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Mientras tantoRitas al Congreso

Ritas al Congreso


 

Yo no sólo no pediría la dimisión de Rita sino que pediría su próxima inclusión en las listas de su partido al Congreso. Me da igual qué Rita, la que ustedes quieran. Hay que ser original, sublime en todo momento como decía Umbral. Hay que contar en el Parlamento español con los mejores activos, los ascendentes y los declinantes, el empuje y la experiencia. Hay una Rita ascendente, o al menos eso dice Carmena, tan declinante que ya ni siquiera se peina, y una Rita también declinante, que al contrario se peina mucho. Ambas tienen el halo inimitable del diputado moderno, tan diferentes de aquellos ministeriales con levita de Camba, y ya puestos también doña Manuela, quien hoy podría entrar sin problemas en el edificio de la Carrera de San Jerónimo con las zapatillas (y hasta con la bata) de andar por casa. El municipalismo se les queda pequeño una vez convertidas en estrellas. En el ayuntamiento de Valencia había tantas como en el firmamento (y las que están por descubrir, todas ya se perderán), y en el de Madrid las hay para que pasen pronto al rock de estadios y abandonen el intimismo de los pequeños locales.

 

Rita Maestre es una diputada nacional en ciernes, una ministerial, como Zapata o como Soto, ese curioso concejal preso de una obsesión con la guillotina. Todas esas guillotinas deberían estar en el Congreso, igual que los ceniceros de Zapata y el activismo de «juventud» de la portavoz del gobierno madrileño. El municipalismo es algo menor donde todos esos objetos y atributos están desaprovechados. El municipalismo debería ser un trampolín hacia la alta política (la que se desarrolla en la Cámara Baja) para que ningún español se pierda la evolución de los mejores talentos. En los municipios se encuentran las estrellas del mañana que tantas veces caen en el olvido por no salir del terruño. Tania, la exfavorita, es un ejemplo, pero mejor es el de Rufián. Si algo yo no le perdonaría a la Esquerra es que me hubiera privado de don Gabriel, que se lo hubiese quedado para sí, como tampoco le hubiera perdonado que me hubiese privado de don Joan Tardá. Tardá confinado en un concejo habría acabado devorándolo entero: los salones, los despachos. las alfombras, las paredes… y hoy estaría echado en el suelo, envuelto en pieles, hurgándose los dientes con el bastón del alcalde rodeado de un rebaño de cabras como Polifemo o a la manera de Chaves, que acabó elevándose a las Cortes.

 

Tardá nació para ir al Congreso, como Rita, la que quieran de las dos. Seamos sublimes sin interrupción. Los municipios, los ayuntamientos, son para foguearse y jugar al escondite, ligándola siempre la oposición, que es como tienen al PP en Madrid Carmena y los socialistas, como si les estuvieran cambiando de sitio a cada momento las guillotinas para que no las encuentren. Si un político pasa demasiado tiempo en el pueblo acaba peinándose y atusándose en exceso, superponiéndose capas y joyas casi sin control como Barberá (la otra Rita, la ascendiente, ya se afina en el atuendo, como Zapata, al parecer, acude al trabajo a diario en coche oficial), que si de algo es culpable, sin duda es de perifollo. Y a ver luego quién se salva de eso.

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