
He visto chicos carentes de reloj y ausentes en el tiempo. Desdibujadas caricias en un mar de placeres de bolsillos vacíos y esperanzas debilitadas. Figuras esbeltas apretadas contra sí mismas enfrentadas al espejo, maldiciendo por no ser como otros.
He sido testigo de miradas cáusticas bajo cielos intoxicados por el humo de cigarros en dedos perfilados a las puertas del alcohol. Mentes brillantes, cerebros en fuga enjaulados en trabajos discordantes o viajando hacia asfaltos mejores. Hay lugares que parecen ser Ítaca, pero también hay barcos hundidos. Siempre habrá tragedias griegas.
He visto precipicios reales tras desplegar las alas atrapado entre la confusión y el nihilismo. Náufragos con la fe tocada mientras los muros de la exigencia se desmoronan sobre los días menos hermosos.
He visto miedo, miedo al porcentaje de ilusiones que acaban en la barra de un bar de barrio. Barbas incipientes, camisas baratas, enlatadas conversaciones tiñendo los sueños rotos. A funambulistas del euro deslizándose sobre ínfimos salarios. Seguimos adelante, de lunes a viernes mezclamos gas y cerillas a la espera de una explosión sorda para los demás, fría para nosotros.
He visto calles haciendo huérfanos a cansados transeúntes. Gente atrapada entre imágenes intangibles de lo que quisieron otros que fueran. Siempre es tarde para ir a donde nunca fuimos, para desatar palabras atrapadas en la memoria.
He visto a jóvenes pretendiendo ser un eterno mes de abril quedarse anclados a un cíclico noviembre. Y parejas absurdas evitando la soledad de los poetas. A mujeres ser caricia de cicatrices imborrables durante una noche desesperada. Orgasmos preventivos luchando contra las horas desnudas.
He visto espirales de silencio envolviendo plazas y tejados sin barrer. La apariencia, siempre la apariencia, cóctel de sonrisas de cartón piedra y palabras empedradas. He visto como recibimos la publicidad de la indiferencia, la lobotomía del deseo de lo ajeno, la ambición de los pobres en pequeños extractos de irrealidad.
He visto como somos testigos de un cambio que nunca llega. Hastiados gritando incoherencias a la noche de las ciudades etéreas. Desviando a carcajadas la ausencia de virtud reconocida. Coordenadas inconexas en mapas incompletos a solas con todo el mundo, rodeados de la inercia de la estupidez humana.
He visto pequeñas ventanas de esperanza abiertas en etílicas conversaciones cuando el sol no mira. Y portazos furibundos a insolventes deseos de grandeza. He visto a la puta soledad de la conciencia efímera marcada a fuego en mi generación. A mis rasgos faciales pelearse con cada hoja del calendario. A miles de ojos palpitantes querer devorar lo que ya no existe.
He visto sonrisas de más y alguna lágrima de menos. Y temor a poner el corazón sobre la mesa y esconder las cartas.
He visto a mi generación reflejada en los charcos que todos pisamos. A la apatía que nos empuja a arder o sufrir para sentirnos vivos.