A veces paseamos por el trastero de esos pensamientos rozados por tormentas veraniegas, tardes insípidas alejadas de lo que otros llaman realidad. Labios que mueren a la deriva de algunos deseos propios y ajenos. Miradas que no son más que señas al sur del arte.
Y es que pretendemos marcar férreas distancias con otras generaciones como si el pasado nos fuera extraño. Ahora navegamos por pantallas narcisistas. Buscamos el premio del reconocimiento social más que nunca pese a que lo encubrimos mejor que siempre. Proyecciones del ego mezcladas con la curiosidad por las vidas de plástico. Nacimos en un país de sueños prefabricados.
Pasamos el tiempo dejando únicamente semillas, gestos y palabras. Recuerdos engullidos por la memoria e ilusiones enraizadas en tierra quemada. Arco iris de cenizas murmurando que el destino corre más rápido que nosotros. Al parecer persigue a la soledad de los héroes de los libros de Historia.
Puede que sólo seamos lánguidos burgueses sin dinero, ciudadanos de un mundo que parece evaporarse. Adultos que juegan al escondite con los años en una sociedad donde envejecer no es viable. Somos quienes pegan saltos entre la comodidad de lo no luchado y la incertidumbre de la lucha próxima.
Entonces, ¿qué nos queda a los jóvenes? Benedetti tiene la respuesta.
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿Vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
También les queda discutir con Dios,
tanto si existe como si no existe,
tender manos que ayudan, abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno
Sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente
No será fácil, nada bueno lo es. Correr cinco pasos y retroceder tres, así es como escribimos nuestras vidas los aspirantes a la madurez.