
El atentado islamista en Europa se está convirtiendo en una costumbre espantosa. «Ha pasado lo que temíamos», ha dicho el primer ministro de Bélgica, un «estado casi fallido» en cuestiones de inteligencia según la UE y la OTAN. En los países musulmanes raro (y feliz) es el mes que no termina con unas cuantas masacres. Cualquiera diría que lo que ocurre aquí es como lo que sucedía en Nueva York, por ejemplo, en realidad en toda la costa este de Estados Unidos, al saber los jóvenes de ciudad de los también jóvenes bandidos del Far West. Algunos se iban allí a probar fortuna, a emular a los desperados y los demás, la mayoría, se quedaban en casa a jugar a serlo. Yo he jugado a ser Billy el Niño y Jesse James o a liderar la banda del desfiladero como Butch Cassidy. Llevaba cinto y cartuchera y montaba el apoyabrazos del sofá del salón de camino a Texas. Me ha dado por pensar que algunos, muchos ya, de esos jóvenes radicales musulmanes de ciudad están probando fortuna en su Europa animados, enfervorecidos por las leyendas y el horror que les llega de Oriente Medio. La guerra de Lincoln trasladada a una acera de Brooklyn Heights y Los Reguladores, luego Los Cuatreros, convertidos en héroes románticos. El cerebro de los atentados en París, en Bataclán, reía en distintos vídeos. Jugaba a ser un Billy del Islam con la muerte adoptada como parte fundamental del juego. Los muertos son reales y el juego es la verdadera guerra. Una guerra caprichosa, un impulso que parece hervir hasta que rebosa. En Lincoln, en Nuevo Méjico, Billy se escondía porque tenía partidarios, igual que Abdeslam en Molenbeek. Las autoridades organizaron cuadrillas, contrataron sheriffs y pistoleros para cazarle. Seis tiros contra seis tiros. Yo quiero que se organizen partidas policiales y que cazen a los Abdeslames. Yo ahora soy como un tendero de Stinking Springs, sobre el porche con su mandil blanco, que mira por la prosperidad de su negocio, de su familia y de su pueblo. No queremos maleantes en Stinking Springs. No queremos cuatreros. Que hagan algo, que llamen a Pat Garrett, unámonos en una única idea: la de que el terror ha de ser combatido sin descanso y sin disenso (el impulso político ha de ser mayor que el impulso asesino); pongámonos todos muy serios en el pacto, el escrito y el íntimo, seamos conscientes y sobrios. No encendamos velas en las calles ni cantemos Imagine en corro (yo me confieso a estas alturas saturado de esas manifestaciones), prendamos y cantemos en la soledad de nuestro verdadero sentimiento para que germine con fuerza, entre otras cosas porque los cuatreros, los asesinos y sus afines deben de reírse (y con ello hacerse fuertes) de una blandura que para ellos no tiene consecuencias y que no comprenden y desprecian, del victimismo que nos expone delante de los ojos carnívoros como corderos listos para ser atacados.