
En este año de expectativas electorales inéditas va a haber que prestarle atención a todo. Incluso a lo que siempre ha pasado desapercibido por común, por estacionario, como los adornos de Navidad del vecino. Uno en dos mil quince va a fijarse, por ejemplo, en los del fondo (un fondo de armario) del escenario en los mítines, quienes en época de comicios parecen salidos de la caja del trastero igual que las figuras del Belén. El calcetín que los vecinos cuelgan en el pomo de la puerta todos los diciembres podría contener un extra de mitin, de los que se empieza a sospechar que no los ponen allí de relleno, o de atrezo, simplemente para darle color local igual que aquellas piezas sobre lugares de Capote, sino como si el candidato fuera un monstruo de cien cabezas, una Hidra de Lerna capaz de regenerar dos por cada una que le fuera amputada sin ningún Hércules cerca que acabe con ella: este año político es pura mitología limpia de héroes. El calcetín del piso de al lado a veces se muestra abultado y uno, más que pasar, bordea la zona con recelo como si se escondiera allí el octavo pasajero. Por esta razón no se iría nunca a un mitin, no fueran a desmandarse todos esos apéndices como en Temblores, aquella película de sobremesa de los ochenta en la que un monstruo de goma salía del suelo guiado por el sonido de la superficie. Las sintonías de los partidos podrían ser un problema en esto, así que cada vez que se escucha una de ellas se procura subir a un alto para que no le atrapen. El señuelo son esos aplausos y las risas que aparentan ser como las de Benny Hill, aunque el sketch lo protagonice Rajoy, que es al humor casi lo que Iglesias, sólo que el primero por nulidad y el segundo por negacionista. Esas risas se recuerdan como la de Monchito con su mandíbula articulada, manejados por el pescuezo e incluso ahora, en la época del tres punto cero, usados como los tentáculos mecánicos del Doctor Octopus. De algunos de ellos se teme que a estas alturas dispongan de una autonomía secreta y superior (más de un tentáculo copa hoy los micrófonos), igual que los juguetes de Toy Story, y así a uno su presencia le inquieta porque se acuerda un poco de los replicantes que buscaban a su creador para que les borrase la caducidad. Se teme que un día, que pudiera ser de este año, se cansen de figurar ahí detrás y quieran de modo propio ocupar la tribuna, y luego las secretarías de los partidos, y las presidencias de las comunidades, y así incluso hasta el Gobierno; con lo a gusto que deben de estar en sus cajas la mayor parte del tiempo y lo felices que lucen cuando les sacan mientras Mariano cuenta el chiste de la recuperación, Pedro se lía con el de va un alemán, un francés y un español, o Pablo enciende al personal como si fuera el alumbrado navideño.