Aquí en España da la impresión de que esa izquierda bullente, ahíta de fábulas y supersticiones, se lanza a la acción impulsada por el empacho del discurso. Desde la destrucción de Izquierda Unida...
Putin cabalgando un oso
Romper el bolígrafo en público está de moda a pesar de que su máximo exponente es una reliquia del siglo XX (y hasta del XIX) encaramada al poder. Si uno traza una línea con el lápiz desde Corea del Norte hasta España se puede ver cómo va cambiando el color del mapa casi por numeración, como si la historia hubiera trascendido en cuaderno de arte para aficionados, desde el rojo que va difuminándose hasta el azul cuya parte más intensa se queda sin tierra y acaba en el océano como si las antípodas de Kim Jong-un se encontrasen en medio del Atlántico.
En este destino del trazo, la izquierda democrática se ha pasado la vida sacando los viejos trastos hundidos en el mar para dejarlos a la vista como los tanques varados (¡la derecha, la derecha!) en las islas del Pacífico, o sin ir tan lejos como el vapor símbolo de la playa de Zahara al que está prohibido que se acerquen los niños al contrario que a los monstruos que se asoman en el atolón de Tarawa.
Los griegos ahora miran al Oriente lo mismo que Alejandro, mientras en Occidente se revuelven como los generales del macedonio, quien pese a la oposición acabó casándose con una princesa caucásica. Así como Varufakis parece capaz de romper no un bolígrafo sino un mástil con las manos, una escena más propia de una leyenda, Tsipras sonríe allá donde va poniendo el contrapeso a su conquista del mundo, lo cual también puede formar parte más del mito que de la realidad.
Aquí en España da la impresión de que esa izquierda bullente, ahíta de fábulas y supersticiones, se lanza a la acción impulsada por el empacho del discurso. Desde la destrucción de Izquierda Unida, quien ya se muestra en las costas cubierta de óxido y con la camiseta raída víctima de la blitzkrieg orquestada por Podemos, el extremismo que se adentra de la mano de Pablo Magno en la socialdemocracia como si fuera la Hélade mientras suena: “Hey ho, let’s go…”, hasta el remozado del PSOE que de las primarias ha pasado a lo primario.
Casi ha sido como ver llegar a Putin cabalgando un oso con el torso desnudo, tal es la falta de costumbre, donde se vislumbra no el rostro de un adonis sino las facciones pétreas, temibles para una militancia socialista decadente, de un líder que ha cogido a Tomás Gómez, un bolígrafo, y lo ha partido de pronto por la mitad como Kowalsky lanzaba los platos al suelo y los vasos a las paredes cuando Stella le dice que recoja la mesa: “Este es el modo como quito yo la mesa”, ha venido a decir Pedro Sánchez con la servilleta al cuello mientras era Simancas el que se chupaba los dedos.