El chándal lo ha vuelto a sacar Fidel

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Uno nunca ha sabido lo que es ser bolivariano. Hace algún tiempo estaba tan confundido que hasta se pensaba por alguna extraña relación mental que era algo así como ser rastafari...

 

Uno nunca ha sabido lo que es ser bolivariano. Hace algún tiempo estaba tan confundido que hasta se pensaba por alguna extraña relación mental que era algo así como ser rastafari, lo cual observando hoy a Maduro (tan grande y colorido como una casa jamaicana) y a una indumentaria tan chillona como su voz no parece tan descabellado. Cada vez que uno ve y escucha a Nicolás con esa verborrea florida y cantarina, se diría que animada, se le viene irremediablemente a la memoria Chávez, de quien debió heredar Venezuela después de ganar un concurso como el de los Hemingways de Cayo Hueso. La última imagen que se tiene de Hugo es la de todos esos soldados venezolanos portadores del féretro (ya es curioso ver a un aborigen vestido como si fuera el guardia imperialista de Buckingham al que decoraba con flores Mr. Bean), que no le hacen ningún honor al chándal, el verdadero emblema de la patria. El chándal lo ha vuelto a sacar Fidel ejerciendo su derecho (¡o su prerrogativa!) al voto. Hay collage en el atrezo chavista, una especie de rococó del castrismo, igual que en el de las dictaduras que van cogiendo retales, como la boina, para hacerse un vestido propio que termina siendo de patchwork. Al líder incluso lo quisieron embalsamar porque eso se había visto en alguna parte, quizá en alguna revista de tendencias soviética. Pero el ir haciendo acopio sobre la marcha supuso que el cuerpo se les pasó no precisamente de moda. La marca atraviesa por un momento difícil (ya casi ni siquiera hay un embargo original en el que apoyarse), donde no se vislumbran pilares sino estacas, igual que si fuesen niños de acampada a los que hubiera abandonado el monitor en el bosque. Cualquiera diría que aquellas exequias fueron el resultado de presentarse al mundo con esa orgullosa dejadez chandalera, como si a pesar de todo no quisieran que el último recuerdo de su comandante, el último recuerdo del chavismo (lo que queda es una parodia mostrenca), fuese el del tipo que el domingo por la tarde sólo tiene que levantarse del sofá y ponerse las playeras para llevar a la novia al cine, ella sí, vestida de funeral.