
Ayer vi en la televisión a Ramón Espinar, senador de Podemos. Tiene el pelo oscuro y lleva barba. Vestía con camisa y jersey. Su apariencia era normal, nada había en ella fuera de lo común salvo que debajo estaba Pablo Iglesias. Hace poco tiempo vi también, en el mismo programa, a Rafael Mayoral, diputado de Podemos: el pelo largo, cuidadosamente sucio de generación X, con barba (en Podemos el único que no la lleva es Errejón, quizá porque aún no le ha salido), corbata negra, medio hipster, medio grunge, nada extraordinario excepto que bajo esta descripción se manifestaba Pablo Iglesias. Yo me acordé de Nicolás Maduro porque debajo de ese corpachón está Hugo Chávez. Chávez emerge cuando habla y gesticula Maduro, del mismo modo que aparece Pablo cuando hablan y gesticulan Espinar y Mayoral, y Montero y Bescansa… Ayer vi a Espinar, de igual forma que vi a Mayoral, agazapado tras la mesa del plató, con su motivo naranja en el pecho, la espalda encorvada de gato erizado, la mirada condescendiente, el gesto equidistante, la sonrisa soberbia siempre a punto, el lenguaje en clave, el vocabulario de aparatchik donde uno oye repetirse palabras como «programático» igual que si fueran parte de una hipnosis. Es escucharse «programático» y el verbo podemita fluye hasta el ensueño del oyente, que comienza a viajar por lugares fantásticos, paraísos comunistas envueltos con papel morado («Un papel morao, ¡Mil duros!», cantaba Manolo Cabezabolo) y lazos multicolores. Pablo está en todas partes, en todos esos cuerpos. Cuando les oigo decir: «Nosotros creemos…» es como cuando un plumilla escribe «mayormente»: ahí está Umbral como allí está Pablemos. Pablo no convence al pueblo sino que lo posee. Dicen «nosotros» pero sólo es «yo». El podemismo parece la invasión de los ladrones de cuerpos, misteriosas vainas que han llegado a la tierra y de las que surgen copias de personas sin personalidad y sin sentimientos que se extienden sin control. Esas disidencias provincianas como las del Breogán de Galicia serán pronto depuradas con la posesión. Aquí no hay más individualidad que la del líder supremo, la cual se manifiesta indistintamente del ser. Espinar es Pablo y Mayoral es Pablo. Parece ciencia ficción pero es real, es historia conocida, es como si la Gente corriera en masa a las peluquerías para hacerse el corte de Kim Jong Un. Qué exito, oigan. Uno que de tenerlo Rajoy no hubiese necesitado esconder a Rita en la Diputación sino haberla poseído desde el principio de los tiempos.