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ArpaRusia está en Europa, Turgeniev lo sabía (y Putin lo ignora)

Rusia está en Europa, Turgeniev lo sabía (y Putin lo ignora)

He vuelto a leer Lluvias primaverales de Iván Turgueniev. Esa novela expresa como ninguna la fascinación de Turgueniev por Occidente. El protagonista se encuentra en Francfort y se enamora de una joven típicamente alemana. La protege un italiano un poco ridículo con modales de ópera, pero lleno de generosidad y sentido del honor. Tienen un amor apasionado y van a casarse.

Pero el protagonista conoce casualmente a la mujer de un amigo ruso en Baden-Baden. Es una mujer independiente y caprichosa y se casó con el ruso por conveniencia. Y seduce al protagonista tras una apuesta con su marido.

La mujer en teoría es malvada y representa todos los peligros de Occidente. Es rusa, pero en gran medida es parisiense y toda su vida está en París. Es una mujer peligrosa, pero Turgueniev la presenta también llena de encanto y de vitalidad. Fuera de todas las rigideces, sorprendente y contradictoria. Y al borde la originalidad sincera muchas veces.

El protagonista abandona a la chica alemana de Francfort y se va con la rusa caprichosa a París. En teoría en París está esclavizado, pero también allí tiene vivencias intensas, cultura y sofisticación. Tiene toda la vibración de París, la que los rusos conocían y amaban.

Pero aún hay más. Años después, ya libre de la rusa en teoría malvada, el protagonista contacta con la alemana a quien abandonó, que se casó y enviudó en Nueva York. Y ahora se plantea marcharse a América. Siente ya entonces “el sueño americano”. América se le presenta como lugar de dinamismo y de nuevos proyectos. De vitalidad que no acaba.

Turgueniev era muy ruso, pero también muy occidental. Y eso no era contradicción. Durante mucho tiempo la clase alta rusa hablaba francés. Y París era la ciudad de referencia para muchos de ellos. Pedro el Grande construyó una nueva capital en Petersburo, de corte europeo, con estilo europeo. La levantó en el Báltico, con buena conexión por mar con Europa. Llamó a un arquitecto italiano, Bartolomeo Rastrelli, para construir su nuevo palacio real, el Ermitage. Y este lo hizo con desmesura imperial, pero también con musicalidad y con orden.

Catalina la Grande llamó a Diderot para que le aconsejara. Era un filósofo enciclopedista que creía mucho en la razón, pero también era bastante escéptico, como se ve en Jacques el fatalista y tenía su lado travieso, como se ve en El sobrino de Rameau. Creía mucho en el progreso, pero también sabía burlarse de él. No era ningún dogmático de la razón. Contribuyó a la Revolución Francesa de algún modo, pero también le gustó estar junto a una emperatriz rusa. Era muy europeo y la emperatriz quería de algún modo ser europea.

En Miguel Strogoff, de Julio Verne, vamos viendo cómo en el imperio ruso, tan variado con montones de pueblos y culturas, pasamos de lo europeo a lo asiático. Pero, al revés que su admirador Putin, los zares rusos sentían que su imperio era europeo y querían modales europeos. La torsión de Putin hacia lo asiático no tiene muchos precedentes.

Si consultamos la Historia, veremos que en el siglo IX los varegos, los vikingos suecos, llamados por los eslavos en sus guerras, fundaron el reino de Rus, el origen de la actual Rusia. Primero en Novgorod y luego en Kiev. Pero en el siglo XIII dominaron los mongoles y aumentaron el despotismo, la crueldad, el desprecio a la mujer.

Putin exhibe una nostalgia del despotismo de los mongoles. ¿De dónde le viene su odio hacia Occidente? ¿Algún occidental le habló mal alguna vez? Albert Camus dice que el suicidio se produce por cualquier detalle mínimo, porque alguien nos puso mal el desayuno, por ejemplo, o algo así. ¿Qué detalle empujó a Putin a ese suicidio cultural?

Si hablamos de la esencia de Rusia veremos hechos muy complejos, una evolución constante. Cuando uno habla de la esencia suele simplificar y empobrecer. Es como si hablamos de la esencia de España. Tal vez España no tiene esencia, tiene un devenir, como dijo Américo Castro. Según Castro España es el resultado histórico de la convivencia de varias culturas. Aunque según Claudio Sánchez Albornoz España existía ya desde hace miles de años.

Pero España tal vez no tiene esencia, tiene existencia. Igual que Rusia. Ya lo dijo Henri Bergson: la vida es evolución creadora. Y lo dijo Heidegger: no hay ser, hay tiempo. “La esencia de la verdad depende de que haya una verdad de la esencia”, escribía en un opúsculo muy significativo. Me lo hizo comprender un filósofo de Lugo que nunca olvidaré: Celestino Fernández de la Vega.

No hay ser sino existir.  Lo mismo dijo Jorde Manrique. Y Antonio Machado. Y también lo sabe Turgueniev. A lo largo del tiempo las cosas pueden sorprender sin cesar.

Dostoievski fue un furioso eslavófilo y rabioso antioccidental. La Iglesia Católica era literalmente el diablo y Europa era el vicio y la condenación. Sin embargo experimentó vivencias importantes en Alemania, en Suiza y en Italia. Y escribió El idiota en Florencia. En sus novelas apenas habla de Moscú, donde nació. Crimen y castigo y El idiota se desarrollan en la europea San Petersburgo. Toda su vida creativa la hizo en San Petersburgo. Se consideraba esencialmente eslavo, pero sin quererlo era muy europeo.

Volcar a Rusia hacia Oriente, renunciar del todo a su parte europea, odiar a Europa es como cercenar a la propia Rusia. Es un suicidio y una huida a la ceguera (en el peor sentido). Está quitando las venas a su propio país. Diga lo que diga, en sus venas hay más de europeo que de asiático.

Cuando Rusia perdió en su guerra con Japón en la guerra ruso-japonesa en 1905 toda Europa sintió como propia esa derrota. Era Europa contra Asia. Y ahora el Japón democrático, paradójicamente, está mucho más cercano a Europa que la propia Rusia. Y desde luego mucho más que la China del despotismo totalitario. Los japoneses también son muy japoneses (que alguien se pasee por allí para comprobarlo), pero también saben tomar de Occidente lo que haga falta. Superan la manía de las esencias.

Si se guarda en un frasco la esencia acaba por convertirse en muy mal olor. El agua estancada siempre huele mal. No hace falta recordar la sabiduría de Lao-Tse: la rama flexible pervive, la rama rígida se rompe.

Muchas veces, en conversaciones en Compostela, oponíamos a Dostoievski contra Turgueniev. Incluso una vez, competíamos por una chica un hombre que defendía a Turgueniev y yo que defendía a Dostoievski. Él era Turgueniev, yo era Dostoievski. Y la chica tuvo episodios con los dos. Pero en el fondo no había contradicción. Dostoievski era muy europeo a pesar de todo, Turgeniev era muy ruso a pesar de todo.

Esas lluvias primaverales expresan el desbordamiento de la vitalidad en un bosque de Alemania. Cuando cae una tormenta, el protagonista y la rusa caprichosa y parisiense se refugian en una cabaña. Y allí se consuma su acercamiento. La tormenta, como algo excepcional, los acercó. Y aquello que fue muy pasajero también fue muy intenso.

Del mismo modo, decía Heidegger, son las experiencias excepcionales las que nos sacan del man o la existencia inauténtica y nos provocan la lucidez o el existir de verdad.

Pero esa tormenta es tan rusa como europea. Europa ha sido un continente de convulsiones y de replanteamientos. Y Rusia también, aunque Putin desee una esencia inmóvil e intocable.

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