

La llamada Teoría del Superhombre, de Friedrich Nietzsche (Übermensch, en alemán, que se puede traducir como –lo más extendido- “Superhombre” o, tal vez, para ser más precisos, “Más allá del hombre”) es una propuesta engrandecedora con el objeto de que el ánimo de cada individuo humano transcurra en una vida acertada. La mira de esta propuesta es individual, pues el ámbito al que ha de ser aplicada es el de cada hombre. Los nazis distorsionaron este limpio pensamiento del filósofo nacido en Röcken en 1844 y fallecido en Weimar en 1900, convirtiéndolo el nacionalismo hitleriano en una ambición colectiva. Así, para el régimen nacionalsocialista, el Superhombre estaba asociado con la raza aria, ligándolo a la avidez de Alemania por expandirse y a esas ideas racistas centradas en el derecho a exterminar a pueblos considerados inferiores, como el judío. Curiosamente, Nietzsche no era antisemita, y detestaba el nacionalismo. Si hubiera conocido el nacionalsocialismo nazi, su horror ante tal sistema hubiera sido tremendo. El concepto de “voluntad de poder”, lo utilizó Nietzsche en su teoría, pero con afán creativo en el método vital del hombre, que de ningún modo equivale al deseo de dominar a otros. El Superhombre no es una noción biológica sino un alto ideal. Fue Elisabeth, hermana de Nietzsche, casada con Bernard Förster, un declarado antisemita y supremacista, la responsable directa de esta interpretación. Elisabeth ofreció a los nazis esa lectura cruel y errada de los escritos de su hermano.
El término Superhombre aparece por primera vez en la obra nietzschiana La gaya ciencia, también traducida como La ciencia jovial e incluso El alegre saber. Este libro inaugura una nueva etapa en Nietzsche, cerrando un periodo de negatividad e iniciándose una etapa afirmativa, asentando nuevos valores. Pero la teoría se despliega intensamente, siendo su núcleo primordial, a través de las páginas de la archiconocida Así habló Zaratustra, con el curioso y significativo subtítulo Ein Buch für Alle und Keinen (Un libro para todos y para nadie). El Zaratustra se considera la obra maestra del filósofo. Zaratustra es un ermitaño que vive oculto en el monte. En su largo retiro reflexiona sobre la vida y la condición humana. En un momento dado, Zaratustra vuelve al mundo para comunicar su conocimiento a la humanidad. El personaje ejerce un papel de profeta, anunciando la llegada del Superhombre. Derivaciones de esta teoría se hallan también en los libros El Anticristo y Ecce homo, subtitulado este último Cómo se llega a ser lo que se es.
La teoría del Superhombre, superadora del nihilismo del que Nietzsche también bebió, atañe a la vida, exclusivamente a la vida de la persona, acotada con exactitud por la mera existencia terrena, desdeñando la entelequia de un trascender sobreterrenal, denominado por las religiones “Vida Eterna”. Escribe: «Lo que importa no es la vida eterna, sino la vitalidad eterna.» Además del rechazo que siente Nietzsche por la moral, en el sentido de imposición de injustas normas dictadas por el conjunto social, ese rechazo se agranda frente a la impostura de las religiones y la espuria creencia de un Dios que siempre es falso. Puede que permita la asociación con una especie de divinidad que se asocie, como un gran espíritu, con el afán espiritual del hombre que desee fundir en su corazón a un Ente Superior. Esta beneficiosa meditación se realiza en los monasterios por los frailes o monjes, y monjas, el colectivo religioso más honesto que existe. Pero ese Dios no será eterno (la antigua idea del Dios eterno para Nietzsche ha muerto), no estará en los Cielos, sino, tal como el hombre, en la tierra. Y cuando el Mundo, y por supuesto el Universo, sucumban, Dios dejará de tener sentido. En Así habló Zaratustra se exclama: “El Superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el Superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.”
El Superhombre ha de construir su propia vida, ha de ser el autor de su propia vida. Debe crear valores propios, sin acatar los impuestos por la moral. No debe ser zafio, sino extremadamente razonable, culto y, aunque el filósofo no lo especifique, ha de amar la poesía. Y en la actualidad, situándonos en España, frente a otras bastas emisoras de radio, habría de preferir Radio Nacional de España, eligiendo Radio Clásica sobre Radio 3. No olvidemos que el filósofo también era músico. Nietzsche acudía a esta expresión latina: amor fati, que quiere decir amor al destino, un destino sobre el que ha de elevarse el propio hombre con escrupulosa consciencia, dando con ello ejemplo a los demás hombres para que hagan lo mismo, construyéndose modélicamente su destino. Sobre este amor fati nuestro filósofo se alarga, asegurando que es la «fórmula para la grandeza de un hombre». Por este amor, el hombre, para Nietzsche, no ha de pretender «ser nada diferente de lo que ha sido, de lo que es, o de lo que ha de ser. Soportar lo fatal; más aún: no disimularlo; más aún: amarlo.» Este supremo afán de perfección no significa que el hombre no se pueda equivocar. Sí, el hombre se puede equivocar. De hecho se equivoca muchas veces. Pero para paliar o disolver las equivocaciones existe en la teoría del Superhombre el recurso de la superación para así obviar la falta. Cada día el hombre tendrá la oportunidad de superarse, analizando todos los recovecos que la vida insinúa para llenarse de completo conocimiento. Ya el propio Zaratustra lo dice: “Yo he seguido las huellas de lo vivo, he recorrido los caminos más grandes y los más pequeños, para conocer su índole.”
El Superhombre reconoce que en la vida hay júbilo y sufrimiento, dicha y dolor. Teniendo que aceptarlos. Hay que adoptar higiene en la vida: en la dieta, en el hábito, en las discretas frecuencias, en el ejercicio. Para poner un poco de humor a estos párrafos, voy a relatar lo que contaba en uno de sus diarios el gran escritor alemán Ernst Jünger. Escribía Jünger, concedido un permiso (pues él era capitán de la Wehrmacht, destinado en París cuando los alemanes tomaron Francia), vuelve a su tierra y se encuentra con un ancianito que se encontraba estupendamente de salud y de aspecto. Al preguntarle Jünger por su “secreto”, el vejete le contestó: “Muy sencillo: Cada mañana una cagadita. Cada semana un polvete. Y cada mes una cogorza.” Está claro que ese buen hombre era un Superhombre. Dejando esta divertida anécdota, nos encontramos en el deber de afirmar que el Superhombre debe avanzar en su vida por el camino de la aceptación.
Se ha dicho que el Superhombre debe asumir la alegría y el dolor vital. Para el dolor físico, hoy día hay eficaces calmantes para combatirlos. No hace falta que el hombre se niegue a tomarlos para poder sufrir; este dilema es innecesario. En un momento dado, y según interpreta Stefan Zweig, Nietzsche está convencido de «que sus sufrimientos, sus privaciones, son parte integrante de lo único sagrado que hay en su vida. A partir de este momento, su espíritu no tiene la menor compasión por su cuerpo, no toma parte en su dolor y, por primera vez, ve su propia vida desde un punto de vista completamente nuevo y otorga a sus padecimientos un sentido grande y profundo. Con los brazos abiertos, acepta el dolor conscientemente, como algo necesario». Zweig apostilla que Nietzsche «se da cuenta de cómo la moral y el humo de incienso le han ocultado tanto tiempo ‘la vida sana y roja’.» En otro orden de cosas, debe aceptar también el Superhombre, y no sólo aceptar sino fomentarlos, la soledad y la compañía, sabiendo que son dos acompañantes de calidad, fructíferos ambos: estar solo, creativamente, y con amigos. Nótese que cuando nombro al Superhombre, emancipado de los valores morales tradicionales, siempre escribo su nombre con inicial mayúscula. Quizá únicamente por hacer honor a la lengua alemana, que exhibe todos sus sustantivos, comunes y propios, en mayúscula, con la significación lingüística correspondiente que esta adopción para la palabra puede comportar. Dentro de la madurez espiritual que supera la limitación del hombre ordinario, idiotizado por las imposiciones sociales y religiosas (desde el denostado, por Nietzsche, Sócrates, considerado como autor de una moral de rebaño), el Superhombre, con plena autonomía y opuesto al que el propio filósofo calificaba “el último hombre”, mediocre y conformista, debe considerar muy seriamente el Amor (transcribámoslo igualmente con letra inicial mayúscula). En el enamoramiento no se deben controlar las pasiones, al contrario de lo que Platón dictaminaba, sino verse empujado por ellas en la acción y afirmación total de la existencia. Pero también se debe considerar, en esos síntomas de aceptación, que el Amor muchas veces provoca cuantiosos y serios perjuicios, sosteniéndose, asimismo, en confusos e inoperantes prejuicios.