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Mientras tantoSalirse del surco

Salirse del surco


Ya apuntábamos en un asiento anterior de esta bitácora (La poesía de la agricultura) que los romanos fueron un pueblo de labradores que se convirtió en unas pocas generaciones en el dueño y señor de las dos riberas del Mediterráneo. La sofisticación de las costumbres de los romanos afectó como era de esperar a su lengua, pero a pesar de ello el corazón del latín continuó siendo agrario. Cada labor agrícola está llena de poesía, una poesía que cobra aún mayor intensidad cuando el nombre una primitiva y humilde labor agraria acaba designando un concepto mucho más sofisticado. Esta serie de microrrelatos léxicos, pues así he dado en llamarlos, pudo haberse denominado Geórgicas. Tal vez acabe denominándose así.

La labor agrícola por antonomasia es arar la tierra. Los romanos no inventaron el arado, pero lo perfeccionaron hasta tal punto que el arado que ha llegado prácticamente hasta nuestros días lleva su nombre. Sus piezas tradicionales, palabras completamente desconocidas para nosotros, son, a título meramente testimonial: reja, dental, pescuño, orejeras, belortas, timón, clavijero, cama, telera, esteva y mandera. El verbo latino arō tiene su antepasado en *ar∂-, raíz indoeuropea que significa “arar”. De la raíz *selk- (“tirar de”, “arrastrar”) viene *solk-o> lat. sulcus, “surco” (< “resultado de tirar de un arado”), y “surcar”, que en principio fue trazar los surcos en un campo de labranza con el arado, nos sirve ahora para designar el surco que los barcos hacen metafóricamente en las aguas.

El surco en latín también era llamado lira, y por ende līrō era también arar. El antepasado de esta palabra era la raíz indoeuropea *leis-, “surco”, “vestigio”, “huella”. Mantener bien sujeto el arado era fundamental para evitar que el trabajo se fuera al traste, es decir, que el arado se saliera del surco. Si al verbo līrō se le anteponía la preposición de, se obtenía el verbo dēlīrō, que no significaba otra cosa que “salirse del surco”, un verbo que tras un fenómeno de especialización y concentración ha acabado significando “desvariar”, pues quien desvaría se sale del surco, del surco de la normalidad, de lo previsible, de lo sometido al orden.

El significado original de prevaricar (praevaricari en latín, literalmente “caminar fuera de la línea recta”) era “hacer guiñas el arado”. La palabra se especializaría en el ámbito jurídico, por lo que su principal acepción es cometer prevaricación: “delito consistente en dictar a sabiendas una resolución injusta una autoridad, un juez o un funcionario”, aunque también podría tener un connotación moral más amplia: desviarse del propio deber.

 Versare, frecuentativo de vertere, describía, de manera bastante prosaica, la labor de  “hacer girar el arado cuando termina el campo”. Diversión y perversión son, pues, modos de decir “salirse del surco”. El verso (del latín versus, “revuelto”), originalmente era, por consiguiente, un “surco que da la vuelta”, y de ahí pasó a ser una “línea de escritura”, ya que estas se repiten de manera paralela sobre la página como los surcos en un campo. El origen rústico que tenía para los romanos el verso poético a nosotros nos es ajeno por completo.

Para terminar recordaremos un modo de escritura empleado en la antigüedad grecorromana que, según el DRAE “consiste en trazar un renglón de izquierda a derecha y el siguiente de derecha a izquierda”. Se trata del bustrófedon o bustrofedon, un modo de escritura que, cómo no, imitaba a un buey arando. Analicemos la palabra: del griego bous, “buey”, stréfein, “dar la vuelta”, y el sufijo –don, “a la manera de”, en suma: “que da vueltas como un buey”. En la agricultura hay, no es posible negarlo, mucha poesía. Y en abandonar el surco, también.

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