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Mientras tantoMatrimonio moderno

Matrimonio moderno


 

Dice Zola que el amor en Francia, en el siglo XVII, “es un señor emperifollado que avanza por los salones precedido por una música grave”. Durante el XVIII es “un amor que se despechuga; época adorable donde la carne fue reina”. En el XIX, en cambio, es “un muchacho como es debido, correcto como un notario, que posee rentas del Estado. La política le ocupa, los negocios le arrebatan su jornada, de las nueve de la mañana a las seis de la tarde. Por lo que a sus noches se refiere, las entrega al vicio práctico, a una amante a la que paga o a una mujer legítima que le paga”. En la España de XXI se asiste a un amor, secuela del XX, que ha transformado el acuerdo en la Bolsa en componendas en los parlamentos, los cuales ya han sido sustituidos por los reservados. Menos mal que iba a venir la transparencia, aunque debía de ser una para decir con transparencia que no iba a haber transparencia. En la España del XXI el amor es ajeno y secreto y a los españoles les casan sin que éstos lo sepan mientras Iglesias y Schz comen pescado y tortilla. Un amigo de uno al líder socialista ya le llama tortillero. El presidente cita a sus prometidos, o pretendientes, en palacio en otro ejercicio de claridad. Le están a uno casando a sus espaldas y teme que en cualquier momento le metan en casa, por ejemplo, a la Bescansa; aunque no se descarta que al fin resplandeciera con toda su fealdad como aquella Marguerite Desvignes, que se las arregló para ser más deseable que una mujer bonita y era mucho mejor que hermosa, “es peor”, decía ella misma riéndose. Se tienen ciertas pesadillas recurrentes, la última una en la que aparece Pablo con la coleta sobre el hombro esperándole en el lecho nupcial con un codo apoyado en la almohada, mientras Pedr se despide con una bendición. No se tiene ni idea de cómo nos casamos pero este matrimonio en involución, como el del XIX, es la base de todas las carreras serias. No son pactos sino casamientos. Describe Zola tres uniones según la clase social, desde la más alta a la más baja. Hay, por orden, nobles, burgueses y plebeyos, y uno tiene la impresión de que se ha descendido en la política desde los carruajes y el frufrú de las grandes telas a la celebración en casa del vinatero de la plaza del Trono. Pero el amor sigue siendo el mismo: un misterio para los invitados al que los novios llaman transparencia como podían haberle llamado vampirismo. Se dice que va a llegar el cambio y resulta que, en el ínterin, todo sigue siendo decimonónico y la única diferencia son los aposentos, las formas. En las de hoy, en la suciedad de los cuchitriles escogidos, como por ejemplo el de Navarra, se siguen debatiendo entre las nupcias de conveniencia con amantes de por medio, las apariencias bajo las cuales se hacen “regalos de rentas en cajas de caramelos”, e incluso entre las noches, bajo las cortinas harapientas de la cama, “en las que el amor pone la caricia de su aleteo”.

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