
2:10 am : Una giornata particolare, ¡qué belleza de peli! Fue un cambio de última hora en Arte y tuve la suerte de darme cuenta, porque esta peli la adoro, literalmente. Me bastaría pensar en la banda sonora, que sólo consiste en el sonido de los noticieros cinematográficos, los compases de una rumba en un gramófono de los años 30 y, ¡¡¡sobre todo!!!, genialmente instrumentalizada como bambalina acústica, la transmisión por radio de la visita de Hitler a Roma. Pero es que, además de la banda sonora, están esos dos animales cinematográficos tan espléndidos que son la Loren y Marcello, en una de las muchas simbiosis incomparables que protagonizaron, fueron una de las parejas con mejor química en toda la historia del cine.
10:01 am : Buenas noticias desde Managua. Abro mi estafeta virtual y el primer email que veo y que leo es uno de MM, contestando al mío de ayer: «Nuestra querida Claribel estuvo en días pasados coqueteando muy de cerca con la Suprema. Lo sintió ella, lo sentimos quienes la vimos, lo confirmaron los médicos. Pero tampoco la neumonía pudo con ella. Hoy amaneció muchísimo mejor, los marcadores de la infección van en retroceso, durmió bien, desayunó bien, recobró fuerzas, pidió música de Agustín Lara, pidió que le pusieran una gota de Shalimar, y anunció entre risas que no, que aunque vio a sus muertos y habló con ellos, quiere seguir en este mundo «unos años más». Volvió, pues, a ser la Claribel que tanto queremos. Si todo marcha como está previsto y a reserva de los resultados de la resonancia magnética (ella dice que le hicieron una «soledad sonora»), mañana estará en su casa. Las visitas siguen restringidas, debe cuidar sus pulmones, reposar mucho, hablar poco y recuperarse bien. Los médicos recomiendan que duerma varias veces al día. Todos queremos verla y gozar de su presencia, pero tendremos que esperar a que ella nos avise que está lista para recibir una breve visita. Ya iremos poco a poco a celebrar con ella su regreso a la vida».
En el supermercado pongo sobre la cinta de la caja una de las tres botellas de agua tónica, las otras dos las dejo en el carrito. La cajera me pide que las ponga también en la cinta. Le pregunto si es que la registradora no sabe multiplicar por tres. Me contesta que al jefe no le gusta, prefiere que las cuentas sean siempre por unidades. Le pregunto que si el jefe sabe leer y escribir. Sonríe y me contesta que sí. Respondo extrañado: «¿Y a pesar de ello es jefe?» Ahora, ya, se ríe. Qué bueno que siga habiendo gente con sentido del humor.
En el bus de vuelta a casa todos los asientos ocupados por escolares. Los pasajeros de a pie, sin excepción, somos adultos, algunos con bastón, como yo. Me recuerda el texto de Böll acerca de la cortesía. Lo traduje hace años. Empieza así: «Pareciera ocioso alabar las formas sobrentendidas de la cortesía: cómo es que naturalmente debe mantenerse abierta la puerta para un niño; que a un niño, cuando se está de compras, no hay que empujarlo hacia atrás sino dejarle que pase adelante; que a un escolar cansado, que viaja estresado de regreso a casa, hay que dejarle disfrutar su asiento en el tranvía, el bus o el tren, sin molestarlo en su bien ganado descanso, ni verbalmente ni tan siquiera focalizándolo con una mirada pedagógico–moral…» Aplica perfectamente al caso de hoy, y hasta prescindo de la tal mirada. Faltaría más.
3:40 pm : Casi una hora antes de lo convenido, Carlos viene a buscarme para ir a la estación a recoger a Héctor, que llega a las 5:18. Tiene que esperar a que me afeite y me duche. Pero él y Diny son dos conversadores natos, nunca les falta un tema para platicar.
Weiß/Colonia, 21.2.
Resumen de la visita de Héctor, a partir de las 17:18 del 19, viernes, cuando llegó a Colonia.
El tren llegó puntual (por cierto, ese es el título de la primera novela de Böll, que por cierto fue también la primera en publicarse en español, en la Argentina, y el ejemplar del archivo Böll es el que yo regalé al mismo), sí, el tren llegó puntual, sólo que en el último instante, anunciando su llegada, cambiaron el orden de los vagones. y del sector B –donde me encontraba– tuve que caminar de prisa y a la carrera mientras el tren ya se deslizaba por el andén para alcanzar a llegar a tiempo al sector E y recibir a Héctor comm’il faut apenas descendió del vagón 29. La madre que parió a los Ferrocarriles Alemanes y a su dirección de operaciones en la estación de Colonia. Hacerle esta putada a un viejo decrépito y que se queda sin aliento a los tres pasos, como yo, es algo que no tiene nombre. Hijueputas.
De la estación fuimos directamente a la Biblioteca municipal, donde quería mostrarle a Héctor el cuarto de trabajo de Böll, en el tercer piso. Nos recibió Markus, a quien avisé previamente de la visita, y no sólo le explicó a H todo lo que hay que explicar acerca de la reproducción del cuarto sino que también le mostró uno de los esquemas estructurales con los que trabajaba Böll cuando escribía sus novelas (el de Casa sin amo), en el que H se abismó un buen rato. Son una gozada, como el story board de una peli, cuentan la intrahistoria de la novela y son de una gracia gráfica sin par. Ay, si don Enrique viviese y hubiera vivido el hundimiento del Archivo Histórico de Colonia llevándose consigo los fondos del suyo, legado a la ciudad… Menos mal que se salvaron los archivos que aún siguen en la Biblioteca, así como la suya, expuesta dentro del cuarto de trabajo. Héctor se queda muy impresionado cuando le contamos la triste historia del hundimiento del Archivo. Le tengo que mandar los enlaces ad hoc, entre ellos, el texto de mi columna en El Espectador y desde luego algún reportaje en youtube.
En casa ya, unos gintonics como aperitivos y luego ese suculento guiso de bacalao temprano de las Lofoten, el bacalao Skrei, que es una bendición del cielo y que regamos con un Carménère (sería pleonasmo añadir que “chileno”). La velada dura hasta después de la medianoche, esta vez amenizada con un bourbon de los buenos, que son pocos.
Sábado. Día lluvioso y ventoso, Carlitos llama para decir que en vista del tiempo no nos piensa acompañar en el recorrido de la ciudad, que nos recogerá al final del mismo, en el Museo Käthe Kollwitz, para ir juntos a almorzar. Reconfortados por un copioso desayuno partimos con el bus y el tranvía rumbo al centro. De la catedral, como pasó con Susana cuando vino, Héctor se va de vacío, no puede ver ni el vitral de Gerhard Richter ni el relicario de los Reyes Magos porque son las doce y hay misa. Una masa de turistas arracimados entre la entrada principal y el cordón rojo ante el cual está plantada la guardia pretoriana catedralicia con semblantes disuasorios. La mamá que los trajo al mundo. Pero al menos Héctor pudo gozar de una vista general de la nave central y la música del órgano.
Busco el relato de la visita de Susana, el año pasado, y lo que sigue hoy puedo reproducirlo de aquel día con muy leves variaciones. O sea, que tras el fiasco catedralicio hicimos el recorrido de rigor: el Museo Romano–Germánico para admirar desde afuera el mosaico de Dionisos y la tumba de Poblicio; la fuente de los duendecillos de Colonia, cuya encantadora leyenda le cuento a H; la cervecería Sion (pero sin entrar en ella); la torre del viejo Ayuntamiento con las pequeñas estatuas de las personas más importantes en la historia de la ciudad (aquella vez descubrí la de Carlos Marx); las excavaciones de las termas judías; la casa matriz del agua de Colonia Farina, la primera que se fabricó, en 1709, y que H quería visitar a toda costa porque Farina era el agua de Colonia que usaba su padre y que usa él mismo; el Museo Wallraf–Richartz (desde afuera); las ruinas de St. Alban con las estatuas de los padres dolientes ante la tumba del hijo, esa escultura impresionante de Käthe Kollwitz (aunque no es el original, que se encuentra en el cementerio de guerra, en Bélgica, donde está enterrado su hijo, pero esta reproducción tiene el mérito de haber sido hecha por un alevín de artista que sería nada menos que Joseph Beuys); hacemos una pausa en el bistró del vintage (un delicioso cambalache) y después, caminando por la zona peatonal, donde un edificio comercial recuerda intensamente al original de Londres (y lo construyó el mismo arquitecto), llegamos al Neumarkt y queremos subir con el ascensor propio del museo al más lindo de la ciudad, al Käthe Kollwitz, pero está cerrado por reformas hasta la primera semana de marzo. Nuestro gozo en un pozo, menos mal que H ya conoce el otro Museo dedicado a ella, en Berlín. Vamos a Karstadt a tomar un tentempié en el restaurante sardo del subsuelo, pero resulta que ya no existe, tan sólo un restaurancito en el que H come una sopa de pescado y los dos tomamos una copa de un excelente Chardonnay frío. Y de allí, a casa.
Nadie duerme siesta («Nessun dorma…») y una hora antes de que aparezca Carlitos volvemos a insistir en la degustación del mejor aperitivo imaginable, el gintontic. Mientras Carlitos llega le muestro a H el final del tercer capítulo de Pride and Prejudice, la versión de la BBC en 1995, y le demuestra que mi entusiasmo por la serie está realmente bien fundado. Llega Carlitos y nos vamos a La Modicana, que para H era un punto fijo e irrevocable de su primera visita a Colonia. Se lo presento a la signora, que está advertida por mí, desde el martes, acerca de la persona que nos va acompaña y habla un italiano perfecto, no en vano fue catedrático en el alma mater de Turín. Platican entre ellos y me da impresión de que se han caído bien mutuamente. Y al regreso a casa desvirgamos una botella de Tullamore Dew, que es el whiskey irlandés que más me gusta y que H, al parecer, descubre acá y lo paladea con placer. Charlamos hasta bien altas horas de la noche y dejamos sólo un dedo horizontal de whiskey en la botella. Amén de haber arreglado el mundo.
Iba olvidando que durante la conversación en el bistró del vintage le hablé a H con entusiasmo acerca del Multatuli explicándole quién fue, la importancia de su obra, su ingenio para orillar la censura, y convenimos en qué bueno sería editar por primera vez en español una antología de sus “ideas”, como él llamaba a sus textos, la mayoría de ellos aforismos que no ceden en calidad a los de Lichtenberg. Convenimos asimismo en que Willy haga la selección y la introducción, y yo la traducción, porque H está decidido a ser él su primer editor en castellano en América. En casa le presto mi traducción de Max Havelaar (la única que existe de un libro suyo, y que se publicó en España) y el DVD con la congenial adaptación que hizo el gran Fons Rademakers.
Domingo. Cuando me levanto a las 9:30 am ya está puesta la mesa del desayuno, ¡y vaya lujo!: huevos pericos, una tabla de quesos, otra de embutidos italianos, mermelada, paté, salchichitas envueltas en bacon levemente frito… Tan sólo tomo un cuenco chico de macedonia de frutas y otro igualmente chico de yogur con grosellas y moras, y un café. El cuerpo no me acompaña, pero no es resaca, si acaso resaca moral, porque anoche me porté de manera bastante hiriente con Carlitos y con Diny, me pudo el genio. Apenas llega Carlitos, a quien H quiere interrogar a fondo acerca de las Canarias, me voy a descansar un poco en la cama y noto que el cuerpo me exige descanso. No acudo al almuerzo, se lo advertí a Diny antes de acostarme, y como luego Carlitos mete prisa para salir camino de la estación, decido que sea Diny quien acompañe y despida a Héctor allí, yo me quedo en casa. Y apenas se van me tiendo a descansar y lo hago hasta las 5:00 pm. El cuerpo lo necesitaba. Luego me llama mi deuda estherna para preguntar por mi diario, y hay en mi estafeta muchos emails que me lo reclaman. Nadie parece haberse tomado la molestia de leer la advertencia que puse al principio de mi envío de la semana pasada. Ay Dios…
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