
Es mejor quedarse siempre con lo positivo y en eso los políticos españoles son un ejemplo, casi el único. Puede que el mayor de todos los de anoche, aunque tribuno fallido y circunstancial, sea el del escritor García Montero, quien después de no lograr representación para su partido, Izquierda Unida, tras veintiocho años de éste en la Asamblea de Madrid, se quitó las penas con que lo importante no era lo que acababa de conseguir sino “sacar al PP de las instituciones”. Pura poesía. Snchz, en tono de comedia apoyado por la presencia a su lado de Luena, comenzó su comparecencia postelectoral afirmando categóricamente que el PSOE había alcanzado al PP, “eso es así”, apuntilló ya con la mirada seria, el impasse para después continuar con su monólogo de humor. Pedr es un político de altura, de estatura se quiere decir, cuyo partido, líder de tiempo en el poder de toda la democracia española, depende para gobernar en casi todas sus opciones de una formación nueva, una de las dos, la radical, que le ha adelantado sin contemplaciones en las plazas capitales. Sin duda es para estar contento. El ansiado cambio deja a España en estado de atomización, que es una cosa de la que uno se acuerda que definía su libro de Sociales del colegio como un problema. Otro más. El PP no ha ganado las elecciones por mucho que haya sido el más votado, razón histriónica de su positividad. El municipalismo ha hecho que sea el gran derrotado, pero no en exclusiva. Ada Colau, doña Colau, lloraba como si hubiera ganado Operación Triunfo, y ahora a ver qué clase de carrera musical la contempla y contemplan los barceloneses. Una desde luego no en solitario: al micrófono Ada, al bajo Xavier, Lecha a la guitarra y Alfred a la batería, un suponer y sin contar con los teclados o la cuerda y el viento, que hay allí para toda una orquesta polifónica. En Madrid Carmona, pobre, con la ilusión que tenía, no lo ha conseguido aunque sí casi al menos morfológicamente por medio de Carmena, lo primero que se encontró (y sirvió) para remover a Aguirre, a la que se le quedó una cara de vinagre que sin duda fue el orgullo de muchos. Para éstos vale más una esperanza avinagrada que una victoria en las elecciones, y eso también, como si lo pusiera en el libro de Sociales, es un problema. Le respondía Jacinto Benavente a Felipe Sassone que el comunismo es una religión. Y que todo el odio que lo inspira es como un reverso del amor, y está sublimado por la resignación y el sacrificio. Aunque sólo sea dramatúrgicamente, si se quiere, esto no parece el cambio sino aquel reverso. Uno tiene la sensación de que lo que ha vencido, tácticamente, es el odio. No es la oposición la que ha volteado un estado sino una indignación lógica y cuidadosamente manejada, por cierto, a través de una resignación y un sacrificio de años, desde sus orígenes de cordón sanitario pacientemente trenzado para adaptarlo a un pueblo con hartazgo de sí mismo, hasta una restauración casi química que ha pasado incluso por la ocultación y la suplantación. Uno quiere ser tan optimista como los políticos y por eso se queda con que en la capital de España, por ejemplo, puede gobernar alguien que, como dijo Jabois, trajo a España las libertades.