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El papel de Gabino-Alejandro Carriedo en el controvertido panorama de la poesía española del siglo XX


Este texto actualiza el artículo publicado en la revista Campo de Agramante, de Jerez de la Frontera, en 2006, al cumplirse el 25 aniversario de la muerte de Carriedo, a su vez vuelto a publicar en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes en 2016.

Cuando aún no había cumplido 58 años, Gabino-Alejandro Carriedo fallece repentinamente el 6 de septiembre de 1981 en su flamante dúplex de San Sebastián de los Reyes, repleto de libros y de buenos cuadros. Era domingo y al atardecer, el poeta, solo en el piso, se encuentra mal, realiza una angustiosa llamada telefónica y momentos después cae fulminado en el vestíbulo de su vivienda, llave en mano, intentando salir. Causa del óbito: infarto agudo de miocardio. Al parecer, en su caída había hecho tambalear una bastonera, y cuando le hallaron muerto su pequeña colección de bastones estaba desparramada sobre su cuerpo. Las grandes rotativas informan inmediatamente sobre el suceso, y en esos días se pueden leer varias necrológicas, como la de Fanny Rubio en El País, Carlos de la Rica en Ya, Salvador Jiménez en ABC, Fernando Sánchez-Dragó en Diario 16, etc., destacando entre ellas el hermoso artículo “De Manrique a Carriedo” que uno de sus más íntimos amigos, sin duda el más antiguo que conservaba, Santiago Amón, escribió para la prestigiosa tercera página del diario ABC, donde ensalza la desenvoltura del lenguaje coloquial del poeta.

En el momento de morir, Carriedo (que había nacido en Palencia el 12 de diciembre de 1923 y residía en Madrid desde el otoño de 1947) disfrutaba de un buen momento de reconocimiento por su obra y rehabilitación de su figura literaria. Un año antes de fallecer había aparecido en la editorial de poesía Hiperión una jugosa antología que, con el atractivo título Nuevo compuesto descompuesto viejo, en deliciosa antítesis simétrica, seleccionaba su poesía desde 1948 a 1979. Entrega generosamente prologada por su entrañable amigo Antonio Martínez Sarrión, discípulo de Carriedo, como declaraba el propio poeta “novísimo”. Inmediatamente después de su muerte, algunas compilaciones y  otras humildes entregas fueron publicadas, especialmente en páginas de revistas. En 1984 apareció una biografía apresurada e imprecisa, realizada por mí, editada por la Caja de Ahorros de Palencia. Fue una publicación no venal pero que se agotó pronto, señal de que Carriedo aún interesaba al mundillo poético español. En 1988 salió en Cáceres su libro inédito escrito directamente en portugués Lembranças e deslembranças (Recuerdos y des-recuerdos), que también yo traduje y prologué. Algunos títulos más vieron la luz en pequeñas editoriales, así como poemas suyos fueron apareciendo en revistas literarias de renombre como Poesía, Barcarola o Quimera.

Durante algunos años parecía que a  Carriedo se le iba paulatinamente olvidando, quebrándose ansiados proyectos de publicación de su obra. Y parecía que estaba corriendo la misma suerte que Eduardo Chicharro, caso sangrante, pues del cualificado corpus del fundador del Postismo no se reeditó nada, durante muchos años, desde que en 1974, diez años después de su muerte, Gonzalo Armero reunió la práctica totalidad de su obra poética en el volumen Música celestial y otros poemas. De todos modos, no es mucho lo que actualmente está reeditado de Chicharro. De todas maneras, es obligado considerar a estos dos grandes poetas como enormísimos vates hoy tristemente olvidados, esperanzados en que el tiempo les haga contundente justicia.En 2006, cumpliéndose el vigésimo quinto aniversario del fallecimiento del poeta, la Fundación Jorge Guillén, de Valladolid, legataria de la obra de Gabino-Alejandro Carriedo, publicó su poesía completa, en edición de Antonio Piedra, director de la mencionada fundación, y de Concha Carriedo, su sobrina; prologada por Fanny Rubio. Años más tarde, al celebrarse el centenario de su nacimiento, esta misma fundación publicó el volumen Prosa, en edición del profesor Mario Paz. La edición de toda la obra poética carriediana fija definitivamente, para el lector y el estudioso, la sólida andadura de este acendrado y representativo poeta castellano. Porque Gabino-Alejandro Carriedo adaptó con gran adecuación su poética —manteniendo una irrenunciable concepción del lenguaje poético— en las etapas más significativas que la poesía española desarrolló durante el periodo franquista, que coincide con su carrera literaria. Mediando los años de la segunda década de este nuevo siglo, yo quise escribir, compendiando, los años en los que la poesía española durante el franquismo avanzó. Pero no quise volver a realizar un trabajo con epígrafes y notas a pie de página. A ver si se me enciende la bombilla…, pensé; y se me encendió. Abordé una autobiografía apócrifa de Gabino-Alejandro Carriedo a la que titulé La flor del humo, título de unos cuantos poemas postistas de Carriedo. Concebido el libro así, se conformó, de alguna manera, como una novela. Reconozco que quedó bien. Es la única, hasta el momento, verdadera biografía del poeta de Palencia que al lector se brinda.

Postistas. De izquierda a derecha, Ángel Crespo, Carlos Edmundo de Ory, Gabino-Alejandro Carriedo y Eduardo Chicharro

Como todo creador, Carriedo tiene una prehistoria artística, unos inicios balbucientes donde aún no están establecidas las constantes asentadas posteriormente, y en los que se exhiben las influencias derivadas de las primeras lecturas. Así, los versos incipientes de Carriedo claramente parafrasean la estética del Rubén más tópico: “Allá lejos la princesa triste y pálida del cuento / va añorando viejos tiempos que jamás han de volver, / que noviembre entre sus cuerdas le trae notas de nostalgia. / Do-re-mi-fa-sol-la-si, do-re…” Al escribir estos primeros versos Carriedo tenía 19 años. Con 22, en 1946, publica en su ciudad natal Poema de la condenación de Castilla, y en 1947, antes de abandonar Palencia y trasladarse a Madrid, donde se une de inmediato al grupo postista, escribe su compacto libro El cerco de la vida, que se publicó en 2002 en Segovia, en exigua edición de 300 ejemplares fuera de comercio. Esta primera fase poética, dotada de un verbalismo sorprendentemente afianzado, hay que observarla a la luz del romanticismo entendido como anticlasicismo en una época de clasicismo poético imperante, vago y oficialista, por un lado y, por otro, de tremendismo “espadañista”. En esta etapa Carriedo se deja  influir por dos vertientes de cuño romántico. La primera proviene del modernismo noventaiochista, reflejándose en una forma exaltada desde el subjetivismo del yo poemático encargado de transformar la realidad. Su proyección se establece en Poema de la condenación de Castilla y se puebla con las referencias del regeneracionismo de Julio Senador, en la línea de Joaquín Costa, la presencia de Unamuno y Machado, la influencia de Dámaso Alonso y la expresión tremendista:

... y quisieron que odiáramos, Castilla,
que en nuestro audaz impulso de infinito,
que en nuestro loco afán de ser eternos,
que en nuestro vano intento de librarnos
del contorno minúsculo,
fuéramos como aquel látigo blandido
sobre la espalda del esclavo, fuéramos
lo mismo que la espuela que se clava
sobre el ijar del bruto,
¡¡igual que el fuego que, a su paso, todo
lo reduce a cenizas!!

En la lectura que Víctor García de la Concha hace de este primer libro, aprecia el crítico el contraste de perspectiva vertical/horizontal en el tratamiento perceptivo de Castilla expresado por Carriedo, afirmando que “la verticalidad, símbolo de la vida, ha cedido a la horizontalidad de la muerte”.

En estos años, los postulados que Carriedo adoptó ya columbran, por su textura musical léxico-sintáctica, la aproximación al descubrimiento lingüístico que Carriedo habría de asumir al integrarse en el Postismo:

Tengo cunas de mármol por mis sienes sin sueño,
y féretros sin hombres por mi pulso apretado,
y lunas de membrillo por los ojos sin soles,
y escarcha en la cabeza donde pastan las moscas.

Desde Palencia ya había contactado con Carlos Edmundo de Ory, a través de una nutrida correspondencia, y al llegar a Madrid Carriedo se adhiere a la estética adoptada por el núcleo fundador del Postismo, conviviendo plenamente con ese núcleo. A partir de aquí, esta nueva enseñanza va a ser para Carriedo un “factor de permanente operatividad”, un seguro timón que le guiaría durante su entusiasta singladura en las turbulentas aguas de la poesía social. Al sumarse a la aventura postista, Carriedo desvía su escritura poética en varias orientaciones, principalmente tres: 1) barroquismo renovado y adaptado en los moldes preferidos por el Postismo (romances y sonetos): “No urdas palabras Genoveva y dime / por qué el amor triunfó en escorrentía / primaveral cantando de alegría / por qué treme mi voz y tiembla tu hymen.” 2) Atisbo de realismo social, que Carriedo después suscribirá con tanta intensidad: “En las casas que habitamos / con su duende y su portera / con sus gatos trapisondas / y su alcoba de Alcobendas, / todos nacen dando voces, / todos mueren dando pena.” 3) Lenguaje postista en plenitud, explosivo, en un discurso sincopado y musical, alógico, doblegado fervorosamente al elemento fónico que prime en el carácter del poema: “Trajo fríjoles el hijo, / rijas trajo, trajo tojos, / trajo, trajo, trajo, trajo / un trajín como un repollo.”

Gabino-Alejandro Carriedo y el poeta y sacerdote Carlos de la Rica en 1959

Al agotarse la actividad del movimiento postista y al comenzar la década de los 50, Gabino-Alejandro Carriedo y Ángel Crespo —aunque no fundadores sí miembros de pleno derecho en la nómina del Postismo y partícipes de los “aquelarres” postistas— orientan las perdurables enseñanzas del mismo en la instauración de una tendencia por ellos llamada realismo mágico, que compromete a otros poetas y hace simpatizar a muchos más. El realismo mágico entonces impulsa un haz considerable de tribunas, como es el caso de las revistas El Pájaro de Paja, Deucalión y Doña Endrina, las más importantes, y algunas otras. El realismo mágico, aun conservando, como enseña heredada del Postismo, un estilo esteticista, afectivo, no se sostiene en un irracionalismo verbal sustentado en el dislocamiento de las categorías, como ocurría en el discurso postista, aunque incurra en imagen alógica. El poema del realismo mágico presenta un esquema gramatical verosímil sobre cualquier mensaje subyacente, como muestra este verso paradigmático de Ángel Crespo: “El olor de las vacas es un gato”. Esta tendencia poética se adhirió también al compromiso civil y ético al que obligaba el depauperado entorno social español, a “años luz” de las ya recuperadas democracias europeas, mas no doblegándose a la canónica comunicación y a lo popular como entelequia, desechando lo que esté por debajo del arte y su inconfundible impronta y siguiendo apostando fuertemente por el poder imaginativo.

Va transcurriendo la década y los poetas españoles —menos los sempiternamente anquilosados— se aúnan en este compromiso, y lo hacen ostentando el marbete del realismo crítico. Poetas de unas y otras tendencias se aglutinan, en un momento dado, en las páginas de la revista Poesía de España (1960-1963, 9 números), que Carriedo y Crespo fundan, costeándola de sus propios bolsillos, y que abandera ese realismo crítico que ya no tiene vuelta de hoja. Con estos suculentos pliegos, que no sólo exhiben la poesía patria, peninsular en sus lenguas, sino que también incorporan traducciones, los promotores intentan superar, que no invalidar, los planteamientos artísticos de aquel realismo mágico que diez años antes había prendido en una buena parte de la poesía española; se empeñaron en que el poema siguiera conservando sus ingredientes artísticos, autónomos, formales, y que no fuera un mero vehículo comunicativo y funcional del mensaje de protesta que con firmeza se quería expandir. Pilar Gómez Bedate, al frente de una reedición facsimilar de la revista, escribe que Poesía de España “iba a intentar salvar lo que fuese posible de la poesía tendente a la prosa y al panfleto que, inspirada en los presupuestos de la estética marxista, estaba imponiéndose a finales de los años 50 en los medios intelectuales antifranquistas como único ejemplo moral de civismo y de compromiso”. Esta estudiosa añade que los fundadores de la revista temían a esta poesía casi tanto como a la del garcilasismo, pues pensaban que ambas conducían a la destrucción del arte.

En Poesía de España abundan muchas firmas del espectro poético español del momento. La promoción etiquetada como grupo de los 50, de la misma generación biológica que Carriedo y Crespo, está casi al completo: Goytisolo, Gil de Biedma, Barral, Caballero Bonald, Costafreda, Valente, González. En el noveno y último número Caballero Bonald aparece en la mancheta como uno de los tres directores. Mas la publicación ya estaba sentenciada, y sus dos promotores, fieles a unos postulados auténticamente artísticos, contaban con disidentes dentro de la revista (léase Celaya) fuertemente ideologizados. Por lo  visto, el Partido Comunista, “en su afán de capitalizar cualquier iniciativa cultural antirrégimen, estaba dispuesto a subvencionar la revista, pero Carriedo y Crespo no lo aceptaron, porque ello hubiera supuesto perder la independencia y abdicar de su libertad de decisión, y de expresión”. El lector, pues, debe conocer estos avatares para que no piense pedestremente que sólo una promoción poética dotada de un valor exclusivo se abrió paso en España. Inmejorable es la aportación de Carriedo a la tendencia del realismo crítico, como podemos ver en este fragmento del poema “Voz ferroviaria”, en el segundo número de Poesía de España:

Pasa la pesadilla, el sueño pasa,
la esperanza renace, y en los surcos
del que siembra centeno;
y en el camino de los desterrados;
y en los talleres y en las minas
de los entibadores;
y en los forjados y pilares
del hormigón,
un canto de alegría va pintando las casas
de fértil color verde,
porque entra la mañana por brillantes raíles,
por estaciones remozadas,
por salarios mejores,
por ciscos verdes, por horarios lúcidos,
constatados, exactos.

Tras el periodo proceloso de la poesía social y su arrebatadora enseña del realismo crítico, Carriedo publica en 1966 un libro de la etapa del realismo mágico, el magnífico bestiario Los animales vivos, que a su vez concuerda con las tendencias experimentales que, con aplomo, van surgiendo en España. Contribuye con Ángel Crespo, una vez más, en la difusión de las modernas tendencias surgidas en Brasil a través de la Revista de Cultura Brasileña, que Crespo dirigía y que tenía la ventaja de no someterse a la censura por depender de una embajada extranjera. Este afán se acrecienta en los contenidos de Los lados del cubo (1973), libro que soporta el gran influjo de la poesía objetiva, emblema del quehacer poético, progresivamente acumulativo y anterretórico, del brasileño Cabral de Melo:

Cuando la línea nace
apenas es un punto
que a este mundo viniera
con vocación de mundo.

Con vocación de mundo,
quiero decir: de vida.
Gestándose en sí mismo,
el punto se hace línea.

En 1965 funda la revista El Inmueble que, comprada por el grupo Huarte, pasa a llamarse Nueva Forma, donde se mantiene como director, publicación que estaba orientada al mundo de la arquitectura, el diseño y las artes plásticas. Este acercamiento le es muy útil para crear poemas como piezas constructivistas. Carriedo, número uno en la primera promoción de periodistas universitarios de España, fue un gran periodista. Propietario de la revista, de periodismo industrial, Maquinaria y Equipo, proporcionándole, además, muy buenos dividendos, propiciados por unas favorecedoras circunstancias económico-sociales. Llegó a ser dueño de ocho inmuebles en Madrid y alrededores. Provocador, iba de smoking y pajarita a los bares de obreros y vestía desarrapado para las finas reuniones.

En la última fase de su poesía, Carriedo adopta un tono elegíaco, un sentimentalismo formalmente depurado, a veces minimalista. Alguna de sus últimas composiciones parece mostrar el  presentimiento del repentino y prematuro final de sus días:

No sé, pero a veces pienso
contemplando el crepúsculo y su nube
que una voz del más allá me llama.

A veces medito que alguien musita
plegarias a mi oído, mas después
ocurre que todo sueño ha sido.

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