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Mientras tantoPintorescos y ricos entornos

Pintorescos y ricos entornos


 

El río Moscas, cauce más estrecho, fusionándose en Cuenca, en su desembocadura, con el río Júcar

Recientemente he realizado un viaje que me ha resultado delicioso y bastante completito. El miércoles pasado emprendí habitual recorrido a Cuenca. Pasando por la Mancha de Belmonte, Villaescusa de Haro, la ciudad de tantos obispos, destacando, entre todos ellos, Diego Ramírez, culto, político, destacado mecenas artístico, confesor de la reina Juana, hija de los Reyes Católicos, llamada injustamente La Loca. Hasta Cuenca, el paisaje va cambiando paulatinamente, transformándose los lados de la carretera desde grandes extensiones de viñas hasta asimismo muy amplias plantaciones de girasol. El terreno se va embelleciendo y alcanza el máximo esplendor cuando se cruza por primera vez el cauce del Júcar, nervio de la Serranía de Cuenca, que allí comienza y que abarca, con su belleza, a la capital de la provincia, ceñida entre dos majestuosas hoces, la del mencionado Júcar y la del corto y pequeño, pero también muy digno, río Huécar. Hay otro río, estrecho como el Huécar, más olvidado porque transcurre por las afueras y al rato desemboca en el Júcar: el río Moscas. Un río que, a pesar de su física humildad, es una fuente literaria, ya que un hidalgo poeta español del Siglo de Oro, José de Villaviciosa, compuso una epopeya burlesca titulada precisamente La Moschea, inspirada en este curso, escrita en octavas y que se compara con La Gatomaquia de Lope de Vega. Aunque nacido en Sigüenza, Villaviciosa era oriundo de Cardenete y murió en Cuenca (en un principio, como clérigo que era, fue enterrado en la Catedral), mas cuyos restos hoy reposan en la iglesia de Reíllo, a cinco leguas de la ciudad de las Casas Colgadas; traslado que debemos al poeta y sacerdote Carlos de la Rica (1929-1997), que, aunque párroco residente en Carboneras de Guadazaón, oficiaba misa en Reíllo y otros pueblos de la zona, la llamada Serranía Baja. El escritor áureo había adquirido el señorío de ese pueblo, donde edificó casa y construyó una fuente para la población. Yo participé de la fiesta que se hizo en Reíllo con motivo de ese traslado; unos cuantos amigos, mayormente escritores, firmamos un acta, que nos extendió el cura De la Rica, y el acta se metió en un tubo con monedas de la época, todavía pesetas, y otros testimonios actuales. Andrea Saiz, la mujer del poeta postista Gabino-Alejandro Carriedo, que era de Carboneras y muy bromista nos dijo divertida: “Tenéis que saber que quien está enterrado ahí [en el altar mayor] es sólo un guardia civil”.

Me pierdo. Al parecer, divago muy a gusto. Comencé diciendo que llegué a Cuenca el miércoles. Hasta hace poco vivía en un pequeño y mono pisito de alquiler, en pleno casco viejo, cabe el oratorio de San Felipe Neri, donde en las Turbas se canta (callando rigurosamente todo el jaleo de los tambores que preceden a la procesión llamada propiamente Camino del Calvario) un excelso Miserere. Ahora, estudiando mi economía, y otras razones relativas a la estadía, he decidido, continuando vinculado a Cuenca, como desde bastante tiempo lo estoy, viajar desde mi Mancha residencial dos o tres veces al mes, parando en diversos alojamientos, en especial en la Posada de San José, junto a la Catedral; el hotel, verdaderamente, más bello del mundo. Desde los aposentos se divisa la Hoz del Huécar, contemplándose con detalle y vibrante luminosidad, en el momento del desayuno, frente a unos espléndidos ventanales. Su agradable decoración rústica es realmente tentadora para disfrutar de una inmejorable estancia en la urbe peculiar. Sigo teniendo el derecho de poder permanecer en el centro de mayores San Pedro, instalado en un guapo casón histórico, en la calle del mismo nombre que asciende desde la Plaza Mayor hasta el Castillo. Allí a veces me corto el pelo por unos pocos euros y leo por las mañanas en una sala dotada de muy buena luz y unas vistas insuperables, por supuesto de la Hoz, del Huécar. Voy a las conferencias impartidas por la Real Academia Conquense de Artes y Letras (RACAL), de la cual soy miembro. Sigo apuntado al cineclub Chaplin, que funciona desde hace 53 años y que cuenta con 800 socios. Su programa es impecable. Las películas, naturalmente, si no son españolas, se proyectan en versión original. Salvo el film del final de cada periodo de la temporada (hay tres), que resulta ser una película histórica, las demás son producciones recientes. Esta vez tocaba pasar La caja de cristal (Black Box), germano-belga, que relata la historia de una manzana de Berlín con problemas inmobiliarios; un día acordona el edificio la policía, y se prohíbe salir y entrar. Por toda esa tensión, los vecinos acaban encabronándose unos y otros, unos contra otros seriamente. Estuvo bien. Como siempre, al salir del cine, breve sesión en un bar cercano. El cinema está en la calle Tarancón, en la parte nueva, o más bien del ensanche, cerca de la Plaza de Toros. Allí siempre nos juntamos los íntimos amigos José Ángel García, poeta y escritor que fue acreditado periodista de RNE y presidente de la Academia, su esposa Lola y Eduardo Soto, un creador, igualmente escritor, y además cineasta, cuyas obras siempre abordan un jugoso y acertado activismo.

Biblioteca de la Merced de Cuenca. El piano aguarda la interpretación que va a realizar en él el joven pianista conquense Mario Mora

He podido gozar también de dos conciertos del festival Música de Otoño, organizado por la Catedral de Cuenca, incluidos en el IX Ciclo de Música de Cámara que el Cabido, comandado, muy activa y ejemplarmente, por Miguel Ángel Albares, capellán mayor de la Catedral, párroco de la originalísima iglesia de San Pedro y Santiago, uno de las escasos templos, en toda España, de planta octogonal, situado en la parte conquense más alta, frente al museo de la Fundación Antonio Pérez, y director –Albares- del Museo Tesoro Catedral. Si la Semana de Música Religiosa de Cuenca, celebrada en Semana Santa, ha alcanzado, de sobra, a estas alturas, un máximo prestigio, sobrepasando ya más de sesenta ediciones, lo que últimamente hace la Catedral, gracias, de modo muy visible, al esforzado Miguel Ángel Albares (no estará solo, de todas formas), va por el mismo camino. No sólo queda en Cuenca el resultado de la magna actuación que llevó a cabo el artista filipino Fernando Zóbel, al abrir el Museo de Arte Abstracto, el pequeño museo más bello del mundo, como proclamó un director del MOMA de Nueva York. Zóbel logró convertir una ciudad de sotanas negras y burguesía rancia en una verdadera marca artística del arte moderno a nivel mundial. En este último acontecimiento musical han actuado el Elias String Quartet, el violista Robin Ireland y el joven pianista conquense, formado en Inglaterra y profesor en el Conservatorio Superior de Castilla-La Mancha, en Albacete, Mario Mora. Las actuaciones han sido seis. En la primera, que tuvo lugar en la Sala Capitular de la Catedral, el cuarteto y Robin Ireland intervinieron juntos interpretando el magnífico Quinteto de Cuerda nº 3 en do mayor, de Mozart, K. 515. Mozart fue violista, o sea, que, posiblemente, tocó esa obra él mismo. Toda su obra constantemente remitía a la conformación de una ópera. Estos británicos viajan con cincuenta personas entusiastas del modo de ejecutar la música la formación y el prestigioso violista. Todas las habitaciones de la Posada de San José, menos la mía, una casi suite, atractiva, amplia y cálida, estaban ocupadas por este gran aficionado supergrupo supramelómano.

El pianista Mario Mora

El segundo concierto, en la Biblioteca de la Merced, del Seminario conquense, transcurrió gracias a la mano experta de Mario Mora. Estuvo muy bien, fue muy instructivo porque el repertorio se dedicó a emparejar piezas musicales de grandes músicos; por ejemplo, se interpretó a Franz Liszt adaptando una virtuosa pieza de Franz Schubert, Fantasía del Caminante. Y de este modo, las parejas del propio Liszt y Mora, Brahms y Busoni y Poulenc y Falla. El concierto terminó con El Amor Brujo y, como bis, nada menos que Granada, de Albéniz.

El viernes di un paseo con José Ángel García, orillando el Júcar, caminando hasta que el Moscas desemboca en él. Me regaló su reciente libro de poemas, que acababa de llegarle, Cual en fugaz parpadeo, en primorosa edición que ha sacado la editorial zaragozana Olifante. Comí en su casa un rico puré de calabacín cocinado por Lola. Estas uniones con mis queridos amigos son, decididamente, gratísimos. Al día siguiente partí de Cuenca lloviendo bien una muy benefactora lluvia. Me dirigía al pintoresco pueblo de El Olivar, situado en La Alcarria, muy cerca del pantano de Entrepeñas. El paisaje de esa ruta, desde Cuenca sólo a hora y cuarto, es suave, dotado de unas dulces panorámicas. La villa central de la zona es Sacedón que, por lo visto, no es muy bonito. Pero atraviesas el embalse y te diriges, por un carreterín, a Alocén y El Olivar, con el peligro de que se te planten corzos, delante del coche, en plena calzada, y el entorno, paisajísticamente, mucho se enriquece. Acudí a ver a mi amigo el poeta Jorge Dot, un individuo con mucha personalidad y valía literaria. No es docente de Humanidades de profesión ni nada parecido, sino ingeniero industrial, muy diligente e innovador.  Ha empezado a publicar tarde; únicamente tiene dos libros editados en la ya mentada editorial maña Olifante: Los trabajos de la muerte (2021) y Los prodigios del amor, de este mismo año 2024. El día 12, Día de la Hispanidad (y de la Virgen del Pilar), se presentó su reciente poemario, prologado por mí. En el estrado, Jorge, como es obvio, José Cereijo, prologuista de su primer libro y reseñista en la solapa del último, y yo. Vinieron algunos componentes de la tertulia literaria que se desarrolla durante todas las semanas en el bar El Alambique, de Madrid, como José Luis de la Vega, Carmen Aliaga, José Luis Baringo, Abdul Carrillo, antes Luis, convertido musulmán, con su esposa Fátima, y otros. Jorge Dot y José Cereijo también pertenecen a la tertulia, comandada, en verdad, por el poeta Agustín Porras, miembro más decano de la misma con el fallecido Ángel Guinda. Los habitantes de El Olivar acudieron casi en pleno. Estábamos fácilmente allí como 50 o 60 personas. Se vendieron muchos libros de Jorge, que tiene gran poder de convocatoria. Él es un ilustre poblador de El Olivar, aunque viaja mucho; la gente lo aprecia de veras. Próximamente, y quizá en otro lugar, detallaré la suculenta presentación que resultó ser Los prodigios del amor.

El pueblecito de El Olivar es muy pintoresco. Está enclavado en un magnificente territorio. Posee unos cuantos cuidadosos miradores. En el más anchuroso, se puede ver el embalse de Entrepeñas, con sus contornos terrenales y sus recodos atractivos. Al fondo, las dos colinitas gemelas, llamadas las Tetas de Viana, de las que habló Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria, y las dos torres de refrigeración de la central nuclear de Trillo, soltando no contaminante sino simple vapor de agua. El pueblecito es muy lindo. No llega a tener cien habitantes. No es una pedanía. Dispone, por tanto, del edificio del Ayuntamiento, de la iglesia, muy maja, de unas calles todas conformadas en vistosas casas de piedra, el restaurante Moranchel, especializado en sabrosas carnes, un bar, y la recoleta y linda biblioteca, casita de cultura donde se presentó el libro de Jorge Dot. Nada más. Llega algún vendedor, el camión de los congelados. Si quieres pan y vino, el bar te lo puede ofrecer. Tras la presentación, aperitivo en el bar que, aunque no es restaurante, brinda buenas raciones, buenos desayunos. Después, comida en el Moranchel. Yo pedí unas mollejas con habas riquísimas, y de postre unos hojaldres dulcísimos, especialidad de la casa, sumamente apetecibles e incitadores. Como es habitual, la sobremesa, además del café y chupito, estuvo servida por algún poema. Muy fascinantes los dos poemas que nos leyó la tan simpática mañica Carmen Aliaga. Todos nos fuimos luego a contemplar desde el mirador los fastuosos parajes.

Tras el almuerzo y el pequeño paseo, los vates de Madrid, después de despedirnos efusivamente, se fueron. Querían evitar conducir de noche. Ya solos Jorge y yo, entramos en la iglesia para oír unas canciones de góspel, cantos evangélicos de los esclavos afroamericanos que mezclaron sus ritmos africanos con la música europea de himnos protestantes a los que pusieron letras tomadas de la Biblia. El conjunto de apreciables cantores procedía de Guadalajara.  Estuvimos un ratito allí, pero como ya atardecía, Jorge me llevó a unos campos de alrededor a ver si veíamos unos corzos. No tuvimos suerte. Pero él, que está muy puesto en la tecnología y tiene un móvil Apple excelente, puso a funcionar la aplicación, de inteligencia artificial verdaderamente, que identifica a los pajaritos que cantan. Así yo pude saber el nombre de las avecillas que entonaban, como la totovía, el picapinos, mirlo y otras varias. Volvimos a terminar de oír el concierto y nos retiramos a su casa, un coquetillo apartamento con gatita incluida. Como habíamos comido bien, sólo cenamos un plato con sabroso tomate de Tudela (Jorge es natural de esa villa navarra), pimientos de piquillo y cebollas en vinagre del mismo lugar. Charlamos un momento y nos separamos para descansar. Yo me quedé en el salón, tumbado en un cómodo sofá. La cámara muy confortable, limpia; quizá con una mujer allí, ya habría colgada en la pared una estantería: la mesa llena de libros que la gata desordenaba; pero Jorge es el típico tipo de hombre propenso a lo práctico y funcional para él. A la mañana siguiente, temprano, echamos a andar por el pueblo aún de noche y nos dirigimos al vasto mirador para observar, tan complacidos, el bello amanecer. El regreso muy bueno. El paisaje de la Alcarria discreto y encantador, moteado por un placentero y educado verde. Paisaje que se afea al atravesar Tarancón y hasta la pedanía en donde vivo, Alameda de Cervera, ubicada en la Mancha viva, donde los ríos corren sin agua, el suelo está reseco tanto tiempo, y los pueblos, generalmente, urbanísticamente son poco agraciados. La tierra del Quijote sí, con el gran encanto de la llanura, es posible, pero en un panorama, digamos la verdad, pobre, a veces mísero, y desafortunado.

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