El lunes empecé a notar los primeros cambios. Sobre la herrumbre de Comala la brisa anunciaba movimiento más allá de los tumbleweeds. El martes fue significativo el aumento del ruido, y el miércoles yo miraba a los árboles extrañado igual que Tippi Hedren debido al aumento anormal de pájaros en sus ramas...
Los pájaros
Superado el segundo tercio de agosto, Madrid ya no es lo que ha sido durante el mes. Yo estoy de ida y vuelta y desde ayer la ciudad se está repoblando de una forma amenazadora, que es como se mira el final de la canícula desde los ojos de un veraneante. Uno en realidad no es uno de ellos sino más bien un híbrido que se siente de los primeros sólo por horas. El lunes empecé a notar los primeros cambios. Sobre la herrumbre de Comala la brisa anunciaba movimiento más allá de los tumbleweeds. El martes fue significativo el aumento del ruido, y el miércoles yo miraba a los árboles extrañado igual que Tippi Hedren debido al aumento anormal de pájaros en sus ramas. Esta mañana ya he tenido que protegerme porque algunos se abalanzaban sobre mí al detenerme en los pasos de cebra. Madrid empieza a ponerse imposible. Y esta nueva temporada, además, va a haber que recurrir a Carmena y sus concejales para cualquier emergencia. Yo tengo la impresión de que Manuela y sus hijos, o sus nietos (casi podrían ser un clan), se están tomando unas vacaciones larguísimas, y eso que apenas habían tenido unos pocos gestos (los gestos, por lo general, no cansan), que es lo que se teme que tengan, sólo, por norma. No sé por qué me ha dado por pensar en mis regidores como la señora y los niños desamparados a los que aquella acoge en su casa de ‘La noche del cazador’, pero en vez de ser el malvado Robert Mitchum quien les persiga, son ellos los que le persiguen a él. Yo probablemente sea tan malo como el falso reverendo Harry Powell, pero Madrid me parece abandonada a su suerte en este agosto menguante, y temblorosa ante el septiembre venidero. Este mismo mediodía, nada más entrar en la ciudad, me ha parecido que una señora se ha saltado con su coche un ceda el paso no como se lo salta cualquiera habitualmente, sino como la alcaldesa de Barcelona sugiere la desobediencia civil y esto, de pensarlo, a mi me asusta un poco. No hay explicación racional a este fenómeno, así que este fin de semana, antes del regreso, he decidido hacer acopio de tablones en el campo para tapar las ventanas por si la cosa se pusiera fea, y luego ya veremos.