Incendios de nieve

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Suena There must be more than blood, de Car Seat Headrest

Ingimundur, el protagonista de Un blanco, blanco día (Hvítur, Hvítur Dagur, 2019) segundo largometraje de Hlynur Palmason, es un veterano jefe de policía fuera de servicio debido a una depresión causada por un repentina e inesperada viudedad –su mujer ha fallecido en un accidente de tráfico-. Él convive con su duelo, al que su psicoanalista trata infructuosa y torpemente poner remedio, y que solo parece poder mitigar a través de la ternura que siente hacia su nieta, Salka, la única persona con la que mantiene una relación afectiva. Sin embargo, no se trata tan solo del duelo el único sentimiento con el que tiene que lidiar Ingimundur, sino también la ira y la venganza, que surgen cuando descubre que su mujer –a la que ha sido fiel siempre- mantenía una relación secreta con un vecino de la localidad. Así pues, y en acertadísima visión de Laura Jurado –@old_eyre-, Ingimundur mientras reforma una casa, de la misma manera que trata de hacerlo con su vida, descubre que los cimientos sobre los que la segunda se sustentaban van a derrumbarse. ¿Cómo procesar entonces todo el amor que deja el recuerdo si este se ve vulnerado por la traición?

El protagonista de Un blanco, blanco día entra a formar parte de esa galería de personajes víctimas del adulterio, tal y como le sucedía a Matt King (George Clooney) en Los descendientes (The descendants, 2011), de Alexander Payne, quien descubría el affaire de su esposa tras sufrir esta un accidente y quedarse en coma. Pero si Matt parecía quedar sumido en una especie de letargo, permanecía entre atónito y atolondrado mientras reordenaba si vida familiar, Ingimundur siente como le corroe la rabia por mucha terapia que haga, que más que aplacarle le provoca el efecto contrario, siente como le hierve la sangre por mucho frío nos transmita el paraje helado islandés. Los cuernos cada uno los lleva a su manera, desde los protagonistas de esa mediocridad como Caprichos del destino (Random Hearts, 1999), de Sidney Pollack hasta los afectados en esa gema del melodrama contemporáneo que es Deseando amar (Fa yeung nin wa, 2000), de Wong Kar-Wai. Eso sí, en una película como Un blanco, blanco día tengamos claro que no vamos a dar lecciones a nadie.

Hlynur Palmason, también responsable del guion, elabora con aplicada sobriedad una película que transita del drama íntimo al thriller de venganza sin que aparezca ni una sola fisura. Una película en el que la árida blancura del paisaje neblinoso y el convulso sentir del protagonista se contraponen, como si la abstracción a la que nos lleva la imagen abocara al abismo al iracundo Ingimundur. Por eso no deja de resultar chocante el momento en que, casi a punto de llegar el desenlace, todos los personajes son filmados de manera estática y frontalmente, como reconociéndose en una representación. Hay un gesto excéntrico, una súbita salida de tono, que nos habla de la voluntad, innecesaria por hacerse notar.

Sin embargo, mucho más efectivo resulta Palmason en otras decisiones, como la de filmar los instantes en que Ingimundur juega al fútbol con vecinos y compañeros de trabajo. Por momentos, pareciera que quien lo rueda sea Haneke, pero sin la evidencia que pone el austriaco en el gesto, con el partido desarrollándose fuera de campo y con la cámara siguiendo, a través de travellings frontales y continuos, los desplazamientos del protagonista. Siendo conscientes, como lo somos, de que ahí está presente el amante de su esposa –al que vemos en una puntual imagen frontal-, lo que se consigue es generar la tensión y la angustia de quien lucha contra el rencor y el dolor sin poder aplacarlos, aunque sea con una mala patada. Entonces, tan solo queda la catársis que supone enfrentarse a la verdad.

NOTA: Proyección de Un blanco, blanco día (Hvítur, Hvítur Dagur, 2019) en el marco del festival D’A2020 que se puede ver online en Filmin.