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Mientras tantoSí. Pero no

Sí. Pero no


 

 

 

 

“La duda es uno de los nombres de la inteligencia”

Jorge Luis Borges

 

 

Sobremesa de domingo y hablábamos de bodas. Un gintónic, afuera llovía, creo que sonaba Herman Düne y, en fin, que era domingo. Y domingo por la tarde. ¿Te acuerdas de esa escena de Cuatro bodas y un funeral? ¿O del discurso de la protagonista en Rachel getting married? ¿Y de Después de la boda? Seguro que suspiré de amor cuando recordé a mi querido Mads Mikkelsen. Y fue entonces cuando pensé que el cine está lleno de bodas y de todo lo que acontece en los momentos antes «del gran día». No siempre son bodas felices, claro, pero la tónica general apunta a esos instantes de felicidad perfecta que destilan los novios, a esa seguridad radiante del sí quiero. Flashes de luz y ni sombra de esos malditos microbios que a veces se cuelan en las historias: las dudas.

 

Ahora que lo pienso, en la literatura hay menos días de boda que en el cine. Será que las bodas suelen ser momentos de alegría y ya se sabe que la felicidad escribe en blanco (lo dice Philip Larkin, no yo). Están las películas y está Hollywood. Y luego, claro, está la realidad. Aunque ahora, con todo ese montaje de las bodas, con tanto wedding planner y photocall-vintage-súper-cool, parece que nos hayamos colado por error en una película de Hollywood. ¿Que qué es casarse? Supongo que a raíz de lo que nos han contado o de lo que leemos en las webs de bodas, debería decir que es un rayo de luz. Una seguridad. El territorio de fueron felices y comieron perdices.

 

Hace poco, una amiga me relataba el día de su boda. Su padre la llevaba en el coche –como la tradición manda- y ella se observaba de reojo en el retrovisor. El exceso de maquillaje. Ese peinado imposible. Todas esas preparaciones y parafernalias de camino a la iglesia. Tic tac. Y ella que, hecha un pimpollo, se miraba continuamente en el retrovisor como tratando de averiguar si era ella de verdad la que iba a casarse. Tuve dudas. Me dio miedo, me dijo. Le pidió a su padre que detuviera el coche y se pararon en un bar de carretera. Pidió una tila y el camarero se la regaló. Me imagino que le desearía suerte, porque es suerte, aparte de enhorabuena, lo que deberíamos decirle a una novia.

 

El domingo hablábamos de esto y de algo peor: de las pocas ocasiones en que, en el colegio, en clase, en casa, nos recuerdan que la duda, aún instantes antes del sí quiero o en los momentos más importantes de la vida de cada uno, es algo normal y no una alarma de incendios. Hablábamos de que el amor, por mucho que lo dijera García Márquez, no es un estado de gracia. O solo lo es al final de las películas de Disney, sobre todo cuando empiezan a aparecer los créditos del final.

 

Supongo que a muchos nos faltó que nos recordaran que el “sí, pero no” existe y que no es, necesariamente, sinónimo de no. En fin, que si algún día me caso –voy a remarcar mucho este condicional- agradeceré que alguien me comente algo acerca de las dudas. Incluso agradecería que en estas webs tan molonas y profesionales, entre el apartado de sumillería y el de los arreglos florales, me incluyan, por favor, una nueva pestaña: la de la tila y las dudas.

 

 

 

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