"Y quizá fuera ese espectador especial quien gritó con voz jocosamente chillona: “¡No se oye!” “¡¡¡Pues acércate!!!”, espeté abruptamente y de inmediato, casi como un acto reflejo, en mi afán disciplinado de reaccionar a la primera provocación, espontáneamente."
Los baños de los teatros IX – El Teatro Pavón II – ‘¡Acércate!’ – Carta del señor Carrión
Hace un tiempo, en esta entrada, propusimos a alguno de los actores y actrices que habían trabajado en el Teatro Pavón escribir algo sobre sus baños. Y cuando pensábamos que el encargo ya se habría olvidado, ¡de repente nos ha llegado una carta del señor Carrión! Ven, acércate, aquí te la ofrecemos…
@nico_guau
¡ACÉRCATE!
Entre el público siempre hay uno que mira más, que escucha más y que también aplaude más. Y sin embargo, cuando la función se acaba, ese uno se va, como irremediablemente desaparecen todos los demás… Esas personas, que hicieron la función contigo desde su butaca… Y tú, lamentablemente, no te enteras de ná.
Pero una vez no sucedió así. En aquella función sobre el sida, La última luna menguante, que recuerdo con tanto cariño, había momentos muy íntimos. Tanto, que rozábamos con el susurro el límite acústico de la sala, que de por sí ya era muy deficiente, y además, en aquel momento, tan inhóspita, gélida y destartalada… En algunos momentos muy determinados bajábamos el tono hasta lo privado. Y quizá fuera ese espectador especial quien gritó con voz jocosamente chillona: “¡No se oye!” “¡¡¡Pues acércate!!!”, espeté abruptamente y de inmediato, casi como un acto reflejo, en mi afán disciplinado de reaccionar a la primera provocación, espontáneamente. Y la verdad, me salió un tonillo un tanto maricuela, que daba a la réplica un aspecto de realidad y verismo, y también un punto airado, fermentando así la duda de si aquello era un exabrupto inoportuno del actor soberbio, que era y soy, o formaba parte integral de la representación… Representación que siguió su curso con toda normalidad, dejando el incidente sin más, al parecer, en la lista del anecdotario teatrero… Pero no. Habría más…
Luego, antes de salir del Pavón, la sede ocasionalmente ahora del teatro Clásico -mientras adecentan con obras interminables y carísimas el nuevo teatro de la Comedia- y lugar elegido para estos acontecimientos altamente culturales de la marca España… Pues bien, luego de finiquitada la función, hube de bajar al retrete por aquellas escaleras de oscuro cemento, húmedas y tétricas. Ya abajo, di la vuelta obligada, para dirigirme al de caballeros, pero estaba ocupado el único urinario, que, a la vista, guardaba las condiciones higiénicas… Y de cada puerta de cada uno de los cagaderos colgaba un cartel con el mismo lema: “Averiado” De modo que me dirigí al servicio de las damas… Y me sorprendí nada más entrar, mejor diré que me inquieté, al ver escrito en el espejo con lápiz de labios negro, como un garabato indignado, el mismo espeto: “¡Acércate!”
Recuerdo el hormiguillo, ése que te da a lo largo de la columna vertebral, siempre que una situación te sobrepasa o la sorpresa es mayúscula y amenazante…
Y ahora, inexplicablemente, recuerdo lo que había olvidado. En ese momento, mientras leía el espeto reclamatorio, una seductora voz femenina cantaba en mi oído, retumbando en mi alma…
… acércate más y más y más,
pero mucho más,
que soy la Vedette, la Vedette, la Vedette
y en tus débiles rodillas
me voy a sentar…
… acércate más y más y más,
pero mucho más,
que soy la Vedette, la Vedette, la Vedette
y en tu pecho cansado
me voy a acurrucar…
me voy a acurrucar…
me voy a acurrucar…
que soy la Vedette, la Vedette, la Vedette
y en tu alma herida
me voy quedar…
…acércate más y más y más,
pero mucho más…
¿A que te suena la música? Si no, invéntatela… ¡Chimpón!
el señor Carrión