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Mientras tantoMentira y verdad

Mentira y verdad


 

Ayer por la tarde yo no estuve pendiente de la reunión del señor Snc (llegó sin vocales a la primera línea política, hace una semana perdió la «z» y ayer mismo se le cayó la «h»: algo más que el condensador de fluzo va a necesitar para salir vivo de esta), el señor Rivera y el señor Iglesias. En realidad era una reunión de equipos negociadores y ejercía de anfitrión el señor Hernando, quien va adquiriendo la forma de un presentador de concursos. Pero no hay ningún concurso. El señor Rajoy, entretanto, espera, su gran especialidad, haciendo el muerto sobre el agua como aquel legionario romano de Astérix, destinado en Helvecia cuando a su decuria la ordenaban perseguir a los galos a través de un lago. Uno de sus compañeros le preguntaba: «¿Qué haces, imbécil?», y el otro respondía: «¿Qué quieres? No sé hacer otra cosa. Yo me alisté en infantería». El señor Rajoy también se alistó en infantería y por eso ahora flota. Yo le veo un poco, también, como a Gatsby solazándose en su piscina con su bañador años treinta y pensando en Daisy, que quizá no vuelva, al mismo tiempo que le amenaza el marido de la amante del marido de Daisy, que perfectamente podría ser cualquiera de los otros señores por el cariño que le tienen. El espectáculo está siendo único, pero sobre todo está siendo único, insuperable, por la entidad de la mentira. Yo ayer no vi nada de esto porque fui al Teatro Real a ver actuar a cantaores, a bailaores y a guitarristas llegados de Las Minas y que se trajeron toda la verdad que nace allí en esas cuevas oscuras y sin embargo luminosas del flamenco. Las Minas son como el antídoto y la antítesis de la política, que es luminosa por fuera y oscura por dentro. Cuando uno contempla la verdad cargada de trabajo, sentimiento y virtuosismo ya no quiere salir de ese mundo subterráneo protegido de toda luz falsa. Yo en ese escenario lo vi todo. Vi los puertos del mundo y a la gente, y a los marineros haciendo ritmos con las cajas que salen de las sentinas, incluso se me apareció la Natasha de Tolstoi bailando con las entrañas en la isba del bosque. Una isba de Cádiz por bulerías, guajiras o peteneras. Yo era un pobre y rico y feliz espectador al que las guitarras le removían, las voces le asustaban y los tacones le golpeaban, mientras el señor Hernando presentaba su concurso de mentiras.

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